Clases y clusters en la Argentina de Milei

Un clúster es un segmento de unidades que se agrupan por una determinada afinidad. A partir de un trabajo de encuestas de opinión pública centradas en valores, el autor presenta una clusterización de la población Argentina a partir de su valoración del Estado, el mercado, la justicia, la tecnología, el orden y el pasado.

por Hernán Vanoli

Las clases sociales no existen pero que las hay, las hay. Desde la construcción del concepto hasta su divulgación y su internalización en la jerga cotidiana, las clases sociales funcionan como una metáfora que sirve de herramienta para resaltar que detrás de la ideología, del lenguaje, de la estética y quizás también por debajo de la mística hay un sustrato material que opera sobre nuestras conciencias y principalmente nuestras formas de hacer en el mundo. Por eso no es mi objetivo cuestionar una herramienta retórica ni debatir los fundamentos de ninguna religión, ni tampoco agredir la conexión emocional de ningún grupo con el orden social que imagina. De hecho, hasta podría suscribir a la idea de que hay posiciones objetivas con respecto a la propiedad de los medios de producción. Y de que ocurren experiencias de vida compartidas que están impregnadas por aquella relación. Sin embargo, siento también que conceptos como “clase social” o “ultraderecha” hablan más de quien los usa que de la sociedad a la que se intentan referir. 

Un podría decir que entre la última década del siglo XIX y las primeras dos del siglo XX la discusión entre idealismo y materialismo para abordar la complejidad creciente de las sociedades industriales alcanza su pico. Pienso en las diferencias entre praxis y poiesis en Marx, en esa obra cumbre del pensamiento que es la sociología religiosa de Weber, en la idea de sentimiento oceánico en Durkheim o en la pequeña sociología de las formas de Simmel, que tanto impactó a Witold Gombrowicz. Si bien me siento en gran medida heredero de esas discusiones nacidas en una Mitteleuropa que trotaba directamente hacia la guerra, lo que voy a proponer es una mirada diferente, basada en una hipótesis simple: hoy el mundo del lenguaje sigue estando conformado por la herencia de las clases sociales, mientras que el mundo de las máquinas ha construido un mecanismo homólogo y hasta similar, que también sirve para comprender las determinaciones de la acción social: la clusterización. Clases y clústeres conviven, se entremezclan y dialogan. En esta promiscua relación tienen un hijo bobo, vulgarmente conocido como la pirámide poblacional, un abuelo que chochea llamado INDEC y un sobrino mentiroso y estatal apodado índice de inflación. 

Las máquinas hablan

Pero volvamos a los clústeres. Utilizo herramientas de clusterización hace muchos años, por mi trabajo en diferentes agencias de investigación de mercado. Sus mecanismos internos me eran opacos, hasta que me anoté en una “carrera” de cientista de datos en Digital House, un emprendimiento educativo del Alto Macrismo. Tuve que estudiar probabilidad combinada y estadística inferencial. Fracasé en el examen de ingreso inicial, pero con un poco de lástima logré pasar el recuperatorio. Los docentes eran muy buenos -formados en la UBA- y a pesar de que jamás pude codear con mucha ductilidad y de que fallé también en mi intento de hacer un programa de aprendizaje supervisado que siguiera escribiendo el Borges de Bioy Casares ad infinitum y alimentándose de una curaduría de noticias, entendí algo de la teoría de los clústeres que venía aplicando en forma intuitiva y silvestre. 

Hoy el mundo del lenguaje sigue estando conformado por la herencia de las clases sociales, mientras que el mundo de las máquinas ha construido un mecanismo homólogo: la clusterización, unidades que se agrupan por una determinada afinidad

Un clúster es un segmento de unidades que se agrupan por una determinada afinidad. A diferencia de lo que sucede con las clases, los clusters no tienen ningún otro fundamento ontológico ni son usados con basamento moral. Se trata de distancias entre parámetros de muestras. Para explicarme mejor, y por la friolera suma de un fondito de botella de agua les pedí a las dos inteligencias artificiales generativas hegemónicas que me expliquen lo que es un clúster sin ahorrar fundamentos estadísticos, pero en dos párrafos y dirigidas a un público como el de Revista Supernova. El boliche de Sam Altman, Chat GPT, dijo esto: 

La teoría de los clústeres sociales se basa en métodos estadísticos de clasificación que agrupan individuos u observaciones en conjuntos (clústeres) de acuerdo con su similitud en múltiples variables. Formalmente, el procedimiento busca minimizar la varianza intragrupo (es decir, dentro de cada clúster) y maximizar la varianza intergrupo (entre clústeres). Esta lógica se expresa matemáticamente mediante funciones de distancia.

Desde el punto de vista inferencial, aunque el análisis de clústeres no presupone una estructura causal, sí asume que existe una estructura latente de segmentación en los datos. Esta lógica aproxima el problema del clustering a una forma de modelización no supervisada, donde no hay una variable dependiente predefinida, pero se busca revelar patrones de agrupamiento que puedan tener sentido sociológico. 

En suma, el análisis de clústeres transforma un conjunto complejo de relaciones empíricas en tipologías que pueden interpretarse como estilos de vida, clases sociales emergentes o comunidades culturales, siempre que se combinen con una lectura teórica sólida.

DeepSeek, el nuevo juguete del PCCH dijo esto:

Los fundamentos estadísticos de la teoría de clústeres sociales se basan en técnicas de agrupamiento (clustering) y análisis multivariado, que permiten identificar patrones en datos de interacción humana. Matemáticamente, se emplean algoritmos que minimizan la varianza intra-clúster mientras maximizan la distancia inter-clúster. Estas técnicas parten de matrices de similitud para clasificar individuos según variables sociales (ej. ingresos, educación, redes de contacto). 

Desde una perspectiva inferencial, los clústeres sociales se analizan mediante modelos mixtos o análisis de componentes principales (PCA), que reducen la dimensionalidad preservando la estructura relacional. Estos métodos permiten testear hipótesis sobre segregación o capital social, aunque requieren validar supuestos como la normalidad multivariante. La interpretación final, no obstante, debe integrar tanto la significancia estadística como teorías sociológicas subyacentes.

En el caso de las plataformas de extracción de datos llamadas redes sociales que todos utilizamos en busca de un pequeño kick de dopamina para sobrevivir, el mecanismo de distribución de publicidad está gobernado por clusters infinitos y opacos que se combinan a través de redes neuronales imposibles de entender para la mente humana, que se autocorrigen en forma permanente de acuerdo a la interacción con humanos. En suma, los clústeres son la unidad básica de cálculo que subyace a la administración de dopamina que recibimos de parte de los Tech Lords. En el caso de los estudios de opinión pública, utilizamos procedimientos más manuales, informados por teorías salvajes o domesticadas, intuición, vivencias corporales de la historia y desarrollo de otros sentidos de los cuales las máquinas carecen, como por ejemplo la lectura psicoanalítica del rumor social o el aroma de los discursos. Quiero agradecer que tanto el GPT como DeepSeek dejaron espacio para esta intervención humana a la hora de pensar los clústeres sociales, ya que lo que vengo a proponer a continuación tiene mucho de esto. 

Los valores mandan 

Lo que voy a presentar ahora es una hipótesis de clusterización de la población Argentina. La misma se basa en la repetición de un trabajo de encuestas de opinión pública centradas en valores, que integran diferentes insights obtenidos en el trabajo de investigación cuantitativa que realizamos en Sentimientos Públicos, una joven agencia de investigación social que dirijo. Pablo Bagedelli, que además de sociólogo es director de cine y científico de datos, fue mi compañero en la tarea de ir pesando, retocando y ajustando la taxonomía que vengo a proponer, en una serie de estudios llamados “Termómetro Argentino” que fuimos realizando a lo largo de los tres últimos años. Los aciertos son suyos; los errores corren por mi cuenta. 

Vuelvo a aclarar que se trata de una hipótesis de trabajo, y que no intenta reemplazar a la sagrada noción de clases sociales sino, a lo sumo, complementarla. El método no es de ninguna manera infalible, venimos trabajando en mecanismos simplificados de clusterización ―no siempre podemos realizar las 35 preguntas que nos llevaron a esta taxonomía― y la sociedad argentina es dinámica, pasional y casi imposible. Si alguien reprochase que alguna de estas categorías es caduca probablemente tendría una buena dosis de razón. Sin embargo, creemos que se trata de una narración que puede servir para discutir ciertos puntos de nuestra sensibilidad y para caracterizar a diversos grupos sociales en base a una extensa serie de encuestas y de estudios cualitativos y antropologías digitales que se consagraron a estudiar los valores de nuestra sociedad.

El Estado divide

La primera gran división con la que nos encontramos es aquella entre los “Transaccionales” y los “Intervencionistas Estatales”. La principal diferencia es que el primer grupo no considera al Estado como el actor central ni deseable en tanto ordenador de la vida social, mientras que el grupo de intervencionistas mira al mundo, a la economía, a las instituciones e incluso a ciertas relaciones personales de acuerdo a la presencia, ausencia, acción, inacción u orientación del Estado. Incluso muchos de los que considerarían deseable abolirlo por medio de una revolución proletaria son, en sus formas de reaccionar ante la vida, miembros de este clúster. 

Esta primera división es fundamental, casi pre-ideológica: uno podría decir que es una sensibilidad, algo aún más poderoso que lo que Raymond Williams dio en llamar “estructuras del sentir”. Se trataría de una episteme, acaso una formación discursiva, algo más profundo, casi geológico en términos subjetivos. Las fragmentaciones internas de este grupo son tan sutiles que decidimos reunirlo en un único cluster que congrega a un 17% del electorado: los “Progresistas Ideológicos”. No los llamamos “progresistas” porque sean personas orientadas a debatir el progreso o a preguntarse por el significado profundo del mismo, sino porque creen que no existe progreso sin una fuerte intervención estatal fuerte, y principalmente en la economía. El mercado es, para esta zona del electorado, un error social o apenas un mal apenas necesario. Este cluster, muy fuerte en la población de entre 30-43 años, pero también entre aquellos de más de 55, tiene justamente sobrerepresentados a los trabajadores que reciben su salario de forma directa o indirecta del Estado, pero no se limitan al mismo. Historias familiares y trayectorias militantes lo sobredeterminan. 

El ruido molesta

Si debiéramos describir a La Gran Zona Transaccional podríamos acudir a una metáfora sonora: es una inmensa parte de la sociedad que quizás no ame necesariamente la paz social, pero sí el estridente silencio que produce el funcionamiento de los mecanismos impersonales, siempre que no sean burocrático-estatales. Los transaccionales prefieren a las aplicaciones antes que a las instituciones, y para ellos la eficiencia impersonal habilita que la energía psíquica se canalice hacia el mundo íntimo o privado, incluso comunitario, antes que a la grandilocuencia de la política estatal con sus ceremonias, sus tiempos y sus formas de interpelar. Los transaccionales buscan simplicidad, confían en lo intuitivo y en lo próxemico, y tienen una predisposición menor hacia las abstracciones. Haciendo un abuso de la imaginación, podría decirse que para ellos “la única verdad es la realidad”, aunque claro que cada clúster dentro de los “Transaccionales” colorea la realidad de acuerdo a un set diferente de expectativas y de valores. 

Las dos primeras grandes avenidas de la transaccionalidad son el individualismo y la solidaridad. No se trata de una caracterización moral. Los individualistas pueden ser personas muy empáticas y poseer altísimas dosis de caridad, pero enfocan las dinámicas sociales en forma diferente. Son meritocráticos en el sentido de creer en una correspondencia entre destino y esfuerzo individual, aunque en distintos grados. Pero esto no los aleja del apoyo a la ayuda social ni a las diferentes formas de corporativismo pensadas como herramientas de defensa ante la brutalidad de los mecanismos impersonales que consideran, de todas formas, indispensables para la supervivencia y el bienestar general. 

La solidaridad trasciende

Los "Transaccionales Solidarios" (37% de la población) muestran no sólo apoyo sino diversas formas de involucramiento afectivo en formas organizacionales propias de la sociedad civil. Al igual que los “Individualistas”, creen que la sociedad siempre será más que el Estado, pero apoyan instancias intermedias, pocas veces demasiado institucionalizadas. Abrevan en dos grandes vetas: los “Tradicionalistas de Centro” (20%) y los “Pragmáticos Barriales” (17%). Los primeros son menos urbanos, tienen mayoritariamente más de 43 años, y familias más numerosas que la media. Su arraigo en instituciones intermedias -desde iglesias a sindicatos, con todo lo que hay en el medio- es mayor, como así también su valoración de la seguridad o su rechazo al sistema financiero en su conjunto. Los segundos son algo más jóvenes (la mayor cantidad de frecuencias, comparativamente, se encuentra en la franja de 33 a 55 años), participan en las instancias intermedias en forma más ocasional, pero siempre manteniendo la idea de que “la unión hace la fuerza” en forma constructiva, casi emprendedora. Aplican estas máximas a sus comercios, sus espacios laborales y a sus prácticas gregarias. Los transaccionales solidarios practican más deportes y creen más en la vida después de la muerte. 

Los “Transaccionales” no consideran al Estado como el actor central ni deseable como ordenador de la vida social, mientras que los “Intervencionistas” miran al mundo, a la economía y a ciertas relaciones personales de acuerdo a la presencia, ausencia, acción, inacción u orientación del Estado

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Como curiosidad, existe una inmensa afinidad entre el clúster individualista a aceptar la necesidad de acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, mientras que los solidarios tienen cierta proclividad a rechazar esta herramienta. Pero más allá de esta divisoria que podría ser caracterizada como ideológica, hablamos, otra vez, de valores y de formas de pensar los agrupamientos, la plenitud de lo social y las formas de intervenir ante los diversos dolores sociales. También es remarcable que toda la veta solidaria de la “Zona Transaccional” comparte con el clúster libertario una fuerte creencia en que las fuerzas políticas tradicionales, como así también las surgidas del reset político de 2001, fracasaron. 

Los libertarios también quieren justicia

Dentro de los “Individualistas” (46% del electorado) encontramos dos sub-grupos, los “Conservadores” y los “Libertarios”. Se puede discutir hasta el infinito cuánta dosis de conservadurismo hay en el ideario libertario, y hasta qué punto los conservadores poseen también puntos en común con los libertarios. Sin embargo nuestros cuestionarios basados en trabajo cualitativo con diversos sujetos que se autodenominaban “libertarios” fueron desarrollando preguntas para diferenciarlos. Así las cosas, los “libertarios” son menos un leninismo de derechas que una sensibilidad inmediatista, anti-burocrática y con una visión romántica de un pasado sin jerarquías. Les interesa menos la eliminación de la burocracia pública que la sinceridad, y paradójicamente tienen una visión no hegemónica de la crueldad, ligada a la tradición de la justicia popular (y no de la justicia social). Son mayoritariamente jóvenes de hasta 30 años, con una gran concentración en menores de 25, viven en centros urbanos de dimensión intermedia (de entre 10 mil y 200 mil habitantes), varones (aunque el sesgo de género se licúa a medida que disminuye la edad) y tienen el colegio secundario mayoritariamente terminado. Pero descreen de las credenciales universitarias.   

Lo viejo congrega

Los “Conservadores” (30%), por su parte, rara vez se apropian de la palabra que elegimos para denominarlos. Los une a los libertarios su cruzada anti corrupción y anti injerencia del Estado en la vida cotidiana. Y los diferencia un balance muy preciso entre aquellas cosas que deben cambiar con aquellas cosas que desearían que permanecieran. La Arcadia de los conservadores siempre está situada en un marco de desarrollo ordenado; la de los libertarios se vincula más a un estado de guerra contra la naturaleza, para lo cual ven como aliada a una tecnología que los conservadores rechazan. Aunque a simple vista parezca que el apego al orden republicano, la división de poderes y la libertad de expresión son otra divisoria importantes entre estos dos clústeres, la realidad es que el apoyo al orden republicano depende de sus simpatías políticas. Son los valores vitales, nuevamente, los que terminan segmentando. Los “Conservadores” quieren más bien orden y un progreso monolítico y disciplinado. El apoyo a la represión callejera es sólo una herramienta para este objetivo. Los “Libertarios” desean el castigo como herramienta para terminar con la hipocresía, no necesariamente en busca del orden moderno que los conservadores añoran.

La decadencia duele

Dentro de los “Conservadores”, y pecando quizás de un exceso de sutileza, consideramos tres clusters.  Los “Reaccionarios Nostálgicos” (11%) son aquellos que mejor cuadran con el término que se utiliza en la jerga cotidiana como republicanos. Consideran que la Argentina, y la sociedad en general, se encuentran en decadencia, y añoran una época de orden que muchos vinculan a los principios del siglo XX en la Argentina. Rechazan a los sindicatos y se identifican con los valores del campo, pero apoyan la ayuda social por parte del Estado. Tienen mayoritariamente más de 55 años, nivel socioeconómico medio-alto, y no alquilan. Pero no quieren un “Estado presente”. Por el contrario, quieren un estado mínimo y represivo, más vinculado al poder de vida y de muerte.

Los “Apolíticos cuentapropistas” son, como dice la etiqueta, en su gran mayoría trabajadores por cuenta propia, en algunos casos dueños de empresas o simplemente emprendedores. Muchos trabajan en sus casas o en las calles, y tienen un marcado rechazo hacia la política y las instituciones, incluido el sistema electoral. No se preocupan por las formas republicanas, y la democracia tampoco es un valor en el cual se embanderen. Tienen mayoritariamente entre 30 y 55 años, pero contienen una buena dosis de personas menores a 25 años. Van a votar sólo en las elecciones que consideran definitorias, pero muchas veces ni siquiera eso. Su principal institución intermedia es la familia, a la que integran animales de compañía. 

Finalmente, los “Aspiracionales Consolidados” (13%) son en volumen muchos más que las clases acomodadas en la Argentina, pero su sistema de pensamiento se corresponde. Son mayoritariamente personas entre 43 y 65 años, dueñas de un pragmatismo radical. Sus visiones sobre la república, las instituciones y los valores democráticos son fluctuantes, como así también su imagen de la República Argentina. Los consolida un aspiracional modernizador, fuertemente transaccional y casi aceleracionista. Su preocupación por el medio ambiente es prácticamente nula. Se separtan del ideario libertario, sin embargo, por su tradicionalismo, por su posición económica consolidada, y por cierto cinismo que convive con su alta valoración de la democracia y de la intervención estatal en cuestiones como salud y educación. Pero también, y principalmente, por su valoración de la educación superior y su apego a ciertos códigos de etiqueta social.  

Los “libertarios” son menos un leninismo de derechas que una sensibilidad inmediatista, anti-burocrática y con una visión romántica de un pasado sin jerarquías

Esta síntesis del modelo de clusterización del electorado argentino es una hipótesis de trabajo móvil, que se va alimentando con el flujo de datos que proveen nuestras investigaciones en Sentimientos Públicos. Por discreción profesional y por motivos comerciales, hubo algunas aristas y variables que debimos preservar, como así también decidimos no referirnos a la correspondencia de los clústeres que propusimos en relación a espacios políticos y tradiciones de voto. Pese a esto, creemos que el bosquejo presentado puede resultar valioso para la complejización de la idea de clases sociales que circula en el vocabulario que conforma a la conversación pública sobre la política.