"A Putin no le importan los ucranianos rusoparlantes, sólo quiere tomar el pueblo y el territorio ucranianos"
Desde 2014, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha suscitado preguntas complejas sobre las políticas internas y exteriores de Vladímir Putin. El Kremlin y sus funcionarios justifican la guerra recurriendo a la realpolitik y a narrativas imperiales rusas. Entrevistamos a Olena Snygir, investigadora del Programa Eurasia del Instituto de Investigación de Política Exterior y del Centro Robert Schuman del Instituto Universitario Europeo. Es especialista en narrativas estratégicas rusas y propaganda de guerra, y ha publicado numerosos artículos sobre política exterior rusa, tácticas intervencionistas, memoria histórica y la guerra en Ucrania.
por Salvador Lima
Desde la invasión rusa a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, alrededor de 6 millones de ucranianos como usted viven ahora en países occidentales. ¿Cuánto ha cambiado su vida desde el año 2022? ¿Y cómo mantienen los ucranianos en el extranjero sus vínculos con su país?
Mi vida cambió por completo en un solo día. Dejé mi casa en cuanto empezó la guerra, porque vi lo que se avecinaba. Mi esposo se quedó, pero por el bien de nuestros hijos decidimos que yo saldría del país con ellos. Vivir en condiciones de guerra, incluso en Kiev y no en el frente, pone a prueba la suerte de uno cada día. Nunca sabes cuándo un dron o un misil puede caer sobre tu casa o tu patio, y vemos en las noticias diarias desde Ucrania que así es como Rusia libra esta guerra: atacando a civiles. Nunca quise que mis hijos vivieran en ese entorno; quería que tuvieran una infancia normal, un desarrollo saludable y una buena educación.
La mayoría de la retórica política y las narrativas que mencioné sobre la guerra y Occidente provienen de las ideas de Dugin. No se trata sólo del nacionalismo ruso, sino principalmente de la idea de Rusia como campeona de los valores tradicionales y como fuerza de contención frente a la noción occidental de progreso

La mayoría de los expatriados ucranianos intentan mantener fuertes vínculos con Ucrania. Todos donamos a distintas entidades ucranianas y apoyamos al ejército. En parte, estamos compensando las carencias que deja una política estatal ucraniana que no es tan eficiente. Lo que es notable es que la gente intenta preservar su identidad. Lo que he observado es que incluso los ucranianos rusoparlantes de las regiones orientales han cambiado al idioma ucraniano. Conocía personas que nunca habían hablado ucraniano antes de 2022 y ahora lo hablan en Finlandia, Francia o España. Es difícil describir su trauma psicológico, pero están muy decididos a apoyar a Ucrania y resistir a Rusia. Además, los exiliados de guerra ucranianos se integran muy bien en las sociedades que los acogen.
¿Qué lugar tiene la guerra en la cultura, identidad e historia del pueblo ruso? ¿Cómo puede interpretarse la guerra con Ucrania desde esta perspectiva?
Hoy se puede decir con seguridad que toda la construcción pública rusa en torno a la cultura, la identidad y la memoria se basa en un entrelazamiento distorsionado entre la historia de las guerras rusas y el conflicto actual en Ucrania. El primer nivel es la idea del "mundo ruso" como una civilización autosuficiente con valores tradicionales y un pueblo distinto de Occidente. Es lo que los rusos llaman *Russkiy mir*. Aunque no se limita a los hablantes de ruso, esta ideología abarca una noción paneslava de identidad cultural e histórica que sostiene la idea de un gran etnos o nación rusa que incluye a ucranianos y bielorrusos. En esta narrativa, la soberanía, identidad, idioma y Estado ucranianos fueron inventos de Occidente para debilitar a la Gran Rusia.
Se trata de discursos que resuenan poderosamente entre la ciudadanía rusa –debido a décadas de adoctrinamiento, educación, desfiles, medios estatales, etc.–, de modo que Vladímir Putin puede decirles que está llevando a cabo esta guerra para liberar a los ucranianos del yugo occidental y devolverlos al seno de la comunidad rusa. Aquí encontramos un segundo nivel: la guerra contra Occidente. En la jerga de Putin, las guerras de agresión de Rusia en Georgia o Ucrania se explican como resistencia al dominio occidental y como una lucha por construir un orden mundial más justo y democrático basado en la multipolaridad.
Según la visión rusa, el gobierno de Kiev actúa como un Estado vasallo que libra una guerra por poder contra Rusia en nombre de sus señores estadounidenses. De ese modo, Rusia priva a Ucrania de su agencia, convirtiéndola en un títere en el juego de las grandes potencias y despreciando todas las luchas del pueblo ucraniano desde 1917 para lograr independencia, soberanía y reconocimiento como país europeo.
Dentro de esta gran narrativa encontramos el tercer nivel, que combina elementos del pasado y del presente para presentar la “operación militar especial” de Putin en Ucrania como una continuación del momento más celebrado de la historia rusa: la Gran Guerra Patriótica (1941–1945). Desde la época soviética, el Estado ruso ha manipulado la historia y ocultado hechos relevantes, como el pacto Molotov-Ribbentrop o la masacre de Katyn, para presentar la Gran Guerra Patriótica como una guerra antifascista y como el sacrificio supremo del pueblo ruso, ocultando las historias de violencia, genocidio y desplazamientos que sufrieron otras nacionalidades de la URSS y de Polonia.
La clave hoy es que entrelazan y mezclan esta narrativa de la guerra antifascista con la guerra actual en Ucrania. Una de las principales justificaciones de la invasión en 2022 fue la “desnazificación” de Ucrania. Desde febrero de 2014, Putin ha presentado la Revolución del Maidán como un golpe respaldado por Occidente que llevó al poder en Kiev a ultranacionalistas y nazis. Mediante acrobacias retóricas, Volodímir Zelenski (judío rusoparlante) y su gobierno serían los herederos aparentes de la Organización de Nacionalistas Ucranianos de Stepán Bandera —una figura controvertida en la historia ucraniana, vista por algunos como un luchador por la libertad y por otros como un colaborador nazi.
Mi vida cambió por completo en un solo día. Dejé mi casa en cuanto empezó la guerra, porque vi lo que se avecinaba.
El aparato estatal de Putin entrelaza ambas historias bélicas —los años 40 y los años 20 del siglo XXI— de tal forma que las presenta como si no hubiera temporalidad ni distancia entre las dos guerras. De la Gran Guerra Patriótica toman las imágenes y mensajes más importantes para elaborar la terminología del conflicto en Ucrania. Sigo de cerca los medios rusos por mi investigación, y a veces parece que, para los rusos, la guerra en Ucrania comenzó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, como si no hubieran pasado ocho décadas.
En este sentido, Rusia representa también una amenaza para Europa. Porque oímos todo el tiempo a funcionarios rusos como Putin, Serguéi Lavrov, Nikolái Pátrushev y Dmitri Medvédev hablar de la misión sagrada de Rusia de desnazificar Ucrania y combatir el neonazismo en Europa. Ahora bien, cuando hablan de nazismo en Europa, no se refieren a lo que llamamos extrema derecha, sino a la democracia liberal. Hablan de un “neonazismo/fascismo liberal” para desacreditar a las democracias liberales occidentales y a los esfuerzos ucranianos por convertirse en una de ellas.
Aun así, la centralidad de la guerra en la cultura rusa no se limita a esta revisión autoritaria de la historia. Tiene también un lado más personal y cotidiano. La guerra significa seguridad y longevidad para una élite dirigente rusa que no sabe gobernar de otra manera. Si se observan las biografías de Putin y de sus allegados, la mayoría proviene de la antigua red de la KGB. Creen genuinamente que la única forma posible de gobernar es a través del miedo y la política autoritaria, porque eso aprendieron durante sus años formativos en las estructuras soviéticas de seguridad y militares. Para mantenerse en el poder, no dudan en imponer los mayores sacrificios al resto de la sociedad civil. Todo debe sacrificarse en nombre de la seguridad y la gloria nacional.
¿Hasta qué punto creen los ciudadanos rusos en esta narrativa?
Según las últimas encuestas del Centro Levada —una organización rusa independiente de encuestas y estudios sociológicos declarada “agente extranjero” por el gobierno ruso— en febrero de 2025, los índices de aprobación de Putin eran muy altos, alrededor del 88%. Creo que la clave para entender esto es que Rusia nunca ha sido descolonizada. La cultura y literatura rusas nunca han sido sometidas a una revisión crítica; siguen gozando de gran prestigio tanto dentro como fuera del país. La historia rusa de expansión colonial, rusificación, imperialismo y represión de la disidencia sigue siendo percibida por la sociedad como una historia legítima de grandeza y rectitud. La sociedad rusa sigue viendo a Rusia como un imperio legítimo con una historia milenaria.
Esta es la narrativa de Putin: no hay interrupción en la línea del tiempo desde el primer Estado en las tierras rusas, pasando por los señores moscovitas, el zarismo, el Imperio, la Unión Soviética y la actual Federación Rusa.
Sobre esta base, no resulta tan difícil justificar y legitimar la guerra en Ucrania, ya que el gobierno ha cerrado todos los canales para una esfera pública auténtica y ha invadido la educación, los museos, los espacios públicos, etc., con estas mismas narrativas imperiales. Si se elimina todo lo demás, al pueblo no le queda otra cosa a la que aspirar que a esta mitología de grandeza y al culto de la guerra.
Quisiera volver a la idea de Rusia como una civilización original y auténtica. El concepto de *Russkiy mir* es difícil de captar para los que no hablan ruso. ¿Cuáles son los elementos clave en la construcción de esta conciencia histórica y nacional?
La idea del *Russkiy Mir* (“mundo ruso”) fue desarrollada por completo por el estratega político ruso Piotr Shchedrovitski en su artículo de 1999 “El mundo ruso y las características rusas transnacionales”. En su opinión, el “mundo ruso” es mucho más que un eslogan político: es un vasto espacio cultural y civilizacional que trasciende las fronteras nacionales de Rusia. Reúne a personas de todo el mundo que hablan ruso, viven según las tradiciones culturales rusas y sienten pertenencia a este legado compartido, sin importar qué pasaporte tengan. Shchedrovitski argumentaba que el “mundo ruso” creció orgánicamente a través de siglos de expansión cultural. Destacaba su carácter transnacional: las comunidades rusoparlantes del mundo han conservado un sentido de identidad compartida, manteniendo lazos culturales estrechos entre sí y con Rusia, a menudo mediante redes informales que operan más allá de las estructuras estatales.
Hoy, los investigadores coinciden en que, tras el colapso de la Unión Soviética, Rusia tenía pocas posibilidades de adoptar una transformación liberal-democrática. El legado de tradiciones administrativas arraigadas, marcos institucionales persistentes y la continuidad de las élites políticas hicieron que el cambio significativo fuera casi imposible. En su lugar, los círculos políticos, administrativos e intelectuales de Rusia se vieron cada vez más dominados por ideas revisionistas, chovinistas e imperiales. Así, el concepto del *Russkiy mir* no solo se institucionalizó, sino que se utilizó activamente como arma ideológica, avanzando de la mano del ascenso de Vladímir Putin al poder.
Una ley federal de 1999 redefinió la categoría de *sootechestvenniki* (compatriotas) para expandir la interferencia rusa en el extranjero. Según esta ley, los compatriotas eran todos los nacidos en el Imperio Ruso o en la Unión Soviética, incluidos sus descendientes.
Es una visión autoritaria de la cultura y la identidad, ya que los compatriotas no pueden elegir pertenecer al mundo ruso. Son considerados rusos porque sus antepasados nacieron en un territorio que una vez estuvo bajo dominio ruso. Llamar compatriota a alguien significa definirlo como parte de esta civilización única, sin importar las fronteras estatales, lo cual implica que Rusia puede y debe intervenir dondequiera que sus derechos estén siendo violados. ¿Cuáles son estos derechos? El derecho a hablar ruso, a crecer según las tradiciones rusas, a asistir al culto ortodoxo ruso, etc. Así legitimaron las invasiones en Georgia, Crimea y Ucrania para proteger a los compatriotas rusos.
Se trata de la Gran Rusia histórica, que no es otra que el Imperio Ruso. Lo curioso es que la noción territorial del *Russkiy mir* se amplió desde la anexión de Crimea en 2014 para incluir también a todas aquellas personas del mundo que se sienten vagamente conectadas con la cultura y el patrimonio rusos: quienes estudian el idioma ruso y quienes se interesan por sus tradiciones y valores. Cualquiera puede encontrar esta misión “civilizacional” en la página en inglés de la Fundación Russkiy Mir, creada en 2007 “para promover el mundo ruso como un proyecto global”. Otro hito fue el Congreso del Consejo Mundial del Pueblo Ruso de 2024, presidido por el patriarca Kirill, jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa. En esa ocasión, Kirill describió el “mundo ruso” como una civilización dada por Dios, unificada por la fe, el idioma y la memoria histórica. Como protector del *Russkiy mir*, el papel de Rusia es custodiar los valores tradicionales y proteger al mundo del mal en forma de política y cultura liberales. Esto implica combatir todo intento de Occidente por establecer una hegemonía mundial y subordinar a la humanidad al liberalismo y a la libertad individual.
Cuando hablamos del *Russkiy mir*, parece que nos referimos a una vasta estrategia que combina el poder duro y el poder blando. En cuanto a este último, hay dos actores centrales que se han mencionado brevemente: la Iglesia Ortodoxa Rusa y los intelectuales —hombres como Aleksandr Dugin, Serguéi Kurginyán o Vladímir Medinski.
Es esencial distinguir entre la Iglesia Ortodoxa Oriental y la Iglesia Ortodoxa Rusa. La primera es la ortodoxia ecuménica greco-católica, con su patriarca Bartolomé con sede en Estambul/Constantinopla; la segunda es una institución rusa que no responde a ninguna autoridad religiosa superior, y que siempre ha colaborado con las políticas de la "Gran Rusia" de Vladímir Putin. El clero ortodoxo ruso forma parte hoy en día del liderazgo ruso. Comparte los objetivos y los beneficios del régimen. El patriarca Kirill también proviene de los círculos de la KGB. Hubo una oposición menor dentro de la Iglesia Ortodoxa Rusa contra la guerra en Ucrania, pero esos pocos sacerdotes fueron inmediatamente excluidos, reprimidos y castigados. Así que, la Iglesia Ortodoxa Rusa no es ni iglesia, ni ortodoxa: es rusa. Bendicen a los soldados que van al frente, diciendo que se trata de una guerra santa.
Y sobre los intelectuales, me gustaría centrarme en Dugin, ya que es el principal. En sus primeros días como figura pública, se le consideraba un personaje marginal, un filósofo loco. Fue un error, porque terminó siendo muy influyente. La mayoría de la retórica política y las narrativas que mencioné sobre la guerra y Occidente provienen de las ideas de Dugin. No se trata sólo del nacionalismo ruso, sino principalmente de la idea de Rusia como campeona de los valores tradicionales y como fuerza de contención frente a la noción occidental de progreso. Su principal contribución intelectual ha sido traducir el viejo concepto de eurasiatismo a términos más cercanos al *Russkiy mir* beligerante, y promover un mundo multipolar que reemplace la hegemonía occidental.
Es importante saber que Dugin es influyente tanto en Rusia como en el extranjero, especialmente en el Sur Global. Escribe mucho, sus libros están traducidos a muchos idiomas y se publican en numerosos países. Es un pensador tradicionalista bien considerado en ciertos círculos ultranacionalistas y antiliberales de Occidente. Desde 2014, ha sido uno de los defensores más firmes de los esfuerzos bélicos rusos en Ucrania. Sin embargo, sus conexiones con Putin son sutiles; no tiene vínculos directos oficiales con el Kremlin —no lo veremos sentado junto a Putin en ceremonias oficiales— pero algunos de sus amigos sí tienen acceso directo a los círculos gubernamentales y son miembros importantes de la tradición ortodoxa rusa.
En conjunto, todos estos personajes —Putin, Kirill, Dugin, etc.— conforman un círculo interesante y ecléctico de nacionalistas ortodoxos, imperialistas radicales y personajes fascistas y chovinistas. Todos encuentran un terreno común en la Iglesia Ortodoxa Rusa y en su visión imperial de la "esfera de influencia" rusa —una forma educada de llamar al *Russkiy mir*.
¿Y qué opinan los miembros del llamado *Russkiy mir* en Ucrania? Si no me equivoco, antes de la primera invasión en 2014, amplias partes de la población ucraniana rusoparlante sentían esa conexión con Rusia. Me imagino que la guerra ha tenido varios efectos en las opiniones de estas personas desde 2014.
A Putin no le importan los ucranianos rusoparlantes. No necesita una alineación genuina ni su apoyo. Putin sólo quiere tomar el pueblo y el territorio ucranianos bajo su control.
Debo remarcar esto: a Putin no le importan los ucranianos rusoparlantes. No necesita una alineación genuina ni su apoyo. Putin sólo quiere tomar el pueblo y el territorio ucranianos bajo su control. Para vislumbrar un futuro oscuro bajo dominio ruso, tenemos el ejemplo de Chechenia. Putin impuso allí un régimen brutal que somete a las personas a una lucha diaria por sus necesidades básicas y por no ser arrestadas. Así es como los dictadores quiebran la voluntad de un pueblo: transforman a las sociedades en cuerpos dóciles que aceptarán todo para sobrevivir.
Putin afirmó que su invasión de Crimea en 2014 y la “operación militar especial” en 2022 tenían como objetivo proteger a la población rusoparlante de Ucrania de las políticas antirrusas del “gobierno nazi” de Kiev. Sin embargo, todo lo que sus fuerzas han hecho en la Ucrania ocupada ha sido torturar y matar precisamente a esas personas que decía proteger. Los campos de batalla más duros de la guerra se dieron en el sureste, donde vivía la mayoría de los rusoparlantes ucranianos. El efecto ha sido alejar a estas personas de la “Madre Rusia”. Informes y encuestas realizadas regularmente en Ucrania demuestran que los rusoparlantes ucranianos están optando por dejar de hablar ruso y forzándose a adoptar el ucraniano como lengua materna cotidiana. El mismo Zelenski, un rusoparlante de una familia judía de Kryvyi Rih, tuvo que aprender a hablar ucraniano con fluidez.
Quiero hacer aquí una aclaración. La región del sureste de Ucrania era rusoparlante debido a las políticas deliberadas de rusificación durante el Imperio ruso y la Unión Soviética. El Donbás era una región minera central en los proyectos de industrialización rusos desde finales de la década de 1860 hasta los años 40. Esta industrialización promovida por el Estado estuvo íntimamente ligada a la rusificación de otras nacionalidades y minorías. Especialmente durante la época soviética, el Estado fomentó la migración de trabajadores y técnicos rusos, y el ruso era el idioma oficial en fábricas, escuelas y la burocracia. Las políticas de rusificación también afectaron al resto del país. Nací en una familia ucranianohablante en Kiev, y, sin embargo, durante mis años escolares en la Ucrania soviética, se nos incentivaba a hablar ruso. Hablar ucraniano era una vergüenza; era el idioma del campo, de los incultos y de los ciudadanos de segunda clase. Si alguien quería hacer carrera, tener una buena educación y ser aceptado en la sociedad, debía hablar ruso.
Los rusos nunca lo llamarían así, pero fue un proceso de colonización interna que se remonta a las políticas zaristas del siglo XVIII. Se intensificó en 1920 cuando los bolcheviques derrotaron al Estado independiente ucraniano en el caos de la guerra civil rusa. El primer paso de la rusificación soviética fue matar o adoctrinar a la intelligentsia ucraniana: poetas, historiadores, músicos, artistas, filósofos y maestros. Así es como se priva a una nación de su herencia cultural. Luego impusieron la educación en ruso. Quienes resistían y hablaban ucraniano eran vilipendiados como “nacionalistas burgueses”.
El objetivo de Putin era crear la mayor dependencia energética posible en Europa para tener influencia política en momentos críticos —como ha ocurrido desde 2014.
Así es como las regiones del sureste de Ucrania se volvieron predominantemente rusoparlantes. Sin embargo, ese bilingüismo nunca fue un problema para los ucranianos en general. No había conflicto; todo el mundo en el país entendía ambos idiomas. Putin inventó ese problema. Su propaganda empezó a vender en 2014 la idea de que Ucrania estaba al borde de una guerra civil porque el gobierno ultranacionalista de Kiev —formado tras la Revolución del Maidán— oprimía a la población rusoparlante. Esa fue la narrativa utilizada para justificar la anexión de Crimea.
Desde 2007, Putin ha perseguido enfáticamente una agenda revisionista y antioccidental que busca restaurar un mundo multipolar e iliberal no sólo mediante campañas militares en Georgia, Siria y Ucrania, sino también a través de lo que podríamos definir como "intervenciones encubiertas" en las democracias occidentales. ¿Cuáles son esas intervenciones encubiertas y cómo exporta Rusia sus narrativas al extranjero?
Es interesante cómo ha evolucionado la confrontación rusa y su guerra híbrida contra Occidente en esta esfera. Aunque en 2007, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, Putin criticó la unipolaridad occidental y declaró que Rusia no toleraría un papel subordinado, hasta 2014 sus tácticas contra Europa y Estados Unidos seguían siendo de poder blando. Se trataba de conexiones informales con élites occidentales a través de acuerdos económicos y cooperación cultural. Esto alimentó una dinámica de negocios turbios con el Estado ruso que trajo más y más corrupción. Francamente, los europeos lo pusieron muy fácil. Basta mirar a las élites alemanas y cómo fueron engañadas y corrompidas por los acuerdos energéticos con Rusia.
El objetivo de Putin era crear la mayor dependencia energética posible en Europa para tener influencia política en momentos críticos —como ha ocurrido desde 2014. Esta influencia política no se limitaba a los políticos de extrema derecha, sino que era transversal a todo el espectro político. Tomemos como ejemplo a Gerhard Schröder, líder del Partido Socialdemócrata y canciller alemán entre 1998 y 2005. En algún momento, se convirtió en un títere total de Rusia. Por supuesto, la extrema derecha siempre ha sido una de las puertas de entrada para Rusia en Europa, pero no la única. Los rusos no se enfocan en partidos, se enfocan en individuos, y lo único que estos individuos necesitan es disposición a la corrupción.
Después de 2014, y especialmente después de 2022, estas relaciones personales y simpatías abiertas hacia Rusia comenzaron a ser vistas como tóxicas, y la mayoría de los políticos trataron de distanciarse del Kremlin. Entonces, Rusia se concentró en los canales digitales y en los medios tradicionales para la difusión de propaganda, noticias falsas y teorías conspirativas. Cuando hablo de medios tradicionales en Rusia, me refiero a medios estatales o controlados por el Estado de una forma u otra. Aunque desde 2022 se ha vuelto más complejo y difícil para los medios rusos operar en Europa, aún difunden sus mentiras por el mundo. Donde no enfrentan restricciones, buscan establecer la presencia de empresas como Russia Today o la agencia de noticias Sputnik y formalizar la cooperación con gobiernos y medios extranjeros.
Así es como penetran la opinión pública extranjera con campañas personalizadas de información y desinformación. Los canales tradicionales rusos, los blogs, las redes sociales, trolls y bots difunden las mismas noticias manipuladas y narrativas en todo el mundo —especialmente en el Sur Global— pero las adaptan para cada audiencia según su contexto cultural y lingüístico. Es realmente una máquina implacable de propaganda y producción de noticias.
El Estado ruso ha destruido cualquier noción de libertad civil, creando una opinión pública monocorde y reprimiendo la disidencia. Muchos de estos disidentes están ahora en el exilio. ¿Cuáles son sus posiciones respecto al régimen putinista y la guerra en Ucrania? ¿Pueden ser aliados útiles para los ucranianos?
Los expatriados rusos en Occidente podrían desempeñar un papel significativo en el fin de esta guerra y en trazar estrategias futuras para la sociedad rusa. Necesitan líderes con la voz y las ideas adecuadas que los agrupen. Ahora mismo, están divididos. Además, la oposición rusa tiene dificultades para ver a Rusia como un estado imperial. Francamente, cuesta confiar en ellos, principalmente porque sabemos que el régimen de Putin rara vez permite que los verdaderos opositores escapen del país.
Hay algunas excepciones, y una de ellas es Garry Kaspárov. Ha sido un firme defensor de la causa ucraniana y crítico del Estado ruso hasta el punto de ser declarado "agente extranjero" en 2022. En cuanto al resto, la mayoría afirma ser opositor a Putin pero también intenta actuar como árbitro, elaborando narrativas ambiguas. Es imposible saber sus intenciones. Pueden ser agentes del régimen en el extranjero o simples "idiotas útiles". O, lo más probable, pueden ser expatriados asustados que escaparon de Rusia para salvar sus vidas pero que no olvidan que los servicios de inteligencia rusos pueden alcanzarlos en cualquier parte del mundo si así lo desean.
Tomemos, por ejemplo, a Vladímir Kara-Murza. Es un exiliado político, activista de derechos humanos y líder de Open Russia, una ONG que promueve la sociedad civil y la democracia en Rusia. Sin embargo, en su reciente discurso ante la Asamblea Francesa el 11 de abril, se refirió a una historia que escuchó de otro expatriado ruso, quien justificaba el uso de soldados de minorías étnicas en la guerra por parte de Putin bajo el argumento de que los rusos y los ucranianos son hermanos; como a los rusos les resultaría difícil matar a ucranianos, el ejército ruso recluta y contrata hombres de otros grupos étnicos —como buriatos, baskires u osetios— que no sentirían ese tipo de remordimiento. Es la misma narrativa paneslava que encontramos en el núcleo de la ideología imperial del *Russkiy mir*: los eslavos ortodoxos son civilizados, las minorías indígenas son brutales y bárbaras. Tras ser duramente criticado por difundir esta narrativa chovinista, Kara-Murza ha intentado limpiar su imagen, explicando que fue malinterpretado. Sin embargo, cuesta creer que un intelectual de su talla no entienda cómo funciona la manipulación de la información.
El punto es que, incluso si realmente son enemigos de Putin, la mayoría de los expatriados rusos siguen comportándose como nacionalistas. Yo nunca creería que un nacionalista ruso es enemigo de Putin, porque comparten el mismo valor central: la grandeza rusa. En general, repiten las narrativas del Kremlin, aunque de forma ligeramente distinta.
Hablamos ampliamente sobre la cultura bélica rusa y las narrativas militaristas. ¿Está ocurriendo lo mismo en Ucrania desde que empezó la guerra? ¿Está emergiendo algún tipo de cultura de guerra?
Yo no diría que en Ucrania está surgiendo una cultura militarista, pero la popularidad del Ejército ha aumentado. El Ejército es popular porque muestra resultados y protege al país. La sociedad ucraniana confía en el Ejército, pero desconfía de las instituciones gubernamentales, incluida la policía. Sin embargo, la sociedad ucraniana no se ha vuelto belicista. Está militarizada porque hay una necesidad, pero la gente odia la guerra.
Si los rusos ganan la guerra, reproducirán el mismo genocidio cultural que hicieron en tiempos de Iósif Stalin. Ya están preparados para ello, nombrando personas para hipotéticos cargos de gobierno en Ucrania y diseñando políticas para dictar el futuro de nuestro país. Hablan de campos de concentración y de limpieza política. Además, una victoria rusa no sólo sería catastrófica para Ucrania, sino también extremadamente peligrosa para Europa. Imaginemos un ejército ruso reforzado con las fuerzas y recursos ucranianos conquistados. Es una posibilidad espantosa pero realista. Los servicios de inteligencia de Alemania, Dinamarca, Estonia y Polonia han elaborado informes que muestran que Rusia se está preparando para un eventual ataque contra países de la OTAN dentro de los próximos cinco años. De ahí la relevancia existencial de esta guerra para Europa. Ucrania es la única fuerza viva que detiene a Rusia ahora mismo, y el frente está más cerca de Europa de lo que la mayoría de los europeos está dispuesta a admitir. Algunos intelectuales y políticos en Europa y Estados Unidos piensan que debemos lograr la paz a toda costa. Los ucranianos dicen: "Paz, sí, pero ¿qué clase de paz? ¿La paz de Putin?" Él destruiría a los ucranianos, absorbería la mitad del país y transformaría la otra mitad en un Estado vasallo como Bielorrusia.
Quiero enfatizar que no estamos luchando únicamente por la identidad o las tradiciones ucranianas. Esta no es simplemente una guerra por la identidad étnica —es una lucha por los valores. La gente está luchando por la libertad: la libertad de vivir en paz y de disfrutar del derecho a ser quien elijan ser. Durante más de veinte años, los ucranianos han demostrado constantemente su determinación de resistir la injerencia rusa. La Revolución Naranja en 2004 y la Revolución de la Dignidad en 2014 trataron de defender nuestra independencia, nuestra democracia y nuestro futuro europeo. Se trataba de recuperar nuestro derecho robado a elegir nuestro propio destino. Aspiramos a integrarnos plenamente en Europa y valoramos los valores liberales, la democracia y las libertades individuales. De eso trata esta guerra —y por eso exactamente Putin busca destruirnos.
Aspiramos a integrarnos plenamente en Europa y valoramos los valores liberales, la democracia y las libertades individuales. De eso trata esta guerra —y por eso exactamente Putin busca destruirnos.