Ciudad Woke / Ciudad Libertaria

La batalla cultural tiene también como campo de batalla la arquitectura y el urbanismo. Tucker Carlson, Javier Milei y en las redes sociales usuarios libertarios disparan contra la arquitectura moderna en favor de una especie de clasisimo neoclásico que convive con el turbo capitalismo del Cybertruck de Elon Musk. El anti-woke en urbanismo y su vinculo con la historia de ciudades como Los Angeles, Las Vegas y Buenos Aires.

por Dino Buzzi

La ciudad contemporánea, la ciudad que está en este momento en construcción, es invisible.

Albert Pope, Ladders, 1996 

¿Sueña la izquierda con edificios de concreto?

Más de un año atrás, en la muy publicitada entrevista que el periodista Tucker Carlson le hizo al Presidente Javier Milei, no habían pasado más de veinte minutos que de repente se estaba discutiendo de un tema que es inusual en las conversaciones con políticos contemporáneos: arquitectura

Según el presidente, la dicotomía entre las ideas libertarias y las ideas de izquierda se pueden resumir en el contrapunto entre la arquitectura porteña de la “Ciudad Libertaria” de la Generación del ´80, cuyo máximo representante sería el Teatro Colón, y la arquitectura socialista, representada por el edificio de Obras Públicas ( ¿Por qué la izquierda ama tanto al hormigón?, pregunta con preocupación sincera Carlston Tucker), un edificio “pobre” generado o planeado en un contexto de pobreza derivado de las condiciones materiales que la ideología de izquierda propaga y promueve. 

A pesar de ciertos atajos discutibles en ese inusual momento de crítica arquitectónica y de la saña que genera el edificio de Obras Públicas en cierto umbral de la política argentina (sobre cuya demolición se polemiza regularmente cada dos o tres años), el intercambio sirvió para dar origen a una pregunta que aún no tiene respuesta: ¿Hay en el ideario de los nuevos partidos y movimientos de derecha un modelo de ciudad, una matriz de crecimiento o un ideal de modo de vida en la ciudad?. 

En la Ciudad Libertaria se encontrarían una arquitectura neoclásica de basamentos, desarrollos y remates conviviendo con los proyectos Sci-fi de Elon Musk, el Hyperloop de Las Vegas o su línea de vehículos eléctricos

Imagen editable

A lo largo de estos últimos tiempos, un embrollo de interpretaciones contradictorias y un apego más bien difuso a la literatura especializada se fue retroalimentando en las redes sociales y en el boca a boca a partir de una de las dicotomías fundamentales que plantean actualmente algunas voces libertarias.  Según esta visión, ampliando el comentario de Milei, hay una arquitectura y un modelo de ciudad “comunistas”, conjunto en el cual, según enérgicos foristas, conviven elementos tan disimiles como la arquitectura masiva y superfuncional de algunos centros urbanos de los países del bloque soviético durante el Siglo XX (arquitectura que efectivamente podría ser comunista) pero también ideas urbanas de gran arraigo en el paradigma actual, como la priorización del transporte público y la movilidad activa, la mixidad de usos (y por tanto de usuarios) y respuestas racionales respecto a las problemáticas de sustentabilidad ambiental.

Del otro lado, en la que podríamos llamar la Ciudad Libertaria, se encontrarían otros elementos tan disimiles entre sí como una arquitectura neoclásica de basamentos, desarrollos y remates conviviendo con los proyectos Sci-fi de Elon Musk, como el Hyperloop de Las Vegas o su línea de vehículos eléctricos. En este modelo, además, el estado no pone límites ni trabas a las iniciativas privadas por medio de regulaciones excesivas o una torpe burocracia municipal  a cargo de aprobar proyectos.

Estas plataformas estéticas, que por ahora no son más que collages de imaginarios y de imágenes sugestivas, no terminan de delinear un ideario concreto, mucho menos un programa, sino que en el fondo parecieran reproducir cierta dinámica de comunicación actual. Son ideas segmentadas, sobre simplificadas, por las cuales se puede “hinchar” en redes posteando una imagen o dos, pero que difícilmente puedan sostenerse largamente en un debate o en un ensayo escrito.

De Políticas Públicas a “apps urbanas”

La ceremonia de asunción de Donald Trump tuvo, además de a Milei como invitado especial, una primera fila conformada por muchos de los empresarios más célebres e influyentes del mundo de la tecnología, entre los cuales se destacaba Elon Musk. Con un rol central en la conformación del paquete ideológico del gobierno y con un cargo que tiene como finalidad hacer un uso más eficiente de los recursos del estado, el empresario promueve una agenda en la que se entrecruzan la batalla cultural antiwoke (librada principalmente en la arena que se compró para hacerlo, la red social X) y un perfil de innovador tecnológico aceleracionista propio de un villano de James Bond. 

Elon Musk pareciera ser, en el conjunto no tan variopinto que integra, el más propositivo o entusiasta respecto a una aplicación urbana o territorial de sus ideas y productos. Desde el anguloso Cybetruck (eléctrico, gigantesco, icónico,) hasta sus proyectos y propuestas de túneles a través de los cuales circular a gran velocidad entre grandes metrópolis o inclusive (según declaraciones recientes) entre países, todo el ideario de Musk pareciera conformar un paquete de soluciones a la vida cotidiana en la gran ciudad a partir de características y elementos muy específicos: tecnología, velocidad, confort. El conjunto se ensambla y toma forma por medio de una estética “futurista” que, al igual que el futurismo italiano (el original, más bello, más sofisticado y más tragicómico, como todo lo italiano) se percibe estimulada por una pulsión algo adolescente, como excitada por la idea de que el futuro finalmente “se acerca”.

Pero a diferencia de los dibujos de los rascacielos de Antonio Sant´Elia, cuyos elementos principales (la altura, la escala gigantesca, el tema industrial) prefiguraron muchas visiones urbanas posteriores, en este nuevo frente ideológico no pareciera haber nuevas grandes ideas sobre la ciudad como conjunto. Como mucho, pareciera sugerirse el trazado de una curva: de la “Política Pública” (the Virgin) a la “App” ( the Chad). Una avanza de manera macilenta, requiere validaciones multisectoriales y sus resultados pueden tardar años en aparecer. La otra se compra como cualquier otro producto, cumple su único objetivo y no rinde cuentas más que al cliente. Pero la “app urbana”, si bien da en el blanco, inclusive de manera espectacular en algunas ocasiones, parece suelta de su conjunto. Responde a un momento del mercado, a un hallazgo del I+D o a un capricho. Son soluciones concretas en un marco que no cambia demasiado desde hace mucho tiempo.

Bien visto, entre un commuter en auto de los años ´50 y el orgulloso dueño de un Cybertruck no median más que alguna que otra tonelada, un sistema de navegación digital y algunas millas más por hora. Ambos comparten el mismo espacio inevitable y fatal de la autopista, como si a fin de cuentas el SXX siguiera más vivo de lo que pensamos.

X marks the spot

A principio de año, los incendios de Los Ángeles se volvieron, en las redes, el campo de batalla perfecto para este debate. Ciertas irregularidades en los operativos para prevenir, contener y apagar los fuegos constituyeron la comidilla de todos los que esperaban hacía rato una oportunidad de pasarle una factura al gobierno de Los Ángeles. El blanco de los ataques fue el cuerpo de bomberos Angelino, criticado por su Departamento de Diversidad y su criterio de priorización  de determinados temas en la configuración del presupuesto.

Pero luego de apagar el fuego y de armar la lista de daños irreparables, se hizo inevitable preguntarse, por fuera del grado de wokismo de los bomberos angelinos, cuáles son las dificultades intrínsecas de una ciudad como Los Ángeles en términos de sustentabilidad, eficiencia, y relación con su territorio. Probablemente haya pocos experimentos urbanos en la historia de occidente tan tozudos, ineficientes, y capital-driven como Los Ángeles.

¿Políticas públicas woke que pierden de vista lo esencial de la gestión urbana o en su matriz de origen, una antropización supercapitalista que determinó a hacer ciudad a cualquier costo?

Cadillac Desert, el completo y extensivo ensayo del ecólogo Marc Reisner sobre la larguísima serie de decisiones cuanto menos cuestionables sobre el manejo del agua en el oeste norteamericano durante el SXX, explica con lujo de detalles las titánicas y caprichosas obras de ingeniería que fueron necesarias para conquistar definitivamente el valle de los sueños en pos del capital y el progreso. 

Con la ciudad ocupando el doble rol de Utopía y Distopía en el capitalismo avanzado, tal como lo afirmó Mike Davis, eventos como los incendios nos permiten preguntarnos con mucha seriedad dónde se jodió Los Ángeles. ¿Políticas públicas woke que pierden de vista lo esencial de la gestión urbana o en su matriz de origen, una antropización supercapitalista que determinó a hacer ciudad a cualquier costo?

En el mismo estado de California, San Francisco presenta signos de crisis cuyos motivos no han sido fáciles de determinar. Escasez de vivienda, inseguridad, epidemias de uso de drogas y problemas para mantener activas y ordenadas las zonas céntricas, entre otras cosas, han sido señaladas por referentes del arco político conservador estadounidense como Ron de Santis o Robert F. Kennedy Jr. como consecuencias de políticas progresistas. Pero, al mismo tiempo, es necesario señalar que la ciudad, con una fuerte tradición demócrata ( A million shades of  Blue, declaró alguna vez Joel Engardio, miembro de la Junta de Supervisores, en una inspirada referencia a la capacidad del partido de auto-inflingirse dolor) es la meca de las empresas de tecnología, comunicación digital, los programadores y techbros, cuya vibrante actividad no parece haber generado derrames o efectos visibles en la urbanidad por fuera de una fuerte desigualdad.

Cuando Elon Musk decidió reconvertir al viejo Twitter en el renovado X, el lavado de cara de la empresa incluyó el reemplazo del logo del pajarito, estructura instalada en la terraza del edificio, por una con la forma de la vigésima quinta letra del alfabeto, que habría de brillar en la noche californiana como una cruz de neón capaz de guiar a todos los tecno-fieles de la ciudad.

Varios no habrán podido disimular un sonrisa algo sardónica cuando, pocos días después, a partir de la cantidad de reclamos recibidos por parte de los ciudadanos, el Departamento de Inspección de Edificios de San Francisco obligó a la empresa a retirar la estructura debido a irregularidades respecto a la seguridad estructural y la iluminación nocturna. La burocracia ataca de nuevo.

“¡Es el futuro, Estúpido!”

Es probable que en el futuro, los ejercicios de periodización de paradigmas e idearios urbanos establezcan postas fijas e inamovibles en el año 2020, el último sacudón al statu quo de las grandes ciudades contemporáneas. 

Desde el ciclo de explosión-auge-banalización del concepto de La Ciudad de los 15 minutos a la reacción conservadora anti ciclovías, de la huída a los countries y al suburbio a la conquista de Marte prometida por Elon Musk, la pandemia y su aftermath comenzaron a quebrar un orden que ya estaba tambaleando. Pero no sabemos cuál es el alcance de ese quiebre, hacia dónde nos lleva, y qué elementos del viejo mundo persistirán y se mantendrán vigentes en lo que viene.

En Europa, las crisis migratorias, el envejecimiento de la población, y la amenaza perniciosa de Rusia posan una sombra oscura sobre cierta idea de vida urbana que está vigente, con alguna variación, desde la posguerra.

En Latinoamérica, por otro lado, problemas como la cristalización definitiva de la informalidad y el crecimiento interminable de áreas metropolitanas enormes (y en algunos casos, ingobernables) parecen obturar fantasías de revitalización, mejora o transformación profunda de las ciudades.

Buenos Aires parece atravesada por problemáticas señaladas desde todos los puntos del espectro político. Envejece como una ciudad europea pero es el corazón (sin asumirlo del todo) de una máquina metropolitana de quince millones de personas donde la informalidad laboral y la precariedad en la vivienda son moneda común. En su territorio conviven conflictos parisinos (ciclistas vs. cochistas) con escenas de pobreza urbana propias de las grandes metropolis latinoamericanas. La caída del larretismo signó el fin de ciertas líneas de gestión progresistas (vivienda y regeneración en barrios populares, agenda de género) aunque la nueva agenda de “orden” del gobierno actual tampoco parece ser ideológicamente granítica, sino más bien adaptada al espíritu de los tiempos y a algunas posturas del gobierno nacional.

La gran inestabilidad política actual no permite establecer de qué lado caerá la moneda. El modelo se hace esquivo: o no aparece o nadie es capaz de verlo. Sería extraño pensar que con su amplia diversidad, población universitaria, y su activa guardia cultural, Buenos Aires se pueda volver un bastión conservador-liberal en términos de vida urbana. 

En cualquier caso, no parece descabellado pensar que, cualquiera sea su signo, le será más fácil construir un relato (y un modelo) a quién proponga proezas futuras, sueños marcianos y milagros crueles, que a quien busque hacer usufructo de los agotados yacimientos de nostalgia. El video generado por IA que subió Donald Trump a sus redes recientemente, que representa la vida cotidiana en una hipotética Gaza “liberada” (Trum-Gaza) es una muestra de esto: la celebración de una ciudad espectáculo (una especie de Las Vegas sobre el Mediterráneo) en la que la lluvia de dólares, las bailarinas exóticas con barba, y un real estate de torres gigantescas componen, sin ninguna coherencia, un avatar alternativo (más deforme, más desaforado) de la ciudad libertaria.