Cinco brasiles

Brasil es un pueblo nuevo: deseuropeizado, desindianizado y desafricanizado a lo largo de los siglos, dio lugar a algo distinto que la suma de sus matrices. A partir de la obra final de Darcy Ribeiro se pueden mapear culturalmente cinco brasiles distintos, y conocerlos a través de la música, la literatura y el cine.

por Lucila Melendi

El pueblo brasileño

El pueblo brasileño fue la obsesión de Darcy Ribeiro, que así tituló su último libro, uno que escribió tres o cuatro veces a lo largo de su vida y sólo publicó cuando supo que no tendría tiempo de reescribirlo de nuevo, que esa vez se iba a morir de verdad. No es que uno pueda morirse de mentira, pero él ya había estado al borde una vez y se había salvado.

En 1964, Darcy Ribeiro llegó a Uruguay como un político brasileño exiliado —al momento del golpe, era el Jefe de Gabinete del presidente João Goulart— y se fue, cinco años después, consagrado como intelectual latinoamericano. Dedicó esos años a trabajar en la Universidad de la República —era antropólogo, primer rector de la Universidad de Brasília y ex ministro de Educación del Brasil— y a intentar explicarse la derrota. Por qué, una vez más, el proyecto de un Brasil para sí había fracasado.

No le alcanzó con un libro. Escribió cinco, que se publicaron en distintos años, en distintos países y en distinto orden pero que él se encargó de postular como una serie de “Estudios de Antropología de la Civilización”. Para explicar el Brasil necesitaba explicar América Latina y, para eso, precisaba formular una teoría de la historia, de los factores dinámicos del cambio social, en eso se le fueron dos libros: El proceso civilizatorio y Las Américas y la civilización, muy leídos por la generación de intelectuales latinoamericanos de la década de 1970, que acaban de ser reeditados con nuevas traducciones por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Después, le dedicó un libro a la estratificación social latinoamericana, El dilema de América Latina, en el que propuso una original tipología de clases sociales, y publicó un cuarto que tuvo un par de versiones, la última titulada Los indios y la civilización. El quinto libro, primero fue Brasil como problema, que se publicó en Montevideo en 1969; luego lo rehizo como una Teoría del Brasil pensada en tres partes, de la que sólo se publicó la primera, a través de Siglo XXI; hay una tercera versión que dijo haber escrito y descartado antes de publicar y, por fin, la última y definitiva, que ya convaleciente le dicta a una asesora que tipea, desde una hamaca en su casa en la playa de Maricá, y que se publica como versión definitiva, no sólo del libro sino del esfuerzo intelectual de toda una vida, como El pueblo brasileño, en 1995.

Un pueblo nuevo

La hipótesis central de sus estudios es que los pueblos de América son el producto no deseado de la empresa de conquista y colonización europea, puestos por la historia ante el desafío de dejar de ser pueblos para otros para ser, por fin, pueblos para sí. El presente de los pueblos latinoamericanos no es el pasado de los pueblos europeos, ni el presente estadounidense anuncia su futuro ineluctable. La cuestión es cómo cada pueblo se relaciona con la tecnología (la que inventa o con la que entra en contacto a través de factores externos y, podríamos decir, en esa diferencia se cifra gran parte de su teoría del desarrollo y la dependencia; también de sus propuestas para la universidad). Pero acá estamos para hablar del pueblo brasileño. Si todos los americanos somos fruto de la conjugación de tres matrices étnicas diferentes —la europea, la indígena y la africana— que en cada lugar tuvieron rasgos particulares, se mezclaron en distintas proporciones y bajo especiales formas de explotación socioeconómica que moldearon las características de lo que pasarían a ser las etnias nacionales, el brasileño es, además, un pueblo nuevo.

No un pueblo testimonio, heredero de una alta civilización indígena cuyo desarrollo evolutivo se vio interrumpido por la conquista y que, desde entonces, vive el trauma de ser dos; tampoco un pueblo trasplantado, como los de Estados Unidos o Canadá, que vinieron en familia desde el viejo mundo, como un excedente producido por la revolución industrial que llegó para recrear sus condiciones de vida en un nuevo paisaje, intentando mezclarse lo menos posible con cualquier otra gente. 

El brasileño es un pueblo nuevo, no un pueblo testimonio que vive el trauma de la conquista; tampoco un pueblo trasplantado, como los de Estados Unidos o Canadá.

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Hacia 1500, al momento del desembarco portugués, los indígenas del Brasil eran aproximadamente un millón; ocupaban la costa atlántica y subían el curso de los principales ríos; el Paraguay, el Guaporé, el Tapajós, el Amazonas. Eran buenos guerreros de habla tupí, que transitaban los primeros pasos de una revolución agrícola tropical, de la que se destaca la hazaña de haber domesticado la mandioca. Vivían divididos en decenas de grupos con aldeas de 300 a 2 mil habitantes que, cuando crecían, se dividían, desconocían y enfrentaban. Los portugueses no pudieron establecer una paz duradera, pero sí mezclarse a través del cuñadío, la práctica de casarse con una muchacha indígena y así contar con la colaboración de todos los “cuñados” para recolectar y embarcar troncos de palo-brasil. Así se formaron los primeros tres núcleos de ocupación, desde los que luego partirían los bandeirantes a invadir y conquistar los sertones interiores, cazando indios para esclavizar mientras intentaban encontrar oro: un núcleo en San Pablo, en torno a la figura de José Ramalho, fundador de la paulistanidad; un núcleo en Bahía, alrededor del náufrago Diogo Álvares (Caramuru) y otro en Pernambuco. Recién en 1580, cuando prenden las mudas de caña de azúcar en las tierras fértiles de la costa nordestina, se afianza el proyecto colonizador.

Entonces, los portugueses se lanzaron a la primera empresa comercial de alcance global: la captura y esclavización de personas en África, para producir azúcar, telas, cacao, café en América, para vender en Europa y el resto del mundo. Durante casi 400 años, entre 1501 y 1873, llegaron a los territorios americanos casi diez millones de africanos esclavizados, la mayoría de ellos para trabajar en plantaciones del Caribe, Brasil y Estados Unidos. En esos barcos, llegaban dioses, creencias y tradiciones que, en el régimen opresivo al que fueron sometidos, lograron expresarse en la religión, la música y las fiestas populares. En Brasil, los negros de origen bantú del Congo y Angola fueron repartidos en plantaciones del litoral central: Río de Janeiro, San Pablo, Espíritu Santo. Los de origen sudanés, como los nagô de cultura yorubá, fueron concentrados en zonas urbanas y suburbanas del nordeste, muy especialmente en las ciudades de Recife y San Salvador. Los africanos pertenecían a distintas naciones y hablaban lenguas diferentes. Paradójicamente, funcionaron como uno de los elementos básicos de aglutinación cultural al aprender el portugués del capataz y difundirlo por el Brasil cuando el descubrimiento de oro y diamantes en Minas Gerais supuso su traslado masivo hacia allí.  

Un pueblo nuevo es algo más y algo diferente que la suma de tres matrices, el libro trata de ese proceso violento de mezcla e integración de patrimonios culturales que dieron origen al Brasil. Deseuropeizados, desindianizados y desafricanizados a lo largo de los siglos, se transformaron en brasileños: algo más y algo diferente de todo cuanto había existido antes. 

¿Cuántos Brasiles caben en un país?

Promediando la mitad del libro, Darcy Ribeiro hace una confesión con la impunidad que puede tener alguien que sabe que se está muriendo. Dice que aunque con este libro termina su vasta teoría de la historia, las grandes secuencias históricas, únicas e irrepetibles, son en esencia inexplicables. 

La historia, a decir verdad, transcurre en los marcos locales, como eventos que el pueblo recuerda y explica a su modo. Es ahí, entre las líneas de creencias coparticipadas, de voluntades colectivas surgidas abruptamente, donde suceden las cosas.

 Y entonces se dedica a componer los cinco escenarios regionales brasileños que funcionaron como células socioculturales: desde las viejas zonas azucareras del litoral nordestino y los corrales ganaderos del interior hasta los núcleos mineros del centro del país, los extractivistas de la Amazonia y los pastoriles del extremo sur.

Hay que tener presente el punto en que las Américas (latinas) se bifurcan. En 1808, cuando Napoleón encarcela al rey Fernando VII, los súbditos españoles se organizan en juntas de gobierno. Los súbditos de las colonias hacen lo mismo y a los españoles no les gusta. Los súbditos no son todos iguales. Se presenta la oportunidad para los procesos de liberación e independencia que van a terminar con las ex colonias españolas (des)organizadas en más de quince estados. Pero las tropas de Napoleón no se detuvieron en España. La atravesaron hasta llegar a Portugal y entonces sucedió algo que lo cambió todo. La Corte portuguesa se escapó, atravesó el océano Atlántico escoltada por sus aliados ingleses, y se dedicó a reinar de este lado del mundo, desde Río de Janeiro, el rico puerto de sus minas de oro. La Independencia brasileña se va a dar en 1822, sin revolución, y heredándole a la nueva nación una clase gobernante experimentada que se ocupa celosamente de conservar la unidad territorial de todas las ex colonias portuguesas en América. Brasil ocupa la mitad de América del Sur. Alberga dentro de sus fronteras una diversidad cultural que tal vez pueda equipararse a la de los países hispanohablantes entre sí.   

¿Cómo aproximarse a esa diversidad? Lo que sigue es una selección caprichosa de obras a las que asomarse para espiar los cinco Brasiles de Darcy Ribeiro.

El Brasil crioulo de las herencias africanas

Branco, se você soubesse o valor que o preto tem.

Tu tomava um banho de piche, branco 

e, ficava preto também.

Ilê Ayê, disco Refavela

Gilberto Gil, 1977

Jorge Amado contó Bahía para el mundo y la puso en el mapa de la imaginación. Sus libros fueron traducidos a todos los idiomas, y a partir de varios se hicieron películas que también se estrenaron fuera del Brasil. Si Doña Flor y sus dos maridos es una excursión culinaria a los sabores y olores de la Bahía de Todos los Santos, Gabriela clavo y canela cuenta mejor que mucha obra sociológica las dinámicas del poder y la ocupación territorial frente a un auge económico producido por demanda del mercado mundial; en ese caso, del cacao y todo lo que implica la construcción del nuevo puerto en la ciudad de Ilhéus. Las películas de esos dos libros, dirigidas por Bruno Barreto, lanzaron a la fama mundial a Sonia Braga, quien encarnó a esas inolvidables heroínas. La obra de Amado se compone de más de treinta libros. Quiero destacar uno: Tienda de los Milagros, de 1969, también hecha película (por nadie menos que Nelson Pereira dos Santos, insignia del Cinema Novo brasileño, con música de Gilberto Gil), serie y traducida al castellano. Allí se cuenta la historia de Pedro Archanjo, un bahiano con profunda inserción en los cultos religiosos afro-brasileños, que estudia el mestizaje de forma amateur con un rigor científico que la academia colonizada no tiene. La novela es preciosa en sí misma, porque es una sátira divertida y conmovedora, y es valiosa por lo que registra. Hay que recordar que Jorge Amado fue quien tuvo profunda inserción en el candomblé, y su obra ocupa un lugar fundamental en la lucha contra la represión a la que todavía hoy son sometidas muchas de las religiones de matriz africana. 

En la misma época en la que empieza a escribir Jorge Amado, los años treinta, se publica Casa Grande y Senzala, de Gilberto Freyre, uno de los clásicos más importantes de lo que se puede llamar pensamiento social brasileño. Freyre se crió en el seno de una familia azucarera de Pernambuco y formó parte del movimiento regionalista. En 1930, acompaña al político Estácio Cimbra al exilio y conoce varios países africanos; luego viaja a la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, donde trabaja como profesor visitante y se forma en el relativismo cultural de Franz Boas. De vuelta en Brasil, en 1934, publica esa etnografía increíblemente detallada del mundo de los ingenios azucareros, en la que se preocupa por documentar los cientos de rasgos de la herencia cultural africana erudita que se filtraron desde los esclavos de la casa grande, la casa del patrón, hacia las familias de todo el Brasil: formas de hacer, de comer, de condimentar, de curar, de gozar. Se dice de ese libro que le faltó senzala: no se cuenta allí la vivencia de los esclavos de la plantación y, de alguna forma, se alimenta un mito de democracia racial que luego va a ser muy discutido. 

Casa Grande y Senzala documenta los rasgos culturales africanos que se filtraron desde los esclavos de la casa grande, la casa del patrón, hacia las familias de todo el Brasil

Pero volviendo a la senzala, ese punto de vista llegó en el siglo XXI, con el libro Um defeito de cor, de Ana María Gonçalves, de 2006, que tristemente no fue traducido a ningún otro idioma, al menos hasta ahora. Creo que hay que hablar de este libro y reclamar su traducción, porque es un libro imprescindible. La novela se construye a partir de papeles encontrados por la autora en una vieja iglesia de Bahía, desechados por el nuevo cura, escritos en un portugués antiguo, donde una mujer cuenta su historia desde que asesinan a su madre y su hermano en África, hasta que la secuestran a ella y su hermana gemela para meterlas en un barco tumbero y llevarlas a Bahía. Dicen que es la historia de Luísa Mahin, la presunta madre del abolicionista Luiz Gama, de la que se cree que lideró la famosa revuelta de los malê. Ese es el chimichurri del libro, que vale por lo otro: por los más de cuatrocientos personajes a través de los que cuenta la diversidad del fenómeno de la esclavitud en Brasil y la riqueza del patrimonio cultural que aportaron al pueblo brasileño. 

El Brasil sertanero de los bandoleros del interior

Inté mesmo a asa branca

Bateu asas do sertão

Entonce eu disse, adeus Rosinha

Guarda contigo meu coração

 Luiz Gonzaga, 1947

El sertón no es un lugar, sino un concepto. Todo lo que está más adentro de la línea de la costa, sin ser selva, es un poco el sertón. “El sertón es sin lugar. El sertón es del tamaño del mundo. El sertón es adentro de uno”, dice Riobaldo, el narrador de Gran Sertón: Veredas, el clásico indiscutido de João Guimarães Rosa, que en Argentina fue traducido por Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar y publicado por Adriana Hidalgo. Es difícil de leer porque Riobaldo habla en la lengua del sertón —ahí está su gracia— y es una lengua enrevesada. Pero, como en la vida misma, no hace falta entender todo para entender lo que importa, y si uno se entrega a la lectura de esas palabras, como si fueran un mantra, entra al sertón, un espacio llano y abandonado por Dios, donde hombres y mujeres vagan junto al ganado, organizados en bandas que administran la violencia para tratar de no sufrirla. “Usted sabe: el sertón es donde manda quien es fuerte, con las astucias. ¡Dios mismo, cuando venga, que venga armado!”.

Glauber Rocha, otra de las grandes figuras del Cinema Novo, lo eligió como escenario de su célebre Dios y el Diablo en la Tierra del Sol, de 1964. Un manifiesto sobre la brasilidad que cuenta la historia de Manuel, un vaquero que mata al capataz y huye sertón adentro con su esposa Rosa. En la película se dedica una parte importante al cangazo, los bandoleros que transitaban el sertón, figuras oscilantes entre justicieros y brutales. Lampião y Maria Bonita, los más famosos. En el Museo Cais do Sertão, de Recife, se expone cómo la imagen de los cangaceiros fue estilizada por el músico Luiz Gonzaga en los años 1940 con el objetivo comercial de proyectar su música nordestina al resto del Brasil, en un momento de grandes migraciones internas. Hay que decir que Luiz Gonzaga tuvo éxito. 

El sertón no es un lugar, sino un concepto: todo lo que está más adentro de la línea de la costa, sin ser selva, es un poco el sertón

Y, también, que de esa estética parte Kleber Mendoça Filho para construir Bacurau, una película de 2019 que tuvimos la suerte de ver en cines argentinos gracias a la participación de Sonia Braga, que opera como una Darín del cine brasileño: si Sonia aparece en la película, la película cruza la frontera. Bacurau es extraordinaria: una relectura en clave distópica de los mitos del sertón, que puede ser vista también como una crítica aguda a las dinámicas del capitalismo corporativo transnacional contemporáneo. En la película, unos gringos borran Bacurau del mapa para ir allí a matar gente porque sí, algo que sucede en Brasil cuando una empresa trasnacional elige un lugar del mapa donde instalar un gran emprendimiento minero o una gran represa hidroeléctrica, incluso si eso implica desplazar o pasar por encima a las miles de personas que viven allí, los atingidos por el desarrollo. En la fantasía distópica de Mendoça Filho, Bacurau es defendido por la banda del Lunga, unos cangaceiros que andan en moto pero cargan intacta la brutalidad justiciera de Lampião.

El Brasil caboclo de la Amazonia

En Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog, se cuenta bien la dificultad que supone penetrar la selva americana; yo también encuentro esa dificultad. El Brasil caboclo es el de los mestizos adaptados a la vida entre las aguas del norte brasileño, que durante muchos años vivieron de la recolección de “drogas silvestres” y caucho, esa resina que lloraban algunos árboles y que entre 1870 y 1920 sirvió para fabricar las gomas de los autos. 

Maíra es la primera novela de Darcy Ribeiro —que escribió cuatro— y se basa en el conocimiento antropológico logrado durante sus diez años de convivencia con comunidades indígenas, cuando trabajó como etnólogo en el Servicio de Protección al Indio (SPI) a las órdenes del mariscal Cândido Rondon, para contar el drama de la destribalización promovida por las misiones jesuíticas en la Amazonia, junto con el drama promovido por el capitalismo urbano y sus vacíos existenciales. Es un relato coral que empieza con una denuncia policial: un suizo encuentra el cuerpo de una mujer muerta al parir gemelos en una playa del río. La mujer era joven y rubia. Ahí se arma la podrida en la comisaría, que está cansada de lidiar con muertos pero nunca blancos y rubios y a mil kilómetros de distancia río adentro. Lo que parece absurdo o criminal, va a ir develando las tramas de la ocupación de la Amazonia, en las figuras de Alma, la carioca muerta; Isaías, un indio formado en Roma que vuelve a su tribu para asumir una responsabilidad heredada; y las disputas entre estas comunidades y sus hijos mestizos desgarrados, que las rondan. 

Brasil caboclo es el de los mestizos adaptados a la vida entre las aguas del norte brasileño, que durante muchos años vivieron de la recolección de “drogas silvestres” y caucho

Claro que también se puede leer el Tristes Trópicos de Levi-Strauss. Y, mejor aún, atender a lo que los yanomamis tienen para decir. Esta comunidad conmovió a la opinión pública internacional cuando en la década de 1990 fue víctima de masacres emprendidas por garimpeiros que buscaban oro y piedras preciosas en sus tierras. Más recientemente, sufrieron una nueva invasión que produjo la muerte de más de 500 niños y fue denunciada como un genocidio. Los yanomamis tienen muchos aliados que los ayudan a trascender las fronteras de la comunidad. Por ejemplo, con la película El último bosque, de 2021, el libro El espíritu de la floresta, del cacique Davi Kopenawa, que fue traducido al castellano y publicado por Eterna Cadencia, o La caída del cielo: reflexiones de un chamán yanomami, del mismo autor, que tiene una versión en documental audiovisual. En la misma línea aunque oriundo de los krenak del río Doce, en el sudeste brasileño, Ailton Krenak provoca a sus contemporáneos con las Ideas para postergar el fin del mundo, una compilación de dos conferencias dictadas en Lisboa en 2017, que se encuentran en castellano a través de Prometeo.

Los Brasiles del sudeste: San Pablo, Río de Janeiro, Minas Gerais

Daria um filme

Uma negra e uma criança nos braços

Solitária na floresta de concreto e aço

Veja, olha outra vez o rosto na multidão

A multidão é um monstro sem rosto e coração

Racionais MC’s, 2002

San Pablo fue uno de los primeros núcleos de ocupación brasileña, pero lo era como una villa pobre, San Vicente, habitada por mamelucos, hijos de padre portugués con mujeres tupíes, que no eran reconocidos como tupíes por su parentela materna, ni como portugueses por sus padres, pero que heredaban el conocimiento indígena de adaptación al medio tropical: sabían plantar mandioca, frijoles, maíz, calabaza, sabían abrir caminos en el monte: y eso era todo lo que se necesitaba para las incursiones tierra adentro. De modo que en San Pablo se forma el mayor núcleo de bandeirantes —el palacio de gobierno de San Pablo se llama “de los Bandeirantes”; de bandeirantes es el monumento imponente que se incluye en cualquier visita turística, y Fernão Dias, el mayor de ellos, da nombre a la ruta que une San Pablo con Minas Gerais— dedicados a buscar oro cazar indios, sueltos o dentro de las misiones jesuíticas, para vender al nordeste cuando el tráfico atlántico aún no estaba consolidado.

La situación cambia cuando finalmente encuentran oro en Minas Gerais, el eje de la colonización se desplaza desde el nordeste hacia ese centro que funciona como nudo de la integración brasileña, Río de Janeiro florece como puerto de exportación de esas riquezas, luego como capital del reino, después se produce el boom del café y ese sudeste triangular es hoy la zona más densamente poblada y económicamente activa del Brasil. A partir del siglo XX, San Pablo opera como capital del Brasil, aunque nunca lo haya sido formalmente. Allí se encuentra lo más parecido posible a un crisol de brasileidades, y funciona como faro para los que, desde cualquier extremo del país, sueñan con migrar hacia un futuro próspero.

San Pablo fue uno de los primeros núcleos de ocupación brasileña, pero lo era como una villa pobre, solo cuando encuentran oro en Minas Gerais, el eje de la colonización se desplaza a ese sudeste triangular es hoy la zona más económicamente activa del Brasil.

Pero ese futuro no siempre es próspero. Hay mujeres que lo cuentan en dos obras separadas por el tiempo pero que pueden pensarse en diálogo: el crudo relato de Carolina María de Jesús, escrito desde su casilla de cartón y maderas en la periferia de San Pablo, que se publicó bajo el título Cuarto de deshechos en 1960, felizmente traducido al castellano y publicado por la editorial Mandacaru en Argentina; y la película, más reciente, Qué horas ela volta? de Anna Muylaert (traducida como Una segunda madre) que cuenta la historia de Val, una empleada doméstica que trabaja para una familia acomodada y progresista de San Pablo que recibe sin inconvenientes a su hija, cuando viene del nordeste para rendir el exámen de ingreso a la universidad federal. 

Es un drama que explora con profundidad las diferencias de clase en el Brasil contemporáneo y permite asomarse a lo que San Pablo representa en el imaginario de millones de brasileños de otras regiones. Sobre lo que representa para los millones que viven en ella, especialmente si varones, jóvenes y negros, quizás lo mejor sea ver Racionais MC’s: De las calles de São Paulo para el mundo el documental sobre la banda Racionais MC’s, liderada por el carismático Mano Brown, que todavía está disponible en Netflix. 

El Brasil gaúcho: un Uruguay que no fue

Eu sou um peão de estância

E nascido lá no galpão

E aprendi desde criança

A honrar a tradição

Meu pai era um gaúcho

Que nunca conheceu luxo

Mas viveu folgado, enfim

Gaúcho da fronteira, 2006

Ana Terra y el capitán Rodrigo Cambará son dos personajes entrañables que ocupan un lugar bien alto dentro del patrimonio cultural brasileño. Hijos de la pluma de Érico Veríssimo, periodista y escritor gaúcho responsable por una obra prolífica, en la que se destaca la saga El tiempo y el viento, una novela en tres tomos que acompaña el devenir de la familia Terra-Cambará a lo largo de cinco generaciones, en las que todos participan de la hechura del Brasil. 

Ana Terra es una joven que vive con su padres y hermanos en el medio de la nada, en la frontera del Continente con los castellanos, a quienes temen. El padre tiene la loca idea de convertirse en agricultor en esas tierras de nadie, que el gobierno quiere ocupar para mantener fuera a los españoles. Hasta allí llega Pedro, un indio que fue criado por los curas en una misión jesuítica de la que huyó, que conoce mejor que ellos los secretos de la llanura y les enseña a habitarla, hasta que la tragedia se desata en dos actos sobre todos ellos. Ana Terra se sumará a un convoy que se dirige a fundar el pueblo de Santa Fe, y allí continuará la historia de su familia, años después, con una nieta que se enamora del adorable, pendenciero, brutal e inconveniente capitán Rodrigo Cambará. Un gaúcho siempre dispuesto a guerrear contra los castellanos y contra cualquiera que se atreva a atacar a un hombre desarmado. 

Eso que Syngenta llama la República Unida de la Soja, podría haber sido una república gaucha

El sur abarca los estados de Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul, pero gaúchos sólo son los últimos. Si uno mira un mapa político del Brasil se nota que al este de Corrientes y Misiones hay un estado que tiene casi la misma forma y tamaño que Uruguay, con quien comparte la frontera. Eso que Syngenta llama la República Unida de la Soja, podría haber sido una república gaucha. Para Darcy Ribeiro los gauchos fueron un pueblo nuevo: grupos de hombres desarraigados —indígenas que habían sido destribalizados en las misiones jesuíticas o por la esclavitud y blancos pobres— comienzan a convivir con un ganado libre se reproducía, salvaje, ocupando las llanuras al sur de Asunción y que todavía no llamaba la atención de nadie. Tan distintos de los portugueses como de los españoles, se movían con las vacas sin saber de dueños, patrones ni Estado sino hasta mucho después, cuando los saladeros valoricen la carne como producto de exportación. Con sus propias versiones del asado y el mate, iguales aunque diferentes, y partidos por los límites de las cuatro naciones que se inventaron sobre sus territorios, esos hombres siguen habitando la cuenca del Plata. El Gaúcho da Fronteira personifica el estereotipo. 

En tanto clásico indiscutido de la literatura brasileña, El tiempo y el viento fue muchas veces traducido y publicado, también en castellano. En 2013 se estrenó la película, del mismo nombre, dirigida por Jayme Monjardim y protagonizada por Fernanda Montenegro, Cleo Pires y Thiago Lacerda. Ahora que una película brasileña ganó el Oscar como mejor película extranjera (Aún estoy aquí, de Walter Salles, también director de la linda e icónica Estación Central) contando con la participación de Fernanda Montenegro (y el protagonismo de su hija, la talentosísima Fernanda Torres) quizás podamos esperar una mayor afluencia de estrenos brasileños en nuestros cines. Soñar no cuesta nada.

Un Brasil, todos los Brasiles ¿la civilización emergente?

Darcy Ribeiro decía que Brasil era la última reverberación del imperio romano. Una romanidad tardía y mejor, porque lavada en sangre india y negra, edificada sobre la provincia más linda de la Tierra. En sus últimas intervenciones, llegó a postular que el futuro de América Latina debía ser unirse para encarnar la civilización emergente, un bloque capaz de mantener la autonomía cultural frente a su oponente norteamericano y también frente al evidente resurgimiento de un bloque asiático. Brasil en particular, y América Latina unida, tendrían la potencia de erigir la primera civilización solidaria. 

No hay unidad posible entre países cuyos pueblos no se conocen. Martín Fierro decía que los hermanos sean unidos. Y José Martí decía: hay que conocer a los hermanos. “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos”.

¿Cómo conocer a un vecino tan influyente? De la misma forma que a cualquier cosa que valga la pena: a través del cine, la música y la literatura.

Darcy Ribeiro decía que Brasil era la última reverberación del imperio romano. Una romanidad tardía y mejor, porque lavada en sangre india y negra, edificada sobre la provincia más linda de la Tierra

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