Apostad por la excelencia, camaradas
De China esperamos efectividad. Aún con matices y reparos, las noticias de las últimas décadas anuncian que sus políticas -en múltiples ámbitos- son efectivas. Entre la fascinación y el horror, surge la pregunta por el tipo de sistema que permite tales niveles de planificación y cumplimiento, intensificada en un contexto global donde proliferan democracias de baja intensidad, cuya contracara es la insatisfacción ciudadana.
por Sofía Benencio
Durante al menos medio siglo, como un eco del mayo francés, buena parte de nuestro pensamiento político ha estado atravesado por ideas vinculadas a la incompletitud, la imposibilidad de cierre, la ausencia de fundamentos, la falla insoslayable, estructural, productiva. Esto ha generado, por un lado, un legado potente a partir de la negación de la totalización del orden político; dicho de otro modo, en la posibilidad de que siempre exista un otro, la pluralidad en sus incontables variantes. Sin embargo, por otro lado, la mezcla entre una lectura endeble de esa misma herencia y una impotencia práctica que actualmente se ve expresada en la crisis de las democracias, ha derivado en un distanciamiento de la idea de excelencia y, por lo tanto, como se argumenta más adelante, de la efectividad.
Vicente Luy tiene un poema que se parece mucho a un proverbio chino. No a uno en particular, sino que tiene las formas, el tono, de esos proverbios milenarios, como si uno de ellos viniera desde lejos y llegara a materializarse en una voz cordobesa:
Nos hacemos los boludos.
Igual, siempre viene alguien
y nos demuestra que el hombre puede ser mejor.
Sé que cuesta aceptarlo.
A mí, no.
Apostad por la excelencia, camaradas.
Una apuesta como esta, que implica pensamiento, proyección, agencia, aún en apertura a la radicalidad de lo que pueda mutar, nos coloca de forma concreta en un proceso firme y determinado de escucha profunda de los problemas de la época, aunque cueste aceptarlo. En este punto, radica una cuestión fundamental: si se busca entender algo de la efectividad china, es necesario tener cuidado con equívocos que la vinculan, por un lado, a una cuestión puramente tecnocrática y, por otro, a un sistema político específico. En primer lugar, en política nada puede reducirse a la técnica, aunque se trate de un aspecto relevante. En segundo lugar, el desarrollo de la efectividad no es inherente a un sistema político, sino que se trata de otro tipo de conjunción; no basta importar una maquinaria institucional para obtener resultados. En el pensamiento chino, la efectividad se encuentra integrada a la noción de excelencia, siendo una de las dos dimensiones que la componen. Entonces, encontramos una dimensión vinculada a los valores, que podría entenderse como una dimensión ética, y otra ligada a la efectividad, que puede tener dos caras, una técnica y la otra organizacional. Aquí nos interesa rehabilitar el valor de la efectividad que puede surgir a partir de la organización; efectividad no está completamente escindida de la ética, y viceversa: una ética que no encuentra sentido sin la posibilidad real de volverse efectiva.
Los logros que China ha conseguido en las últimas décadas, especialmente desde el inicio de este siglo, son los que justamente ponen en agenda la cuestión de la efectividad, tanto a nivel global como a nivel local. En este último nivel emergen preguntas sobre nuestra propia efectividad y la posibilidad de emular de algún modo el proceder chino. No se trata simplemente de logros aislados, sino de su escala, de la coherencia con un sistema de planificación ya consolidado, de la capacidad de proyectarlos en una temporalidad sostenida. Poco tiempo después de los inicios de su gobierno en 1949, el Partido Comunista Chino (PCCh) comenzó a ordenarse a través de Planes Quinquenales (PQ), el primero de ellos data del año 1953, y la capacidad de realización de los objetivos establecidos desde aquel momento fue creciendo hasta el punto de satisfacer su propia planificación y, a menudo, superándola. Cada Plan Quinquenal no es solo una lista de metas, sino una forma de institucionalizar el horizonte. La organización, aquí, no es solo un medio: es un principio. Y como tal, porta una racionalidad política que produce sentido -y legitimidad- más allá de los datos.
Entre los hitos más reconocidos a nivel internacional por su carácter histórico está el de la erradicación de la pobreza extrema, que se cumplió en el 13° PQ (2016-2020) sacando a unos 800 millones de personas de dicha condición, y que se encuentra en proceso de consolidación en el PQ actual (2021-2025). Además de este caso, también se destaca la extensión de la red de ferrocarril de alta velocidad, fundamental para un país con esas dimensiones territoriales, que cobró centralidad a partir del 11° PQ y superó sus proyecciones en el año 2020 llegando a los 35 mil kilómetros. También se propuso reducir la intensidad energética del país y aumentar el uso de energías renovables, logrando lo primero en un 40% de 2010 a 2020, y volviéndose el país con mayor capacidad renovable instalada en el mundo, además de dominar el 80% de la fabricación de componentes y dispositivos tecnológicos necesarios para su implementación.
El Partido Comunista Chino cuenta con una legitimidad histórica, anclada en la revolución y en su posterior modernización, se complementa con una legitimidad de desempeño que no es ciega ni eterna: el pueblo chino también evalúa, exige, protesta; hay un horizonte civilizatorio que organiza el sentido de esa efectividad.

Ante esta capacidad de presentar resultados, la pregunta que aparece cada vez con más frecuencia se desarrolla en torno a lo que está detrás de esa efectividad y lo que podemos recoger de la experiencia china para nuestros propios desafíos. Sin embargo, no se trata de trasplantar un sistema o un método específico. La co-implicancia entre efectividad y ética para construir la noción de excelencia nos permite entender al menos uno de los motivos: el modo de organizar y de organizarnos no es neutral, sino que se encuentra afectado tanto por la historia y la idiosincrasia de nuestros países, en general, como por aquello que valoramos, en particular. Para trazar preguntas y esbozar respuestas con mayor precisión, es interesante detenerse en un área en la que los resultados chinos también han tenido una gran relevancia, tanto para su propia proyección en tanto nación, como así también en términos globales: la restauración ecológica. La crisis ambiental presenta una urgencia específica, los márgenes de acción son temporalmente estrechos y los efectos muchas veces irreversibles, lo que tensiona directamente la capacidad de los Estados para organizar respuestas rápidas, efectivas y sostenidas. En este sentido, Loess se vuelve una puerta de entrada privilegiada para pensar la relación entre legitimidad, organización y valores frente a los desafíos del presente.
Una meseta
Luego de las inundaciones severas ocurridas en 1998 en las riberas y los afluentes del río Yangtze, la cuestión de la degradación ambiental ingresó a la agenda política china como un problema nacional de seguridad, y antes del cambio de siglo se da inicio al Grain for Green, el programa de restauración ecológica más grande de la historia en términos de alcance geográfico, cantidad de personas involucradas y extensión de superficie restaurada. Este programa estatal contó con el financiamiento internacional del Banco Mundial y tras más de 20 años que incluyeron etapas de ajustes, evaluación, consolidación y adaptación, se integró a un sistema de políticas más extenso bajo la idea de Civilización Ecológica acuñada por Xi Jinping. En el marco de este programa, una meseta alojó el proyecto regional que se transformaría en un ícono, la más ambiciosa restauración ecológica sobre un ecosistema específico emprendida hasta el momento: la Meseta de Loess. Ubicada en el centro y norte de China, con una superficie que alcanza los 640.000 km², incluye las provincias de Shaanxi, Gansu, Shanxi, pequeñas porciones de las provincias de Henan y Qinghai, y parte de las regiones autónomas de Ningxia y Mongolia Interior. Geografía de suelos fértiles y fáciles de cultivar, cuna de la civilización china con el surgimiento temprano de la agricultura. Sin embargo, el impacto prolongado de la intervención humana a lo largo de milenios, con el desarrollo de la agricultura intensiva en los últimos siglos, ha desencadenado en la Meseta un proceso sostenido de erosión del suelo, degradación de la tierra, desastres naturales recurrentes y pobreza estructural. Durante años se generó una retroalimentación mutua entre dinámicas naturales y acciones humanas, que se han reforzado en un ciclo de deterioro cada vez más profundo.
A partir del inicio del siglo XXI, con la implementación del programa de restauración, la cobertura vegetal en la Meseta de Loess aumentó de manera sostenida, alcanzando aproximadamente el 70% en los primeros 15 años. Este proceso no solo permitió controlar de forma efectiva la erosión del suelo y reducir drásticamente los sedimentos que llegaban al río Amarillo, sino que también transformó millones de hectáreas de tierras severamente degradadas en ecosistemas funcionales. En términos sociales, el programa logró sacar a más de 2,5 millones de personas de la pobreza. La restauración también tuvo un impacto ecológico profundo: se revirtió la desertificación, se estabilizaron laderas, y se recuperaron servicios ecosistémicos clave. En palabras de un campesino anónimo entrevistado para el registro documental que John Liu realizó bajo el nombre Lessons of the Loess Plateau (2009): “Cuando el entorno mejoró, todos los pájaros regresaron”.
Como en otros casos, surge la pregunta por la arquitectura que estuvo detrás de este programa de restauración. Las decisiones se tomaron bajo un esquema centralizado y verticalista, con una lógica top-down que comenzó por la prohibición de la agricultura intensiva en determinadas laderas y del pastoreo libre. Para implementar estas medidas, el gobierno nacional articuló un sistema de subsidios conocido como “pago por servicios ecosistémicos”, complementado por beneficios adicionales otorgados por gobiernos provinciales y locales. La participación fue un punto débil, en gran parte, exigida por los campesinos una vez comenzado el proyecto. Con el tiempo, esta participación fue nombrada bajo la noción de tokenismo: una inclusión simbólica, sin incidencia real en la construcción de las políticas.
Este tipo de tokenismo no es exclusivo del caso chino. También está presente en nuestras democracias, aunque con formas distintas y, en muchos casos, más problemáticas: simulacros de inclusión que no transforman nada y que, al no producir resultados, erosionan la legitimidad institucional. Sin embargo, en China, el tokenismo opera sobre un fondo de organización vertical que no pretende basarse en la participación como principio de legitimidad, sino en el cumplimiento de objetivos colectivos. Lo simbólico se tolera porque la legitimidad proviene del desempeño: de los resultados visibles que el sistema promete y entrega. No se simula una horizontalidad que no existe; se afirma otra cosa.
Con el tiempo, esta participación de los proyectos chinos fue nombrada bajo la noción de tokenismo: una inclusión simbólica, sin incidencia real en la construcción de las políticas. Este tipo de tokenismo no es exclusivo del caso chino.
En este sentido, una posible comparación entre Argentina y China revela una diferencia fundamental en la legitimidad de origen. El Partido Comunista Chino (PCCh) cuenta con una legitimidad histórica, anclada en la revolución y en su posterior modernización con Deng Xiaoping. Esa legitimidad no se renueva con la misma frecuencia que en los sistemas democráticos, pero se complementa con una legitimidad de desempeño. Dicho de otro modo, no existe una legitimidad de origen en sentido liberal, pero se sostiene y se actualiza otro tipo de legitimidad basada en su capacidad de producir resultados concretos: crecimiento, planificación, innovación. Esta legitimidad no es ciega ni eterna: el pueblo chino también evalúa, exige, protesta; detrás del desempeño, hay un orden ético-político propio, un horizonte civilizatorio que organiza el sentido de esa efectividad.
La pregunta por la efectividad, si se la toma en serio, exige ir más allá de la fascinación por los resultados, de las comparaciones superficiales entre sistemas: la efectividad no se trasplanta. En ningún caso se trata apenas de un paquete técnico que puede importarse, en cambio, es organización encarnada, entramada con formas de legitimidad, valores colectivos y temporalidades políticas específicas. En el caso de nuestras democracias, el tokenismo no envuelve solo un problema de diseño institucional, sino una manifestación de una crisis más profunda: la desconexión entre lo que decimos valorar y lo que efectivamente organizamos. Aunque en teoría, nuestros sistemas democráticos se fundan en la participación ciudadana como principio ético y político, en la práctica, esa participación muchas veces se reduce a una ficción: procedimientos vacíos, consultas simbólicas, espacios de intervención que transforman poco. Es un tokenismo estéril, que no solo no produce legitimidad, sino que alimenta la desconfianza y el desencanto.
En el caso chino, en cambio, el tokenismo -como se vio en el programa de restauración ecológica en Loess- no pretende simular una horizontalidad inexistente. La participación simbólica se tolera porque no es el fundamento de la legitimidad: lo es el desempeño. La efectividad, allí, no es un valor agregado, sino el núcleo de la legitimidad política. Y aunque puedan pensarse reajustes o aperturas, estos no se plantean desde la lógica de la representación, sino desde la eficacia organizacional. En ese marco, la capacidad del sistema chino para actualizar doctrinariamente sus principios -como lo muestra la transición hacia la Civilización Ecológica o la redefinición de sus objetivos estratégicos en cada Plan Quinquenal- es una herramienta poderosa sobre la cual vale la pena hacer foco. Lejos de la rigidez ideológica que muchas veces se le asigna al gobierno chino, se pone en acto una plasticidad doctrinaria que permite sostener un horizonte político mientras se transforman los medios para alcanzarlo. Esta diferencia es clave.
Mientras en China la legitimidad de origen es histórica y se complementa con resultados concretos, en nuestras democracias esa legitimidad se erosiona y no encuentra respaldo en el desempeño. El problema no es solo que nuestras instituciones no funcionan, sino que en ocasiones no logran representar ni transformar. Entonces, la pregunta se vuelve urgente: ¿qué es aquello que valoramos más allá de las instituciones? ¿Qué otros modos institucionales son posibles para el sostenimiento de esos valores? ¿Cómo organizamos su efectividad sin caer en el simulacro ni en el autoritarismo? Y sobre todo: ¿por qué deberíamos ser conservadores respecto a nuestras instituciones si ya no garantizan lo que decimos valorar? Si la participación es un valor ético, debe implicar algo más que cierta forma de obediencia a procedimientos a los que cada vez menos personas asisten: debe habilitar intervención, sostenimiento, transformación. No se trata de elegir entre democracia o efectividad, sino poner la imaginación al servicio de la efectividad sin renunciar a la implicación colectiva. Reapropiarse de la idea de actualización doctrinaria -no como dogma, sino como herramienta- puede ser una vía fértil para pensar instituciones que no se limiten a conservar, sino que habiliten canales concretos de transformación.
Mientras en China la legitimidad de origen es histórica y se complementa con resultados concretos, en nuestras democracias esa legitimidad se erosiona y no encuentra respaldo en el desempeño