Conspiracionismo y totalidad
El pensamiento conspiracionista condensa una larga tradición de creencias que dota a las personas de un marco interpretativo adaptable y a prueba de contradicciones mediante el cual los acontecimientos complejos pueden entenderse de una manera relativamente clara.
Cuentan por ahí que en el principio, al parecer un domingo, Dios creó los cielos y la tierra, pero la tierra estaba hecha un desorden, y, para peor, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y ese día el espíritu de Dios no hacía más que moverse sobre la superficie de las aguas, es que no había mucho más para hacer. Esa semana, Dios se tomó los días de oficina para crear cosas, pero sobre todo para nombrarlas, porque esa parece ser la manera en que los dioses de los pueblos del Mediterráneo oriental y Mesopotamia crean, dándole nombre y estructura a un caldo primordial de indeterminación, lo que hoy nombramos con la palabra caos, justamente, la primera de las entidades primordiales de Hesíodo (Χάος, también presente en Aristófanes, Platón, Aristóteles y varios más), un abismo informe que, mediante un discurso organizante, adquiere forma y sentido. Si bien algunas doctrinas religiosas desarrollaron posteriormente otras ideas, en el Génesis, la teogonía hesiódica o las mitologías mesopotámicas, la creación no se entendería como la acción de tomar una materia prima (o incluso la nada) y con ella construir seres que antes no existían, sino como el acto de poner orden, de dotar de sentido a esa masa informe que es el mundo presimbólico. Y, justamente, ese ordenamiento es una de las funciones sociales que han cumplido las religiones y, en general, los sistemas de creencias trascendentales, y también muchas otras formas de pensamiento que, más que conjunto específico de enunciados con un sentido semántico, son sistemas de ordenamiento del mundo.
En las décadas de auge del neoliberalismo (entre los ochenta y los dos mil) se había establecido cierto consenso acerca del debilitamiento de esos grandes sistemas, una idea presente en los discursos acerca de la crisis de los grandes relatos o del fin de la historia y que era de por sí parte de un gran relato. Pero en los últimos años han ganado un gran protagonismo nuevamente estos sistemas explícitamente orientados a la estructuración y dotación de sentido de un mundo crecientemente complejo. Además de la nueva vitalidad de viejas religiosidades y el surgimiento de nuevas espiritualidades (ancladas a las religiones o no) y mesianismos trascendentales y políticos, el conspiracionismo ha ganado gran visibilidad y protagonismo, movilizando gente, metiéndose en la agenda mediática y gubernamental y, sobre todo, brindando un sistema mediante el cual las personas pueden entender el mundo de una manera general al mismo tiempo que integrar cada acontecimiento relevante al sistema que comprende.
Uno de los puntos más atractivos del conspiracionismo es que otorga a las personas un marco interpretativo mediante el cual los complejos acontecimientos que observamos diariamente, tanto local como globalmente, pueden entenderse de una manera relativamente clara, y la amorfa indeterminación que parece ser el mundo adquiere sentido. Así, los conspiracionistas pueden desarrollar narrativas en las que las crisis financieras, la pandemia de Covid-19 y la muerte de Santiago Maldonado, pero también la revolución francesa, la autopsia del extraterrestre encontrado en Roswell en 1947 y el videoclip de Abracadabra de Lady Gaga, son explicadas mediante un dispositivo conceptual a la vez sencillo y capaz de explicar todo aquello que tiene cierto nivel de relevancia en el mundo de interés del conspiracionista.
Conspiración y conspiracionismo
Seamos sinceros, todos creemos en alguna conspiración, y a veces tenemos razón. Es que las conspiraciones existen, la gente lleva adelante planes ocultos para obtener ciertos objetivos. Por lo que, a veces, elaborar una teoría conspirativa acerca de algo, es decir, atribuir como causa una acción coordinada y oculta de parte de un pequeño grupo de personas u organizaciones no solo no es un comportamiento irracional y paranoico, sino una forma perfectamente racional de evaluar la realidad social y política. A fin de cuentas, quienes dijeron que el gobierno estadounidense estaba inoculando sífilis a ciudadanos negros tenían razón, al igual que quienes dijeron que existía un plan represivo coordinado por las dictaduras del Conosur y con participación de la CIA, y también quienes afirmaron que la niña que declaró ante el Comité de Derechos Humanos del Congreso estadounidense mentía al decir que el ejercito iraquí había asesinado a 300 bebés (¿les suena?).
Como las ideologías políticas o las ideas religiosas, el conspiracionismo es una forma de enfrentarse al caos, de estructurar la realidad según una narrativa que otorga un sentido unificado a lo incomprensible y angustiante

Un informe publicado en 2012 por los investigadores J. Eric Oliver y Thomas J. Woods de la Universidad de Chicago señaló que la mitad de los estadounidenses expresaba cierto nivel de acuerdo con al menos una de una lista de diez narrativas conspirativas, y, repito, esto era en 2012 y Obama se dirigía a ganar su reelección contra un republicano moderado, imaginemos que ahora ese número posiblemente sería significativamente mayor. Oliver y Thomas señalan que esto no significaba que la mitad de los estadounidenses en 2012 fueran efectivamente conspiracionistas, de hecho, solo un cuarto de los entrevistados declaró estar de acuerdo con dos o más, y solo un octavo con al menos tres. Esto permite interpretar que la gente no rechaza de plano las teorías conspirativas, pero no necesariamente creen en ellas sistemáticamente, sino solo en las que, por distintas razones (Oliver y Woods observan, por ejemplo, aspectos partidarios), encuentran elementos que les parecen verosímiles.
Sin embargo, está ese pequeño bloque que cree en varias narrativas conspiracionistas, un bloque duro que en realidad no cree en las teorías conspirativas tanto porque encuentra una explicación satisfactoria a los acontecimientos sociales o alguna denuncia verosímil, sino porque en lo que realmente cree es en la existencia de un entramado conspirativo general detrás de todos o casi todos los acontecimientos relevantes. Esta diferencia me permite distinguir entre teorías y narrativas conspiracionistas individuales por un lado (las primeras más estructuradas que las segundas) y, por el otro, un pensamiento conspiracionista (o conspiracionismo) que no solo tiende a explicar todos los fenómenos sociales como resultado o parte de una conspiración, sino que los entiende como parte de una única gran conspiración, por lo que, más que de una serie de teorías conspirativas específicas, elabora una teoría de la conspiración, una única teoría de una única conspiración que abarca a todo el mundo. El conspiracionismo aparece entonces como un pensamiento y un discurso total y sobre la totalidad.
Las tres grandes fuentes y la conspiración mundial
Las raíces del conspiracionismo contemporáneo pueden rastrearse hasta el siglo XVI español, cuando, pocos años después de la expulsión y conversión forzada de los judíos en los reinos de la Península Ibérica, el cardenal de Toledo y primado de las Españas Juan Martínez Silíceo elaboró una falsificación de una carta en la que los príncipes judíos de Constantinopla le indicaban a los judíos de Zaragoza un plan para apoderarse de los reinos cristianos y destruir la cristiandad. Los planteos que se encuentran en esta carta apócrifa fueron retomados por Francisco de Quevedo para su relato La Isla de los Monopantos, y por esta llegaron a la novela Biarritz, de Hermann Goedsche, de donde espías zaristas radicados en Francia tomaron gran parte del texto Los Protocolos de los Sabios de Sión, que fue llevado a Alemania por los zaristas luego de la revolución bolchevique, contribuyendo al antisemitismo alemán de entreguerras, y a lo que ya todos sabemos. Entonces, ya en el siglo XVI este conspiracionismo temprano plantea un complot de alcance continental llevado adelante por los judíos y criptojudíos para destruir la cristiandad y gobernar Europa, y la gran mayoría de los conflictos de los últimos cuatrocientos años serían parte de este complot.
El conspiracionismo antiliberal que se desarrolló en el siglo XIX por los partidarios del antiguo régimen es la segunda gran fuente del conspiracionismo contemporáneo, y también tiene en su origen una vocación total. Para conservadores, como el francés Agustin Barruel y el escocés John Robinson, la Revolución Francesa, y más en general el ciclo de revoluciones burguesas, eran parte de una gran conspiración llevada adelante por corrientes liberales (que incluían a Voltaire, Diderot y d’Alembert, Rousseau, Montesquieu, Federico II de Prusia) y con participación de sociedades secretas como los Iluminados de Baviera (los Illuminati), un complot cuyo objetivo sería la destrucción de las monarquías y el cristianismo y la instauración de un gobierno europeo de carácter ateo. Ya avanzado el siglo XX, con la estabilización de las democracias liberales, incluyendo las monarquías parlamentarias, y, más tarde, las dictaduras anticomunistas (en Latinoamérica, Grecia, España), este conspiracionismo cambió la identidad de los conspiradores, que antes eran liberales y pasaron a ser comunistas seculares, materialistas que buscaban eliminar el cristianismo, la espiritualidad y la pureza originaria de las naciones europeas.
El conspiracionismo estadounidense, la tercera gran fuente del conspiracionismo contemporáneo, recibe gran influencia del antisemitismo (de hecho, Henry Ford publicó en Estados Unidos los Protocolos y su propio pasquín antisemita) y el antiliberalismo de Europa, pero tiene sus propias características fruto de las particularidades de Estados Unidos, país en el que, el conspiracionismo ha tenido desde tiempos de la colonia británica una pregnancia mucho mayor que en otros países, incluso entre actores gubernamentales. Para el conspiracionismo estadounidense, su nación, una nación excepcional creada en la plena libertad y con el comando divino de llevar la libertad y la palabra de Dios a todo el mundo (primero a los territorios habitados por los indios, luego a Cuba, Panamá, Vietnam, Iraq), está permanentemente en riesgo de ser destruida por unos agentes que conspiran para destruir los valores de la tierra de los libres (y de los esclavos, y los indios, y los migrantes pobres o no tan rubios). En la conspiración estadounidense los conspiradores externos (ingleses, franceses, jesuitas, comunistas, judíos) están infiltrados en todas las instituciones del país, ocupan cargos en el gobierno, enseñan en universidades, son senadores o presidentes, y sus planes se extienden a toda la vida pública estadounidense, por ello en varios momentos fue necesario realizar purgas en la educación, el correo o Hollywood. Ya en entreguerras, pero más aún luego de la segunda posguerra y el comienzo de la Guerra Fría, esta conspiración cruza las fronteras, la John Birch Society, el Ku Klux Klan y las milicias de patriotas denuncian un complot comunista totalmente instalado en el gobierno y en las organizaciones internacionales, la conspiración comunista contra los Estados Unidos blancos, protestantes y de personas libres es global, y sería llevada adelante por la ONU y la UE, pero también por otras organizaciones centrales del globalismo capitalista, como el Club Bilderberg, el Council on Foreign Relations y el World Economic Forum.
El conspiracionismo contemporáneo se conforma de una tradición de cinco siglos de narrativas acerca de grupos secretos infiltrados en todas las instancias relevantes que tienen el objetivo de destruir los fundamentos de la sociedad
Durante el siglo XX estas tres fuentes principales se desarrollaron e hibridaron, con lo que se conformó un conspiracionismo ecléctico, que consideraba que el secularismo, los judíos, los comunistas, los ateos, algunos millonarios (obviamente, no todos, algunos son aliados), ya no conspiraban a la sombra para instaurar un gobierno mundial, sino que este gobierno de banqueros comunistas y ateos ya estaba instaurado.
Con el impulso del movimiento antiglobalización agotado, las crisis financieras y de deuda de 2008 y 2012, así como el problemático rol que jugaron algunos de los principales organismos de la globalización capitalista de las décadas anteriores (en particular, el FMI y el BCE), se generó un campo fértil para el desarrollo y la diseminación de una nueva versión del antiglobalismo, que ya no rechaza el capitalismo neoliberal ni el militarismo neocon, sino que, bajo el liderazgo de políticos nacionalistas de ultraderecha, incluidos los nacionalistas del antiguo bloque soviético (quienes, en su momento, fueron apoyados por Occidente neoliberal), defiende una nación soberana imaginaria, rechazando la migración y las políticas internacionales climáticas, sanitarias y de derechos (al tiempo que abraza la desregulación, la privatización y las finanzas del capital global).
El conspiracionismo contemporáneo se conforma de una larga tradición de cinco siglos de narrativas acerca de grupos secretos infiltrados en todas las instancias relevantes, que tienen el objetivo de destruir todos los fundamentos de la sociedad, y que están vinculados a prácticamente todos los acontecimientos importantes. Así como para los Movimentarios (la secta que lograba reclutar a gran parte de los habitantes de Springfield en Los Simpsons) el líder hace el rayo y el trueno e inventó la clave Morse, para el conspiracionismo contemporáneo la conspiración está detrás de todo lo que sucede en el mundo.
Totalidad y homeostasis
Cuando hablo de totalidad en el conspiracionismo no me refiero solamente a que la conspiración afecte a la totalidad del mundo (todo un país, todo un continente, todo un planeta), sino que la conspiración es el elemento mediante el cual se puede interpretar la totalidad del mundo, es lo que define el universo de lo pensable por el conspiracionista, porque es lo que da sentido a todo. Y como el conspiracionismo no trata acerca de denuncias específicas, sino sobre la interpretación del mundo, elaborando un marco explicativo general en el que cada acontecimiento obedece a la regularidad de la conspiración (un camino de arriba hacia abajo), mientras construye dicha conspiración a partir de los acontecimientos específicos (un camino de ida y vuelta).
Por ello, el conspiracionismo es capaz de adaptarse a los distintos contextos, incorporando temas de coyuntura o que el conspiracionista descubre casualmente y entiende como parte de esa conspiración, leyendo la actualidad noticiosa en clave conspiracionista, interpretando elementos que antes no le eran relevantes como centrales una vez que estos adquieren importancia y descartando aquello que ya no parece tan central. Así, un conspiracionista puede adoptar en un momento el negacionismo climático, luego un soberanismo nacionalista, más tarde un rechazo a la perspectiva de género, y finalmente un integrismo religioso, y aunque pueda contradecirse semánticamente, su pensamiento se mantiene consistente.
Esta homeostasis también sirve para proteger al conspiracionismo de las contradicciones, tanto dentro de su discurso como entre su discurso y el exterior. Por ejemplo, un conspiracionista puede denunciar al globalismo financiero, pero al mismo tiempo apoyar a políticos que defienden los capitales financieros transnacionales cuando desahucian jubilados o se adueñan de los recursos naturales (como Santiago Abascal o Viktor Orban), o a empresarios extranjeros que intentan interferir en la política local (un caso evidente es el de Elon Musk), pero el conspiracionismo les brinda una salvaguarda. Por ejemplo, algunos banqueros y empresarios son vistos como buenos capitalistas defensores de la libertad y la civilización occidental cristiana, mientras que otros son considerados judíos comunistas ateos que buscan instaurar un gobierno mundial.
Un claro ejemplo de esto es la reacción de Alex Jones, uno de los conspiracionistas más influyentes de Estados Unidos, ante la cercanía de Donald Trump con el estado de Israel. Jones es, además de un seguidor de Trump (que incluso participó en su programa y le agradeció el apoyo) un ferviente antisemita que considera que Israel es una fuerza maligna con gran participación en la conspiración mundial que busca instaurar un comunismo internacional satanista, por lo que la cercanía de Trump con Israel parecería presentar un conflicto. Sin embargo, a principios de 2017 Jones grabó un video (que luego fue eliminado de YouTube y no volvió a subirse) en el que afirmaba que Trump no estaba a favor de Israel. Según Jones, Trump estaba negociando con los poderosos judíos para eliminar a los satánicos del “gobierno profundo”. Y, así como él, otros conspiracionistas afines a Trump, como el estadounidense Lionel o el español Rafael Palacios (Rafapal), desarrollaron explicaciones semejantes para esta contradicción en sus ideas, porque esa es una de las funciones del conspiracionismo, permite resolver las contradicciones sin necesidad de apelar a un “no sé” o un “me equivoqué”.
Conspiracionismo y mito
Esta eficacia simbólica llama la atención sobre el nudo ideológico del conspiracionismo, en el que opera a modo de mitología. Tomando las categorías de Claude Levi-Strauss en su “Introducción a la obra de Marcel Mauss” (introducción al libro Sociología y antropología de Mauss, escrita varios años después de la muerte de éste y que terminó teniendo más influencia que el texto introducido), para el conspiracionismo, la conspiración funciona como un maná, una fuerza vital trascendente de los mitos polinesios que Lévi-Strauss interpreta como una fuerza simbólica central. Aunque no tiene significado propio (sería un significante flotante, pura formalidad), el maná puede adquirir diferentes significados en contextos específicos, dotando de sentido a los acontecimientos y protegiendo la integridad simbólica del mundo, a pesar de las confusiones y contradicciones en las que pueda entrar.
Como el conspiracionismo no trata acerca de denuncias específicas, sino sobre la interpretación del mundo, es capaz de adaptarse a los distintos contextos, incorporando temas de coyuntura, y protegerse de las contradicciones dentro de su discurso como entre su discurso y el exterior
Según Levi-Strauss, el mito tiene una doble temporalidad: por un lado, un tiempo pretérito ancestral (“antes de la creación del mundo”, “durante las primeras edades”, “hace mucho, mucho tiempo”) que viene a ser el repositorio de sentidos, la temporalidad original en la que se crea simbólicamente el mundo, ese “sea la luz” en el que de repente el abismo se convierte en mundo; y, por otro, un presente en el que ese tiempo original se actualiza en cada acontecimiento. El conspiracionismo posee esa doble temporalidad: un pasado primigenio, en el que reside el origen ancestral de la conspiración, un momento clave que estructura la historia, y un presente constante, en el cual cada acontecimiento actualiza dicha conspiración, haciendo que todo sea parte de ella. El conspiracionismo plantea un tiempo pasado de plenitud, puede ser la época del antiguo régimen, los primeros años de independencia de Estados Unidos, un pasado impreciso en que los arios habitaban Hiperbórea, y encuentra un momento en que esa edad de oro llega a su fin a causa de la corrupción introducida por la conspiración. Y, aunque en cada conspiracionista esa conspiración puede tener características diferentes, la conspiración se actualizará inevitablemente en cada presente, a la vez que llenará de sentido con su pura formalidad de mana a dichos acontecimientos.
Para un mito conservador (que busca conservar el status quo), estas dos temporalidades son suficientes, ya que el mito protege el estado de las cosas. Para los Valois, los relatos de Clodoveo coronado como rey de los francos y siendo ungido con un óleo sagrado bajado de los cielos por un ángel funcionaba como mito legitimador de la monarquía francesa, y cada coronación en que se ungía al nuevo rey con el que, supuestamente, era ese mismo aceite actualizaba ese mito. Más allá de las otras funciones prácticas que puedan tener, lo mismo sucede con los rituales de pasaje, las ceremonias de inauguración de los cursos o las elecciones presidenciales.
Pero para los mitos reaccionarios o revolucionarios (que buscan destruir el estado actual de cosas, sea para volver a un estado anterior o para instaurar un estado nuevo, ambos puramente imaginados) es posible introducir una tercera temporalidad al esquema de Levi-Strauss, una temporalidad que complementa ese pasado ancestral y ese presente de actualización, la inminencia de la potencialidad. Para el conspiracionismo (y tal vez para todo mito revulsivo), no solo opera una conspiración ancestral que se actualiza hoy en esto que estoy viendo en la tele o un posteo en una plataforma social, sino que además hay algo importante que está a punto de suceder. Si se observan los primeros 'drops' de Q en el tablón /pol/ de 4chan (la base desde donde se desarrolló todo el fenómeno QAnon), es notable que, en casi todos, Hillary Clinton y su entorno están a punto de ser detenidos o ya lo han sido, y están por anunciarlo. Igualmente, si se siguió el conspiracionismo anticientífico durante la pandemia de Covid-19, siempre había un dato o declaración que estaba a punto de desenmascarar “todo”.
Es que un mito que presenta un estado de cosas nefastas, dominado por una fuerza de poder inmensa, se convierte rápidamente en puro derrotismo, incapaz de generar más que una angustia existencial absoluta. Sin embargo, la promesa de un futuro en el que se regrese a la plenitud perdida o se alcance un nuevo estado de absoluto bienestar es capaz de movilizar. Cuanto más cercana esté esa potencialidad, mayor será el estímulo para quienes la esperan, motivándolos a seguir fieles a la doctrina. Esto se observa claramente en el discurso de los líderes de las sectas mesiánicas y milenaristas que fueron relevantes entre las décadas de los setenta y noventa, como Templo del Pueblo, los Davidianos o Heaven's Gate, y en gran medida ese también es el sentido del vaticinio que hizo Nikita Jrushchov en 1959 de que la Unión Soviética alcanzaría el modo de producción comunista en veinte años (bad aging). Si el comunismo se va a alcanzar recién en doscientos años, no tengo por qué esforzarme mucho en la fábrica ni bancar a los burócratas; si Dios va a enviar a los justos al cielo dentro de mil años, es difícil convencerme de que sea justo; si la conspiración recién será desenmascarada dentro de cien, mejor me convierto en esbirro de los conspiradores y disfruto de los beneficios.
El conspiracionismo tiene doble temporalidad: un pasado primigenio, el origen ancestral de la conspiración, y un presente constante, en el cual cada acontecimiento actualiza dicha conspiración
Si el conspiracionismo es una estructura simbólica que establece un marco interpretativo para una realidad compleja y conflictiva, pensarlo en clave mítica —con su cosmogonía, magia parasimpática y escatología—nos ayuda a entender cómo funciona en tanto totalidad. De esta forma, se entiende que el pensamiento conspiracionista resuelve los conflictos y llena de manera satisfactoria los huecos de sentido que la realidad presenta, protegiendo las convicciones del conspiracionista y su lugar en el mundo. De esta manera, los problemas que observa no son causados por fallas estructurales del sistema capitalista, las exclusiones fundacionales de los estados nación o la influencia negativa de las potencias occidentales en el mundo, sino por la acción total de una conspiración que permea todo cuanto existe.
Una totalidad trascendente
La totalidad del conspiracionismo es una totalidad simbólica, no es que todo lo que existe en el universo es afectado por “la conspiración”, sino todo lo que es relevante para el marco de interés del conspiracionista. Pero esa totalidad simbólica bien puede ser una totalidad efectiva, es decir, la conspiración puede ir más allá de la tierra y afectar al universo entero, a otros planos de existencia, al propio reino de los cielos.
El conspiracionismo tiene una dimensión maniqueísta importante, a fin de cuentas, presenta una lucha entre unas fuerzas del bien y el mal supremo de los conspiradores, por lo que no debe sorprendernos que detrás de los conspiradores encontremos a la propia personalización del mal, el Diablo, especialmente si consideramos la fluida interacción que el conspiracionismo tiene con el cristianismo protestante milenarista estadounidense y algunas facciones integristas del catolicismo. La última encarnación importante de este conspiracionismo es QAnon, en el que se afirma que Clinton, Obama y su entorno son parte de una cabal satánica que abusa ritualmente de niños para obtener juventud eterna y poder. Pero QAnon no surge de la nada, el componente de abuso ritual infantil satánico ya estaba presente en Pizzagate, retomando los pánicos morales sobre el satanismo en los ochenta. Además, se enraíza en el discurso de telepredicadores milenaristas y otros líderes conservadores que entienden la política cotidiana como parte de una lucha entre Dios y el Diablo, del cual abreva Milei cuando afirma que el Papa es el representante del maligno en la Tierra.
Otro de los tópicos recurrentes en que el conspiracionismo trasciende la inmanencia terrestre es el ocultamiento gubernamental de la visita o presencia de extraterrestres en la Tierra. Ya desde fines de los cuarenta había, sobre todo en Estados Unidos, un interés creciente por la posibilidad de que seres extraterrestres visitaran nuestro planeta y abdujeran personas, pero fue en los ochenta que este interés se articuló de manera clara en un conspiracionismo acerca del conocimiento y ocultamiento activo de esta presencia de parte del gobierno estadounidense y de la existencia de intercambios tecnológicos y relaciones diplomáticas, e, incluso, la existencia de una organización formada por científicos y militares encargados de gestionar las relaciones con las razas alienígenas que visitaban ocasionalmente la Tierra: el Majestic 12. Esta organización habría sido fundada por Harry Truman en 1947, justo al día siguiente de la caída de un platillo volador en Roswell. Este interés del conspiracionismo en la posibilidad de conocimiento, colaboración y ocultamiento de parte del gobierno sobre la presencia de extraterrestres se convirtió en un fenómeno masivo en la década de los noventa, con el éxito de la serie The X-Files y la circulación de un video con una supuesta autopsia a un extraterrestre encontrado en el incidente de Roswell, y, si bien en la década siguiente perdió fuerza, se mantuvo presente, incorporando elementos del milenarismo New Age.
En los círculos reaccionarios cercanos al conspiracionismo siempre ha habido elementos de distintas formas de misticismo, como la ariosofía de Guido von List y Jörg Lanz von Liebenfels, el perennialismo de René Guénon, el misticismo fascista de Niccolò Giani y Julius Evola, y las tendencias místicas dentro del nazismo. Más recientemente, figuras como Steve Bannon y Aleksandr Dugin, referentes de Donald Trump y Vladimir Putin respectivamente, han continuado esta tradición. Sin embargo, posiblemente la integración más orgánica de conspiracionismo y misticismo se dio en el conspiracionismo New Age. Entre los sesenta y los noventa el movimiento New Age mezclaba el imaginario occidental acerca de la espiritualidad del lejano oriente con elementos del milenarismo carismático cristiano, una forma de individualismo bien liberal y la promesa de que una nueva era se acercaba y en la que, mediante esa espiritualidad sincrética y mercantilizada, era posible alcanzar un estado superior de existencia. Aunque hubo matices, el nuevo milenio fue visto como el punto de entrada a la nueva era elegida por la mayoría de los gurúes. Pero cuando llegó el milenio sin el ascenso espiritual prometido, fue necesario reacomodar el discurso. Algunos afirmaron que la nueva era había llegado pero no nos daríamos cuenta enseguida o que era algo que sucedía dentro de cada uno, pero una parte, que fue creciendo con el tiempo, adoptó una explicación diferente: la nueva era no se alcanzó porque una serie de fuerzas extraplanetarias y extradimensionales había complotado para evitarlo. Así, referentes de la New Age de fines de los noventa como David Icke y Michael Tsarion se convirtieron en figuras clave del conspiracionismo del nuevo siglo, apropiándose de elementos del conspiracionismo anterior (retóricas de gobierno oculto, infiltraciones, ocultamiento extraterrestre) para denunciar una conspiración de caracter trascendental, en la que los conspiradores tradicionales (comunistas, judíos, jesuitas, progresistas, etc.) eran en realidad extraterrestres malignos disfrazados o meros esbirros de estos.
La integración más orgánica de conspiracionismo y misticismo se dio en el conspiracionismo New Age: cuando llegó el milenio sin el ascenso espiritual prometido, reacomodaron el discurso con elementos del conspiracionismo anterior
El componente místico del conspiracionismo no se ciñe exclusivamente a los temas de los que hablan, sino que también se puede convertir en metodología del análisis de la realidad de los conspiracionistas. Al analizar los argumentos de los conspiracionistas, nos encontramos muchas veces con simbolismo, numerología e interpretación de textos antiguos (o no tan antiguos) en clave profética, pues, si el universo tiene un sentido, y ese sentido se relaciona directamente con la conspiración, es evidente que es posible entender al mundo de manera clara y unívoca mediante un análisis que busque desentrañar el sentido en las marcas que la conspiración deja en él.
El conspiracionismo, tal como otros sistemas de creencias, proporciona un marco coherente para interpretar un mundo lleno de complejidades y contradicciones. Su fuerza y atractivo radica en su capacidad para ofrecer un sentido claro, en el que cada acontecimiento tiene un propósito, cada actor una intención, y cada fenómeno del presente se conecta con una continuidad histórica. Así como las ideologías políticas o las ideas religiosas, el conspiracionismo organiza la realidad de manera que, para quienes lo adoptan, no hay lugar para la incertidumbre. Es una forma de enfrentarse al caos (ese abismo de indeterminación), de estructurar la realidad según una narrativa totalizante que otorga un sentido unificado a lo que, de otro modo, podría parecer desconectado e incomprensible, y, en gran medida, angustiante.
* Este texto incluye ideas de la tesis doctoral Teoría y praxis de la conspiración. Blogs y sitios de teorías conspirativas en castellano.