Diseño y existencia: el coaching ontológico

El coaching ontológico surge en los años 80 en el marco de los saberes contemporáneos que prometen la superación del malestar, como una práctica que permite una transformación de sí, adaptando a la persona a una realidad económica y política determinada. A través de su derrotero histórico pueden leerse algunos de los cambios sociales y políticos más importantes del último medio siglo.

por Daniel Alvaro

Hasta hace poco tiempo atrás, la palabra coaching no revestía mayor interés que el que podía tener en el terreno deportivo, que es donde cobra sentido y popularidad en la época moderna. Al menos desde el siglo XIX, en el mundo anglosajón, coaching hacía referencia al entrenamiento, la preparación o la instrucción que recibía un individuo o un equipo para mejorar sus habilidades en un deporte específico, y coach era la figura encargada de dirigir esta tarea. En la actualidad, ambos términos mantienen sus significados, pero su uso se ha expandido hasta abarcar prácticamente todas las actividades imaginables. Allí donde se manifiesta la inquietud por mejorar el desempeño en una tarea cualquiera, incluida la de vivir, se encuentra una amplia oferta de coaches en condiciones de ofrecer sus servicios. A fin de cuentas, de eso trata el coaching. En sentido general, es una una técnica conversacional, que en ciertos casos también puede incluir una dimensión corporal, dirigida a individuos y organizaciones, cuyo propósito declarado es ayudar a obtener más y mejores resultados en cualquier aspecto de la vida, sea público o privado, colectivo o individual, laboral o extralaboral.       

La historia del coaching, desde su profesionalización y la aparición de las primeras escuelas y organizaciones, amerita un análisis que vaya más allá del estudio de caso. No es exagerado afirmar que algunos de los cambios sociales más importantes del último medio siglo pueden leerse a través del derrotero histórico de esta práctica. Se trata de uno de los tantos dispositivos terapéuticos que promovieron las transformaciones subjetivas registradas a lo largo de las últimas décadas en consonancia con el giro neoliberal del capitalismo mundial. En un lapso relativamente corto, el coaching creció a tal punto que llegó a encontrar lugar en todos los ámbitos de la sociedad, desde el deportivo, donde eclosionó, hasta el profesional (y dentro de este, el empresarial en particular), pasando por los ámbitos de la educación, la cultura, la salud y la religión. Hoy en día, el vocabulario del coaching está sumamente extendido y el servicio mismo ha cobrado una centralidad inaudita, llegando a desplazar otras prácticas con las que se reparte el mercado de las terapias alternativas, e incluso a competir con otros métodos más tradicionales como la psicología y el psicoanálisis.

El mundo del coaching es vasto. Así como no es posible atribuirle un único origen, tampoco se cuenta con una definición consensuada del mismo. Desde el comienzo hubo muchas formas de coaching. No solo diferentes maneras de concebirlo, teorizarlo y practicarlo, sino también diferentes búsquedas de acuerdo al fin que se perseguía en cada caso. Hay corrientes basadas en la terapia Gestalt, en la técnica de Programación Neurolingüística (PNL), en el método de la Psicología positiva y en la intervención cognitivo-conductual, entre muchas otras. Su mayor o menor aceptación y consumo varía notablemente según los países. En Argentina, donde la oferta de este servicio es variada, terminó por imponerse un tipo de coaching que se diferencia de todos los demás por su propuesta teórica sofisticada, apoyada en algunas de las referencias más destacadas de la filosofía contemporánea. Me refiero al coaching ontológico. 

Orígenes del coaching ontológico: del Cybersyn chileno al management californiano y de vuelta a América latina

Basado, por un lado, en la perspectiva nietzscheana del devenir y el amor fati, la ontología fundamental de Heidegger y la teoría de los speech acts de Austin, y, por otro, en el concepto de autopoiesis desarrollado por los biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela, el coaching ontológico puede entenderse, al menos en un acercamiento introductorio, como un proceso que busca transformar el ser del individuo. Desde la concepción ontológica que sostiene este discurso, la forma de ser de cada persona no es algo fijo e inmutable, sino que cambia permanentemente y puede ser modificada por la propia persona, reconociendo como único límite sus condicionamientos biológicos y sociales. Básicamente, el coaching ontológico se presenta como una práctica que permite una transformación de sí, eliminando los obstáculos que impiden al cliente darle sentido a su vida y convertirse en la persona que desea ser. Dicho de otro modo, y siempre según el lenguaje de sus creadores, el coaching ontológico es una técnica que posibilita nada menos que el diseño de la propia vida. Ya a mediados de la década del ochenta, uno de los fundadores de esta singular corriente del coaching, el ingeniero chileno Fernando Flores, hablaba de “diseño ontológico”. De este modo daba a entender que el producto que estaba creando no solo sería útil para entrenar la existencia en busca de un máximo rendimiento, sino también, y lo que es distinto, para concebir y proyectar la existencia, orientándola a un fin determinado.  

Antes de escribir junto a Terry Winograd el libro señero Understanding Computers and Cognition: A New Foundation for Design (1986), Flores había participado del gobierno de Salvador Allende como Ministro de Hacienda y Economía, Secretario General de Gobierno y había sido uno de los responsables del proyecto Cybersyin, hoy considerado un predecesor de Internet. Una vez exiliado en Estados Unidos, entró en contacto con algunos de los mentores de las terapias alternativas y los procesos de desarrollo personal, que por ese entonces irrumpían con fuerza en la escena californiana. Años más tarde, se doctoró en Berkeley con una tesis sobre management y comunicación bajo el estímulo de John Searle y Hubert Dreyfus. Durante los años ochenta, comenzó a dar talleres donde se practicaba coaching, aunque todavía de una manera intuitiva y con la improvisación propia de una práctica en formación. En estos talleres trabajaron sus compatriotas y discípulos, el sociólogo Rafael Echeverría y el abogado Julio Olalla, junto a quienes Flores estableció los lineamientos fundamentales de lo que hoy conocemos como coaching ontológico. Aunque sea brevemente, vale la pena detenerse en estas trayectorias de vida ya que también son ilustrativas del profundo cambio histórico en el cual se inscribe el fenómeno del coaching. Flores, Echeverría y Olalla habían tenido que dejar su país como consecuencia del compromiso que en distinta medida los tres compartían con el socialismo allendista, pero en el transcurso de un corto período experimentaron una conversión política radical. Como escribe Emiliano Jacky Rosell en el artículo “El coaching ontológico desde la problematización del exilio” (2022), “se produce una mutación ideológica desde posiciones ideológicas de izquierda hacia un conjunto de valores neoliberales que pertenecerían al campo de lo que se identifica como nuevas derechas”. Lo interesante de esta mutación es que allí confluyen las experiencias personales, políticas, profesionales y familiares, con la experiencia de una época signada por el derrumbe del “socialismo real” y el comienzo de una nueva etapa del capitalismo a escala mundial. Por otro lado, y paralelamente, el cambio de vida que experimentan los padres del coaching ontológico en California, a menudo relatada por ellos mismos como una historia de éxito y renacimiento, funciona como un testimonio revelador y una prueba concluyente del poder de transformación y superación personal que otorga esta novedosa práctica.  

El coaching ontológico es una técnica que posibilita que el diseño de la propia vida, desde la premisa de que la forma de ser puede ser modificada por la propia persona, reconociendo como único límite sus condicionamientos biológicos y sociales

El coaching ontológico nació en Estados Unidos, pero se desarrolló como disciplina y se consolidó institucionalmente en Latinoamérica. Actualmente, tiene presencia en prácticamente todos los países de la región, aunque por varias razones Argentina se destaca como un país de referencia tanto en la enseñanza y la difusión como en el consumo de este servicio. La Asociación Argentina de Coaching Ontológico Profesional (AACOP), fundada en 2000, fue una de las primeras organizaciones de este tipo a nivel mundial. A la fecha cuenta con 8.000 miembros y tiene delegaciones en casi todas las provincias. Se encarga de nuclear a las y los profesionales del coaching ontológico, de regular los programas de formación que se utilizan en las más de 50 escuelas avaladas en todo el país y de establecer las normas éticas que rigen la profesión. Asimismo, en 2015 se fundó en Buenos Aires la Federación Internacional de Coaching Ontológico Profesional (FICOP) con el beneplácito de Echeverría y Olalla, extendiendo el alcance de una práctica que para entonces ya era conocida por un amplio público. 

Coaching ontológico y política: el caso argentino

Desde comienzos de siglo se observa en el sector público y privado de Argentina la proliferación de instancias que ofrecen intervenciones de coaching ontológico con el objetivo de influir positivamente en la tarea o situación específica de funcionarias y funcionarios, de mandos medios y mandos altos, de estudiantes y docentes, de pacientes y profesionales de la salud. El correlato político de este contexto general fue el triunfo electoral de Mauricio Macri como jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2007, y luego como presidente en 2015. El arribo al poder del PRO y de lo que más tarde sería la coalición Cambiemos provocó una alteración profunda en el lenguaje y los valores dominantes en la esfera política. De hecho, logró imponer una narrativa que reivindicaba la transformación y la felicidad contra todo aquello que se le oponía y que, según esta misma narrativa, resultaba indisociable del pasado reciente de la historia argentina. La promesa de una “revolución de la alegría” –como rezaba un recordado slogan de campaña– encontró eco en el imperativo social del wellness que promovían las culturas terapéuticas en ascenso y derivó en una alianza hasta entonces nunca vista entre el mundo del coaching y el nivel más alto de la política vernácula. El filósofo Alejandro Rozitchner, conocido en política por su “Taller de entusiasmo” para la dirigencia del PRO y por su papel como asesor presidencial de Macri, fue uno de los principales promotores de esta alianza. No obstante, estas figuras y estas filiaciones partidarias representan apenas un momento inicial y ciertamente novedoso en la historia del vínculo entre la actividad política y el coaching. Dicho vínculo no se agota en estos nombres propios ni en las ideologías que ellos representan. En la actualidad, la asesoría política ejercida por coaches de diferentes corrientes, comprendida la ontológica, tiende a abarcar buena parte del espectro político. 

Este hecho, sumado a la promoción en medios tradicionales y redes sociales durante la última década, contribuyó a la popularización del coaching entre sectores de la población que o bien no lo conocían, o bien no estaban lo suficientemente familiarizados con el tema. La moda del coaching, si es que la hubo o la hay, llamó la atención de miradas menos complacientes que las de sus propios representantes y comunicadores, dando lugar a un conjunto de investigaciones históricas y científico-sociales que se interrogan, por lo general de manera crítica, sobre distintos aspectos del fenómeno. En el marco de estas investigaciones salieron a la luz datos comprometedores sobre los orígenes del coaching ontológico. En efecto, hay evidencia de que esta práctica comenzó apelando a la violencia psicológica bajo distintas formas y en distintos grados para generar los cambios esperados en los individuos que se sometían a ella. Algunas de las personas que trabajaron con Flores en los años ochenta recuerdan los métodos abusivos que usaba durante aquellas sesiones experimentales de coaching; métodos no muy diferentes, por cierto, de los utilizados por el famoso gurú estadounidense Werner Erhard, a cuyos seminarios Flores había asistido tiempo antes de empezar a dar sus propios talleres. Desde sus inicios, el coaching ontológico está atravesado por historias de humillación, maltrato y manipulación. Si bien estas historias, evidentemente, no definen a la práctica ni a sus practicantes, tampoco se puede pasar por alto el papel que juega la sofística, la retórica y, más en general, el uso de la sugestión y la persuasión a través de la palabra en la matriz teórica del coaching ontológico. Precisamente porque estas historias no constituyen hechos aislados, las asociaciones que regulan la disciplina se han vuelto sumamente sensibles a la dimensión ética de la profesión. Sin embargo, ninguno de los resguardos que tomaron en los últimos años pudo impedir que los escándalos se sigan sucediendo.      

El más resonado y el más actual es el que tiene como protagonista a Leonardo Cositorto, quien fuera el director y la cara visible de la empresa Generación Zoe. Cositorto, que se presenta como coach ontológico y pastor evangélico, era el líder de una organización que dirigía múltiples negocios (una criptomoneda, una iglesia, una cadena de comida rápida y varios equipos de fútbol, entre muchos otros), cuya puerta de entrada era la oferta de cursos de coaching ontológico, mentoring y trading. La pata financiera del modelo de inversiones de Generación Zoe se basaba en lo que se conoce como estafa piramidal y, más específicamente, como esquema Ponzi. Las primeras alertas y denuncias tuvieron lugar a comienzos de 2022, cuando se abrió una causa judicial por la que se detuvieron a los principales sospechosos. Finalmente, en febrero de 2025, Cositorto fue condenado a 12 años de prisión por estafa y asociación ilícita. Entre la detención y la condena, no fueron pocas las notas periodísticas y declaraciones de referentes de la política que compararon la personalidad mesiánica del ex CEO de Generación Zoe con la del presidente Javier Milei. Por lo demás, no es casual que Cositorto haya sido una de las primeras figuras consultadas por los medios en calidad de experto cuando estalló el criptoescándalo de $LIBRA. Como tampoco es casual que Cositorto, cada vez que tiene la oportunidad, reclame derechos por la imagen del león, ya que la utilizó previamente a que lo hiciera La Libertad Avanza, y afirme ser liberal desde mucho antes de la llegada de Milei al poder.

La promesa de una “revolución de la alegría” –como rezaba un slogan de campaña de la coalición Cambiemos– derivó en una alianza hasta entonces nunca vista entre el mundo del coaching y el nivel más alto de la política vernácula

La comparación no puede ir mucho más lejos sin forzar la naturaleza de los hechos. En todo caso, lo que me interesa resaltar es una tensión característica de la coyuntura actual. La crisis económica y social que estamos atravesando se ha revelado propicia para la proliferación de estafas de todo calibre. Estas se basan tanto en la desesperación y la credulidad de muchas de las víctimas como en el poder de convencimiento de quienes las llevan adelante. Muy habitualmente, el engaño utilizado en las estafas implica promesas inalcanzables. Los discursos que prometen retornos a tasas por encima de lo normal, al igual que aquellos que prometen resultados extraordinarios en la vida, cuentan con el malestar estructural de los individuos a los que están dirigidos. En un contexto de empobrecimiento y precarización, el malestar subjetivo que atraviesa nuestra época, con todos sus “desórdenes”, “trastornos” y “enfermedades”, vuelve a esta discursividad más pregnante que nunca.  

Diseño y existencia: los límites ontológicos del coaching

El discurso del coaching ontológico forma parte de los saberes contemporáneos que prometen la superación del malestar. Aunque en realidad, no es exactamente el malestar lo que se supera, sino el ser de la persona que lo experimenta. Devenir otra persona, desde esta concepción, equivale a devenir alguien dotado de las herramientas necesarias para la gestión o administración de problemas y, por lo tanto, alguien preparado para responder a las exigencias del presente. Diseñar ontológicamente la propia vida significa, precisamente, proyectar su transformación adaptándola lo mejor posible a una realidad económica y política determinada. Una vida diseñada es una vida producida con el fin de ser lo más efectiva posible en relación con una meta que, aun sin estar explicitada, se encuentra presupuesta en el propio proceso de diseño. El éxito, que es la mayor aspiración de quienes coachean y se coachean, se alcanza cuando la potencia y el deseo vital de los individuos coinciden, al menos parcialmente, con lo que se espera socialmente de ellos de acuerdo a valores muy determinados de productividad y consumo. En este sentido, se puede afirmar que el coaching ontológico, lejos de su pretendida radicalidad, es un dispositivo meramente adaptativo. Ahora bien, afirmar esto no implica desconocer su efectividad, es decir, su capacidad transformadora del modo de ser de los sujetos. Solo que esta transformación no hace más que confirmar el estado de cosas actual, ahondando de este modo el malestar que se nos prometía dejar atrás.  

Hay, sin embargo, un punto ciego en esta tecnología. Si se piensa la existencia desde Heidegger, que es la principal referencia filosófica de la teoría del coaching ontológico, entonces hay que admitir un límite para las posibilidades del diseño humano. Es posible diseñar desde una conversación, un estado de ánimo y una postura del cuerpo hasta un modelo de negocios y un programa político. En cierto modo, también es posible diseñar una vida, en el sentido de una forma de vida. Pero la existencia, el ser del Dasein, es eso mismo que por definición no puede entrenarse o coachearse y, tanto menos, volverse objeto de diseño. Si hay que reconocer este límite, no es por razones éticas, sino justamente por razones ontológicas. En los términos filosóficos referidos, existencia significa apertura del ser. Las posibilidades del existente humano, incluida su propia muerte, dependen de su ser abierto, de su estar abierto a sí mismo, a los demás existentes y al propio mundo. No hay diseño o designio de la existencia, porque no es posible limitar sus posibilidades, ni por la voluntad ni por la fuerza, en vistas de un objetivo. Ella es sin porqué ni paraqué. Ex-sistir, explica Heidegger, es estar fuera y más allá de sí mismo. Asignarle una razón y un propósito al existente, implicaría reducirlo a una condición de cosa o de útil que nada tiene que ver con su constitución ontológica. 

La tecnología en cuestión tiene un alcance nada despreciable sobre las subjetividades. Además de promover abiertamente el sistema de valores dominante, opera directamente sobre las almas y los cuerpos, desde el momento que transforma a los sujetos en aspectos decisivos de sus vidas. La eficacia de esta práctica, que desde luego se podría discutir y problematizar, pero que aquí no pretendo poner en duda, tiene como límite la existencia. Su lógica es la del funcionamiento y su finalidad es la del mayor rendimiento posible. En el fondo, escribe Ariel Pennisi en su texto “Una época coacheada” (2023), “se trata de funcionar para rendir, de optimizar para maximizar”. Funcionar y rendir se ha convertido en la necesidad de la casi totalidad de los individuos y, simultáneamente, en el deseo de la mayoría. Esta es la prueba incontestable, que por otra parte cualquiera puede hacer, de la disposición ultraliberal del mundo. Como explica Miguel Benasayag en su libro ¿Funcionamos o existimos? (2021), el mundo está colmado de cosas y personas que funcionan. Pero a pesar de esta exuberancia de seres maquínicos, no todo es calculable ni está determinado de antemano. La existencia incluye también el carácter opaco del sentido, el no-saber, la negatividad y una infinidad de procesos vitales que son cualquier cosa salvo transparentes. Funcionar y existir no son opciones excluyentes, ya que una depende de la otra. Funcionamos, como todo lo que hacemos, siendo, existiendo. Con todo, la existencia es irreductible a la lógica del funcionamiento. Hay acciones, pasiones, afectos, relaciones y tiempos que simplemente no se circunscriben a esta lógica. Cada quien puede traer sus propios ejemplos, pues nadie existe únicamente para gestionar y gestionarse de manera competente y competitiva. La multiplicidad de instancias ajenas al trabajo y la productividad, al beneficio, al lucro y, para decirlo todo, a la utilidad, conforman un campo de experimentación y pensamiento que, en mi opinión, hoy adquiere una particular relevancia existencial y política. En un momento del mundo en el que reaparece en el horizonte el paradigma de la “civilización” bajo el impulso de una derecha extrema que ostenta con orgullo sus insignias identitarias, clasistas y religiosas, al tiempo que impulsa o consiente políticas de la muerte sobre poblaciones enteras, la pregunta por el ser o, como conviene decir desde un pensamiento situado, la pregunta por el estar, deja de ser una cuestión exclusiva de la filosofía académica y del coaching ontológico para convertirse en una cuestión que interpela necesariamente a todas y cada una de las existencias. 

El coaching ontológico es un dispositivo meramente adaptativo, pero su tecnología tiene un punto ciego: la existencia incluye también el carácter opaco del sentido, el no-saber, la negatividad y una infinidad de procesos vitales que no son transparentes

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