2014: de la aldea autonomista al bloqueo geopolítico
Dos acontecimientos de 2014, un evento de arte y urbanismo en Darmstadt y el siniestro del vuelo de Malaysia Airlines sobre Donetsk, marcaron la transición de la cultura comunal del autonomismo europeo a la nueva planificación securitaria del espacio: la utopía de la autonomía dispersa viró hacia la planificación defensiva de espacios post urbanos.
El 14 de julio de 2014 un misil tierra-aire interceptaba un avión de línea de Malaysia Airlines con destino Kuala Lumpur. El vuelo MH17, cargado de ciudadanos europeos, estalla a 10.000 metros de altitud y sus fragmentos se esparcen por sobre un area rural de la provincia de Donetsk, que se hallaba en los primeros meses de un conflicto entre separatistas prorrusos y el ejército ucraniano. El “accidente” se produce en una zona de conflicto de una guerra no declarada. Rozsypne (que significa literalmente "esparcido") es la aldea donde caen los fragmentos del avión y los cuerpos de los pasajeros que se distribuyen en un radio de varios kilómetros. Los lugareños fueron los primeros en arribar a los diferentes lugares donde cayeron fragmentos del avión. Muchas de las víctimas cayeron sobre los techos de las casas del poblado.
A 2.700 kms en línea recta del crash site, se encontraba la colonia de artistas de Mathildenhöhe, un complejo de edificios de estilos diversos con diferentes funciones en una colina de Darmstadt, Alemania.
Ese año se cumplían 100 años de la inauguración de la colonia de Mathildenhöhe, representación perfecta de los anhelos estéticos de la Europa finisecular: desde el movimiento de arts and crafts, pasando por el art noveau, el jugendstil y la secesión vienesa, todas estas tendencias fueron sucediéndose esta pequeña colonia, mediante prolijas intervenciones a lo largo de varias exposiciones que se sucedieron desde 1899 hasta 1914. La cultura del mecenazgo del siglo XIX y el énfasis en el desarrollo local de los principados alemanes hicieron posible este programa para “reformar el arte y la artesanía”, que abarcaba desde los utensilios de la mesa y el mobiliario hasta la arquitectura y el diseño de jardines. La colonia terminó siendo la “obra de arte total” que, de algún modo, era la aspiración de la cultura europea y que culminó, como sabemos, en la consigna de movilización general de agosto de 1914, el comienzo de la Gran Guerra.
Ahora, el evento del vuelo MH17 creaba una una vinculación entre un evento extremadamente local, inspirado por el autonomismo europeo, y una transformación de escala geopolítica en curso.
El crossfit de la ciudadanía europea
Desde el año 2000 en Europa se organizaron muchas bienales y eventos de arte y urbanismo para movilizar la participación ciudadana en el rediseño urbano de lo “local” en el contexto de una nueva identidad europea. El stock de territorios ociosos donde intervenir era vasto y heterogéneo. Al paisaje de wastelands dejado por la desindustrialización de las décadas del 70 y el 80 se le agregaba le infraestructura recibida de los ex estados socialistas. Por un lado algunos municipios, en alianza con museos y/o teatros, buscaban reactivar el decaído equipamiento social modernista que iba quedando en pie, buscando un primer efecto post-histórico y propagandístico: “vamos a corregir los errores del pasado”. Por otro lado, había que generar una identidad común a nivel continental: las ciudades europeas serían ahora nodos culturales y testimonios del pasaje definitivo de una economía industrial a una de servicios.
Junto con la entrada en circulación del euro y el debate sobre una Constitución europea a través de referéndums nacionales, las becas, apoyos institucionales y bienales públicas apalancarían programas de movilización cultural a lo largo del continente. Las ciudades que participaban de estos programas promovían sitios donde operar de manera experimental y convocar a ciudadanos a participar del diseño urbano. Estos foros ad hoc de expertos y no expertos no pretendían suplantar a los cuadros técnicos de planificadores pero sí dar una “segunda opinión” que generara una tensión de información y abriera el potencial de transformaciones a escala local, generando programas de intervención acotados y armando circuitos culturales para graduados de escuelas de arte, estudiantes de arquitectura y mileuristas varios.
La Unión Europea fue muy hábil promover esta cultura urbana de lo alternativo como energía de transformación en un momento en el que había un consenso entre los mismos arquitectos de que no se podía hacer nada en las ciudades
De alguna forma, estos foros abrían la posibilidad de que la cultura emergente y/o alternativa se introdujera en la agenda pública sin perturbar los grandes acuerdos y proyectos urbanos oficiales, apelando a una estética que contenía referencias utopistas y reformistas representativas del arte europeo de vanguardia del siglo XX pero sin la radicalidad de los mismos. También se percibía un impulso por absorber de manera virtuosa, mediante el arte y el diseño, la cultura de la "informalidad urbana" que comenzaba a ser un asunto global, aunque aquí ponían el énfasis en los casos de los estados periféricos de la Unión Europea. Esto era parte de la construcción del soft power necesario para generar una identificación y representación para minorías de diverso tipo pero también, y sobre todo, un soporte cultural al proceso de ampliación de la alianza defensiva (la OTAN) que había comenzado a fines de los 90. Eran procesos paralelos pero que nunca se tocaban.
La burocracia de la Unión Europea, formada por cuadros técnicos boomers, tenía que articularse permanentemente con instituciones artísticas dirigidas por ex revolucionarios, sesentayochistas, ecologistas y altermundistas que desplegaban una intensa oposición a los programas de la Unión Europea, a los que consideraban “neoliberales”. En ese sentido, fue muy hábil promover esta cultura urbana de lo alternativo como energía de transformación en un momento en el que había un consenso entre los mismos arquitectos de que no se podía hacer nada en las ciudades. Muerta y desprestigiada la cultura de la gran planificación modernista, estos experimentos estéticos de pequeña escala servían de laboratorios sociales y ensayos conceptuales para abordar temas controversiales como el derecho a la ciudad, el género, las economías vecinales, el ecologismo y el decrecionismo, sin tocar los motores del proceso de integración económica ni de seguridad continentales. Por eso, estaba excluida la discusión sobre los grandes proyectos de infraestructura y el control de migraciones.
En la base de esta agenda tecnocrática de integración merodeaba el fantasma de la vieja cultura autonomista de izquierda que surgió a mediados de los 70, se continuó en la movida squatter de los 80 y se renovó a fines de los 90 con las movilizaciones contra el G8, cuyos destellos llegaron incluso a participar de la efervescencia del 2001 argentino. Estas experiencias recorrían el amplio espectro que iba de los libros de Bifo Berardi, las cartas del Comité Invisible, pasando por las teorías de Saskia Sassen, las experiencia de las ZAD francesas y las cartografías del Bureau D’Etudes, todas operando durante aquellos años bajo la categoría de "activismo urbano".
Autonomismo europeo vs. autoconstrucción latinoamericana
El Osthang Project era un proyecto homenaje a aquella colonia de artistas de la Mathildenhöhe. Organizado por el colectivo de arquitectos raumlabor berlin, la Escuela de Arquitectura y el Municipio de Darmstadt, el proyecto fue concebido como un programa de construcción colectiva que sería llevado a cabo por diversos grupos de activismo urbano de todo Europa y con la inclusión de uno de Japón y otro de Argentina (m7red). Implicaba construir un grupo de edificios en el que se desarrollaría un seminario filosófico con investigadores y activistas, talleres de gestión local con el municipio y actividades recreativas para niños, incluyendo el alojamiento de los que construirían la colonia junto con algunos vecinos de Darmstadt.
Elon Musk dijo que el máximo logro civilizatorio de los países europeos había sido tener ciudades pequeñas con buena comida y buenos paisajes (sic), sugiriendo que esto debe haber sido la inspiración para J.R.Tolkien cuando tuvo que pensar en los caseríos de los hobbits del Señor de los Anillos. Según Musk, esta organización espacial dispersa y equilibrada hoy está bajo amenaza por la inmigración descontrolada que ya ha arruinado a las grandes ciudades de Europa.
El proyecto de Osthang con su cocina colectiva, sus turnos de construcción, su assembly hall y sus hacendosos habitantes, tenía el aspecto de una aldea hobbit. Un campo de entrenamiento cuya banda de sonido era el ruido de los taladros y los martillos y la división del trabajo. Los alemanes instruían en el arte de la sierra circular, las francesas atornillaban placas fumando, y los italianos además de martillar hacían pasta al mediodía. La alta industrialización de la construcción había “democratizado” el arte de construir, producto de las economías de escala. Los protocolos DIY (do it yourself), junto con la accesibilidad a las herramientas y la horizontalización en la toma de decisiones, facilitaron este tipo de proyectos. En el siglo XXI los Home Depots localizados en la periferia de las ciudades hicieron más por la vanguardia que las escuelas de arquitectura.
Pero autonomía no es autoconstrucción. La autoconstrucción es una característica de las grandes ciudades latinoamericanas: en Sudamérica la sociedad va más rápido que el Estado; en Europa son eventos artísticos que apelan a recuperar un grado de pionerismo, informalidad y autonomía
Pero autonomía no es autoconstrucción. La autoconstrucción es una característica de las grandes ciudades latinoamericanas. Terrenos que son tomados en apenas unas horas, son divididos en el mismo día y con ese primer ordenamiento, surgen los campamentos. Con el paso de los días comienza el proceso de construcción llevado a cabo por los mismos habitantes. Es un proceso orgánico, con materiales y conocimientos locales y donde al cabo de un par de años el campamento es un fragmento urbano indiscernible del entorno consolidado y se agrega a la ciudad. Este proceso constitutivo de la expansión de las manchas urbanas en Sudamérica es también un proceso de inscripción técnica y política en el espacio, una dimensión legal y espacial muy diferente a la del ciudadano europeo que ha olvidado por completo esta dimensión autoconstructiva y confía en el estado como ordenador del territorio.
En Sudamérica la sociedad va más rápido que el Estado. En Europa estos eventos artísticos apelaban a recuperar un grado de pionerismo, informalidad y autonomía mediante la deliberación colectiva y la posterior construcción de edificios temporales en terrenos vacantes. Darmstadt es una ciudad rica y discreta, que en Alemania quiere decir un suburbio de villas veraniegas rodeando un gran lago artificial, parques públicos con caminos de grava construidos sobre antiguos cotos de caza pero sin rastros de industria ni vivienda masiva y mucho menos movidas culturales como las de Berlín.
Construyendo aldeas autonomistas entre cadenas globales de valor
Un par de los edificios de la colonia estaba producido con piezas recicladas de autos usados. Los otros edificios estaban construidos con placas de multilaminado cortadas y atornilladas. El uso de materiales fáciles de manipular y ensamblar convertía al sitio de construcción en una encrucijada de largas cadenas de suministros de la industria automotriz que provenían de Alemania, y las de la industria forestal que llegaban desde bosques del estado de Paraná, en Brasil.
La aldea de los hobbits se alimentaba de la madera de los bosques locales, como los campesinos pobres de Renania de 1842 que robaban leña de la propiedad señorial, y que el joven Marx defendió en las páginas de la Gaceta Renana. Pero hoy, la madera de la placa de multilaminado está asegurada por el Forestry Stewardship Council. Cualquier evento de autoconstrucción en el norte industrializado, depende de largas cadenas logísticas aseguradas por instituciones globales para que alcancen el sitio en tiempo y forma legal para su certificación de sustentabilidad. Así estos edificios terminaban siendo ensambles locales que organizaban y hacían visible la dispersión logística de la globalización a la que se quería combatir. Europa se deforestó a sí misma para construir barcos para la colonización.
Así como la historia no es lineal, los ciclos de construcción tampoco. Quizás porque en la misma teoría del autonomismo “lo local” nunca es preexistente al conflicto y jamás puede estar aislado. Ocupar un sitio, recortarse, romper con la geografía existente implica trazar una geografía discontinua, en archipiélago, y de este modo ir al encuentro de lugares y territorios que nos son cercanos aunque estén a miles de kilómetros.
Una carta del Comité Invisible decía por aquellos años,
Si el poder ya no reside en las instituciones, templos desiertos, fortalezas en desuso, simples decorados y señuelos para revolucionarios, el poder es logístico… por lo tanto bloqueemos todo.
Para esta estrategia de autonomía solo el bloqueo o la ocupación contra las infraestructuras que facilitan la circulación de la información y las mercancías es la condición necesaria para que exista un lugar. Cuando se organizaba la lucha contra la ampliación de un aeropuerto o un túnel ferroviario el bloqueo implicaba un proceso de ocupación del sitio en cuestión para luego construir (cabañas, huertas, talleres), etc constituyendo así una zona autónoma definitiva que reconfiguraba lo local como apalancamiento y vinculación con otras zonas de disidencia sin importar las fronteras.
El autonomismo del primer siglo XXI apostaban por la desconexión, al bloqueo, al sabotaje del control global apelando a la vitalidad de lo común, ¿pero estas "comunas" no terminaban siendo enclaves de arquitecturas primitivas que nos distrayen de los verdaderos puntos que articulan estratégicamente el territorio?

Estos circuitos activistas transfronterizos del primer siglo XXI, apostaban a la desconexión, al bloqueo, al sabotaje del control global, a desmantelar a la ciudad neoliberal en funciones apelando a la vitalidad de lo común, de la “comuna”. ¿Pero no terminaban estos enclaves siendo parecidos a las “aldeas Potemkin”, aquellos pueblos de madera y tela en el desierto que el ministro Grigori Potemkin construía para mostrarle a la zarina Catalina de Rusia? ¿No serán arquitecturas primitivas distrayéndonos de los verdaderos puntos cruciales que articulan estratégicamente el territorio?
La deriva distópica del sabotaje
Más que un crossfit para artistas y arquitectos, el pequeño experimento de Osthang sirvió para pensar la compleja relación entre activismo, construcción y logística y testear los límites de la autoorganización colectiva por fuera del Estado en un momento crítico de la civilización europea. Los pabellones de madera surgidos como hongos bajo el follaje sugería al visitante desprevenido una distopía posible: llegado el momento el único plan posible era internarse en los bosques como en aquel final del Fahrenheit 451 de Truffaut. Así como el edicto de movilización general de 1914 organizó de un día para otro a las poblaciónes para la guerra inminente, este manifiesto autonomista, un siglo después, apuntaba a organizar la huida de las ciudades y pensar las capacidades materiales necesarias para vivir por fuera de la sociedad neoliberal.
Según el Comité Invisible la tarea primordial de los gobiernos era conjurar la amenaza de que la población de las ciudades se fugara a la periferia, donde se pueda organizar en comunidades autónomas. Paradójicamente durante la pandemia los gobiernos llevaron a otro nivel esta estrategia de amedrentamiento mediante el encierro compulsivo a gran escala de toda la población pero en su propia casa.
Las zonas de autonomía definitiva, eran el resultado de articular las luchas locales como puntos de apalancamiento contra los grandes proyectos logísticos gubernamentales. Esta escala de análisis más allá de lo urbano era correcta ―habían descubierto algo en la relación entre lo local y lo global― pero los agentes encargados de rediseñar la infraestructura a escala continental serían otros y no artistas precisamente. El esquema de sabotaje pasó a ser ejercido por los estados. El gran juego dejó de ser la resistencia local a los grandes proyectos sino que los estados cambiaron el nivel del juego, y se vieron forzados a pensar en una arquiectura defensiva y ya no en la conexion o integracion como bien supremo.
Las fuerzas de la dispersión se hacen presentes
Luego del derribo del MH17, las autoridades acudieron al crash site:
El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad una resolución en la que exige el acceso seguro y sin restricciones al sitio del impacto del avión malayo siniestrado y pidió una plena cooperación con la investigación internacional.
Un pequeño equipo de reconocimiento australiano y neerlandés llegó al lugar del accidente del vuelo MH17 de Malaysia Airlines tras cuatro días de intentos fallidos por cruzar la zona de combate hasta los restos del avión. Su objetivo era recuperar los cadáveres y las cajas negras del avión siniestrado. El pequeño equipo de reconocimiento tardó más de seis horas en inspeccionar carreteras y encontrar una ruta que sorteara los varios frentes de combate, la misión fue "extremadamente peligrosa".
La caída del MH17 fue un acontecimiento que estremeció a Europa. Muchos se refirieron en su momento como un “11 de septiembre holandés”. Pero sobre todo fue una terrible advertencia sobre cómo un lejano conflicto fronterizo puede escalar. El caos y la dispersión que sucede en territorios en disputa produce contigüidades espaciales inesperadas. El efecto mariposa no es el mismo desde que el hinterland de las ciudades ya no están resguardadas como en la Guerra Fría. Medio siglo después el poder de las instituciones se ha deslocalizado, se ha vuelto arquitectural e impersonal.
El urbanismo moderno se ha vuelto obsoleto para contrarrestar estas amenazas dispersas, operadas a remoto. Por la centralidad de sus instituciones, los edificios más representativos del poder se convertían en el blanco perfecto. Hoy han cedido su importancia a usinas, refinerías, depósitos, etc. El objetivo es la infraestructura crítica que articula los territorios y controla la logística y puede estar en cualquier lado.
La caída del MH17 fue una terrible advertencia sobre cómo un lejano conflicto fronterizo puede escalar: el urbanismo moderno se ha vuelto obsoleto para contrarrestar estas amenazas dispersas, operadas a remoto.
El crash site se convirtió en un laberinto geopolítico, en el cual los expertos no encontraban ―literalmente― el camino para acceder a la evidencia sobre las causas del accidente y, eventualmente, a los autores materiales del atentado. Este escenario fue aquel territorio afectivo próximo, esa isla del archipiélago donde se forjaba la nueva ciudadanía, la nueva colonia de artistas contemporáneos, el nuevo training ground ciudadano, en definitiva el foro donde fueron citados a la fuerza analistas forenses, milicias, pobladores rurales, activistas digitales, burócratas, etc
Cuando se puede ir caminando de un lugar a otro, no hay proyecto local que pueda desentenderse de las reconfiguraciones a nivel continental. Lo local es ser consciente de esa interdependencia pero ya no bajo el paraguas tranquilizador del arte o el comercio, sino mediante la aparición brutal del conflicto.
Los muros están de vuelta.
Solo la lucha construye lo local pero ¿cómo se hace cuando hay facciones enfrentadas pugnando por definir la realidad? Meses después del accidente del vuelo MH17, en un gigantesco hangar militar de la ciudad holandesa de Hilversum se llevó a cabo la reconstrucción del avión siniestrado. Expertos en aviación, fiscales y forenses investigaron durante dos años la evidencia recolectada para probar el derribo. El Joint Investigation Team, el equipo transnacional que agrupa a los países con víctimas en el siniestro construyó un perfil del fuselaje sobre el que fueron pegando los fragmentos del avión siniestrado. Pero durante el lapso de la investigación fue creciendo otro foro: una usina de fake news. Ejércitos de trolls fueron reclutados para inundar foros y redes sociales con noticias falsas sobre los presuntos autores del atentado. Así fue como durante este evento se comenzaron a popularizar las herramientas de inteligencia de fuente abierta. Usuarios de la web envalentonados por las nuevas capacidades de investigación brindadas por las herramientas de cartografía y teledetección crearon comunidades online que se enfrentaban a otras propagadoras de noticias falsas. Uno de los pioneros en el uso de estas herramientas y que identificó mediante videos al vehículo lanzador de misil que culminó con el derribo del MH17 fue el célebre analista de defensa Beilingcat.
Los aficionados de la geopolítica no construyen con taladro y sierra circular sino que se pasan toda la noche tejiendo narrativas con las cuentas de X y Telegram, como anunció públicamente el propio Elon Musk en ocasión de la larga noche del motín de Wagner en el 2023. Habiendo pasado la experiencia de control global de la pandemia, la suspicacia de las redes ahora cataloga a todas estas investigaciones como mera propaganda. Ya estamos en la esfera de la post verdad. El redpilling se ha vuelto la argamasa narrativa de todo acontecimiento contemporáneo. La generación de psyops, la proliferación de la jerga de los aparatos de inteligencia casi al mismo nivel que la que los estilos arquitectónicos tuvieron alguna vez (después de todo, son lenguajes con ciclos de auge y decadencia) han contribuido al estrato esotérico que se ha ido construyendo alrededor del orden de las cosas.
Cuando un joven Curzio Malaparte a bordo de un blindado alemán atravesaba como corresponsal las llanuras de Ucrania en 1941, en un alto del avance se puso a observar a un grupo de soldados ensimismados en diversas tareas. El ritmo unísono del trabajo colectivo le sugirió que el conocimiento del funcionamiento material de este mundo, y no las emociones, iba a ser uno de los saberes estratégicos de nuestra época. Solo quien sabe hacer funcionar un sistema sabe también cómo bloquearlo. La pequeña aldea de Osthang con su horizontalismo había conjurado la obra de arte total de la planificación modernista, pero la sincronización de la época fue cruel como lo fue con la Mathildenhöhe. El paisaje político había cambiado y la escala del gesto técnico necesario también. El orden de las cosas exige ahora sabotear infraestructuras, detener flujos migratorios o reconfigurar los circuitos energéticos.
Aquellos agudos análisis del Comité Invisible podrían ser hoy el atajo vanguardista para narrar el pasaje de un esquema de autonomía dispersa e ingobernable (local, contestataria y progresista), como querían los comisarios culturales del proyecto de zona autónoma temporaria de Osthang, hacia una arquitectura de seguridad continental como objetivo superior del “urbanismo’ según los tecnócratas. Este post-urbanismo piensa que su principal misión es la defensiva, construir un gran muro de contramedidas electrónicas en prevención de una posible invasión que no se sabe cuando llegará.
Este post-urbanismo piensa que su principal misión es la defensiva, construir un gran muro de contramedidas electrónicas en prevención de una posible invasión que no se sabe cuando llegará
El devenir de aquel pequeño lote vacante primero en un proceso de planificación participativo, luego campo de construcción colectivo y por último aldea autónoma temporaria, marcó un pasaje en la imaginación de cómo se percibia un futuro donde la idea de lo común tenia que ser restringida a la pequeña escala resistiendo el control de los estados. Paradójicamente las crisis de seguridad y migratoria que habían quedado en el pasado para la generación de postguerra, volvieron a replantear la escala de cómo pensar las defensas y los controles. Después del hito de la caída del muro en 1989, esta época asiste al despliegue de miles de muros virtuales y materiales, uno de los elementos primitivos de la arquitectura. La función defensiva del cerco, comienza a protagonizar el espacio común, con una esfera pública fragmentada y en proceso de desacople, retrayéndose a explorar nuevos esquemas espaciales post urbanos pero no de la mano de arquitectos o artistas, sino de tecnocratas, agentes secretos y planificadores, pero militares.
El proyecto Osthang fue cedido al municipio que luego de un tiempo trató de que sea utilizado como feria navideña y campo de juego para niños. Al principio funcionó, pero después perdió interés entre los vecinos. El municipio desconectó los servicios de agua y electricidad mientras era reclamado por la naturaleza. Como en una alegoría postmoderna, los pabellones tomados por las plantas fueron ocupados por homeless y refugiados provenientes de zonas de guerra civil. Ahora sí era una zona off the grid y fuera del Estado. Una noche, el pequeño bosquecillo se iluminó por un fuego mal apagado y la pequeña aldea autónoma quedó arrasada por las llamas en minutos. Un mail círculo entre los que colaboraron en la construcción con las fotos de las ruinas pero nadie respondió.