El año del León: la libertad en el poder
Se cumple un año de gobierno de Javier Milei y es tiempo de poner sobre la mesa unas primeras impresiones. Fortalecido en el poder, contra buena parte del pronóstico de la corporación política que gobernó el país desde 1983, Milei consolida un esquema de toma de decisión política, que hace sistema con un modelo económico y su propia sociología electoral, mientras la oposición no encuentra el botón del refresh.
por Federico Zapata
¿Qué nombra Milei? ¿Cómo es un anarco-libertario en el gobierno de un Estado? ¿Qué sociedad, qué economía y qué política estamos viendo emerger en Argentina? ¿Son los outsiders la primera forma de ajuste del sistema democrático en la era digital? O, dicho de otra manera ¿Son los outsiders los nuevos insiders? ¿Son un riesgo para la democracia o son una forma de experimentación alternativa de la vida democrática? Estos son algunos de los interrogantes centrales que ordenan la profundidad de una experiencia absolutamente novedosa, que ha transformado a la Argentina en un laboratorio con impacto más allá de las fronteras de un país al borde del fin del mundo. Vivek Ramaswamy y su nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental están ahí para atestiguarlo. Un fantasma recorre el mundo…
¿Son los outsiders la primera forma de ajuste del sistema democrático en la era digital? O, dicho de otra manera ¿Son los outsiders los nuevos insiders?
El mileismo social
Existe un ground zero de la acumulación política libertaria: la sociedad. Milei ha sido y es fundamentalmente una creación y una herramienta de la sociedad. Una sociedad que se muestra, a lo largo de este primer año de gestión, decidida a empujar hacia una nueva época en Argentina. La sintonía de la sociedad con Milei no se explica sólo como consecuencia de la radicalidad política utilizada por La Libertad Avanza (LLA) para interpretar el malestar social ante las élites gobernantes, sino que expresa un consenso social desde abajo, que considera que existe un colapso operativo de la política tradicional y una crisis terminal de la economía, que inevitablemente se solucionan con un nuevo sistema de representaciones políticas (una política post-casta) y un conjunto de reformas estructurales (un capitalismo popular). Para esta mayoría social silvestre, desconectada del sistema político tradicional y el círculo rojo del capitalismo argentino, cortar el nudo gordiano es la única salida posible de la crisis y el estancamiento secular argentino.
Esta conexión sin mediaciones entre Milei y la sociedad (y su contracara hoy, la desconexión entre la oposición y la sociedad), tendió a sedimentar una realpolitik callejera que no le atribuyó al libertario, durante su primer año de gestión, responsabilidad directa en los diferentes traspiés legislativos o torpezas ejecutivas. Para la sociedad, esos resbalones no son producto de la falta de pericia o del amateurismo del team libertario, sino que obedecen a la morfología corporativista que asume la política tradicional: el partido social del cambio versus la corporación política del veto y la resistencia conservadora. Dicho de otra manera, en cada batalla de Milei contra la “corporación política tradicional favorable al veto”, como por inercia de la física, la sociedad prefirió estar del lado de Milei.
Ahora bien, ¿Cómo intentar precisar la sociología de esta mayoría silvestre? ¿Quiénes son exactamente? En términos generales, podemos decir que se trata de la sociedad que nace de la crisis del bienestar de posguerra (esa crisis tan difícil de aceptar por una política moderna que se organizó en torno a ese sistema), una crisis que se acelera brutalmente a partir del 2008. Los “nietos” de “la lenta agonía de la argentina peronista” (Halperin Donghi dixit) han ido consolidando una nueva subjetividad heterogénea, pero que para simplificar llamaré “informalariado”: la sociedad nacida y criada en la economía informal. Esa sociología, que allá por los noventa parecía una zona de transición y malestar (la crisis del Estado de Bienestar y de la producción industrial), a lo largo de los 2000s se fue transformando en una forma de mercado estructuralmente estable y aluvional, permanentemente al margen del Estado de Bienestar y la economía fordista. No se trata ya de un precariado (aunque exista un precariado al interior del informalariado), sino de una economía popular capitalista donde conviven bolsones de prosperidad blue, ingenio y emprendedorismo, economía colaborativa, con sistemas de precariedad variables. El under que hoy es el nuevo mainstream.
Para el informalariado, que ya venía lidiando fuertemente con la pérdida del empleo, la flexibilización laboral, los trabajos informales de todo tipo y los rebusques de la economía “barrani” desde la pandemia, el ajuste es visto como una continuidad de la vida cotidiana que vivía durante la crisis inflacionaria del gobierno del Frente de Todos (último avatar del kirchnerismo), con una salvedad muy relevante que otorga más esperanza y certidumbre de cara al futuro: la baja de la inflación. Una variable que les ha permitido estabilizar un business plan popular-capitalista, aun en los segmentos más precarizados (por ejemplo, mejorar el costo de un emprendimiento o de la venta callejera). En la ruptura de ese sector con el peronismo está la clave social que explica el ascenso y el sostenimiento de Milei a lo largo de este primer año. Vaya paradoja: el kirchnerismo, que volcó todos los recursos excepcionales que entre 2003 y 2009 le brindó el ciclo de boom en los precios de los commodities para recrear el mercado laboral formal industrial tradicional, terminó por esa vía impulsando una economía cerrada y poco dinámica, que en sus válvulas de escape, consolidó y estabilizó al informalariado, el sujeto arisco que se escapa de la vieja representación política como arena entre las manos. En lo social, el mileismo es también un hijo involuntario de la crisis del modelo peronista.
En lo social, el mileismo es también un hijo involuntario de la crisis del modelo peronista
La nueva política opositora que eventualmente surja en Argentina necesita tomar nota de esta sutil pero fundamental diferencia entre el mileismo político (con su minoría intensa, sus estéticas autoritarias y su agresividad discursiva) y el mileismo social (como mayoría silvestre y popular). En este sentido, resulta ilustrativa la comparación con su hermano mayor americano: una cosa es el votante de Trump (según los resultados de las últimas elecciones americanas, una mayoría importante en el país) y otra el núcleo ideológico de sus asesores y entorno más cercano. Ni todos los norteamericanos son cultores de Steve Bannon ni todos los argentinos lectores de Murray Rothbard. La resultante es más bien una dinámica compleja, podría decirse de “utilización mutua”, entre esta nueva mayoría social y la nueva dirigencia que aspira a representarla. Por ello, es necesario tomarse en serio las preguntas que trajeron a Milei al poder y en todo caso, formular otras respuestas alternativas y superadoras. Ser más revolucionarios que Milei (u ofrecer otra revolución) en lugar de intentar, una y otra vez, volver el tiempo hacia atrás (o ser el partido conservador). Al momento, y a lo largo de este primer año de gestión, esta distinción ha estado ausente en la política opositora y es la razón que explica sus dificultades para conectar con la sociedad.
La incipiente economía política de Milei
Milei ha sabido identificar con mucha precisión que el clivaje central de época que hoy atraviesa a las sociedades democráticas occidentales, no es tanto izquierda versus derecha, como élite versus público (tomando la conceptualización de Gurri). Lógicamente, como en Argentina estamos transitando la etapa final de 20 años de kirchnerismo, la utilización de términos peyorativos como “comunismo” o “zurdos empobrecedores” tiene pregnancia local, pero no hay que confundir el árbol con el bosque: el epicentro del clivaje sobre el que Milei trabaja es élite versus público, o en sus propios términos, casta versus no casta. En la vieja terminología, podríamos decir que el clivaje izquierda-derecha es una contradicción secundaria. Desde el punto de vista de la economía política, por lo tanto, es necesario comenzar con una pregunta base: ¿Qué es la casta para Milei? La pregunta tiene una respuesta general y una específica.
Desde el punto de vista general, el libertario coaligó en el concepto, con objetivos funcionales a su política de superávit fiscal, al corazón del viejo modelo estadocéntrico: el Estado in totum (incluyendo el personal burocrático, los servicios públicos y las empresas estatales), al que ligó orgánicamente con los privilegios de la clase política profesional, los periodistas históricamente beneficiados con la pauta estatal de medios (incluyendo acá una amplitud de profesionales con ideologías disímiles) y los empresarios especializados en hacer negocios con las regulaciones-protecciones públicas (principalmente, la industria mercado-internista y los contratistas de obra pública). En otras palabras, Milei logró amalgamar y visibilizar al núcleo central de poder político y económico del viejo régimen que pretendía desarticular.
Desde el punto de vista específicamente político, Milei organizó un orden de prioridades en la asignación de las responsabilidades sobre la crisis económica de los últimos diez años: la casta son centralmente los partidos políticos del nuevo orden democrático post 1983 y sus herederos post-2001 (kirchnerismo y macrismo) y no tanto, o no en primera línea, los sindicatos y los empresarios. En concreto, a lo largo de la última década y en el imaginario de la sociedad que interpela el fenómeno libertario, la dirigencia política colocó sus intereses particulares de supervivencia institucional por encima de la construcción de un orden macroeconómico estable y productivo para la mayoría de la población.
La casta son centralmente los partidos políticos del nuevo orden democrático post 1983 y sus herederos post-2001 (kirchnerismo y macrismo) y no tanto, o no en primera línea, los sindicatos y los empresarios
Sobre la base de esta operación antagónica fundacional (general y específica), la LLA operó como “un partido del shock”: apalancado en la inercia electoral ganadora, la agudeza inflacionaria de la crisis, la descomposición del sistema político y las expectativas profundas de cambio estructural de los sectores más dinámicos de la sociología electoral descripta, Milei desarrolló un ajuste híper-ortodoxo pero socialmente pacífico basado en una variable tan dogmática como realista frente a la coyuntura inflacionaria: una reducción drástica del gasto público (5,6% del PBI en el primer semestre). Acto seguido, la baja de la inflación funcionó como el dato político crucial para sustentar la credibilidad del plan de gobierno (la inflación bajó del 25,5% mensual en diciembre del 2023 al 2,7% en noviembre).
La reacción de “la casta política” osciló entre la arrogancia y el desconcierto, entre el rechazo y el “Mileisplanning”: “se cae en enero”, “se cae en febrero”, “se cae en marzo”, y así sucesivamente. Para la vieja élite política, Milei estaba cortando el cable rojo que ellos no habían querido o podido cortar, pagando los costos políticos que ellos no estaban dispuestos a asumir, y en ese sentido, el mediático economista volvía a ser la herramienta involuntaria de los profesionales: en la campaña había sido “instrumentado” primero por el peronismo para debilitar a Cambiemos y luego por el macrismo para debilitar la opción centrista de Larreta. Ahora, en el momento gubernamental, una vez consumado el “ajuste”, el fenómeno libertario implosionaría, canalizando la furia social hacia la “racionalidad” burocrática-profesional de la vieja clase política, esta vez, para restaurar el orden en mejores condiciones macroeconómicas. Como en la campaña, el resultado no fue el esperado: Milei terminó instrumentando a los instrumentadores.
En el marco de estas tensiones, Milei logró, contra todo pronóstico, consolidar de cara al 2025 una estructuración proto-hegemónica en torno a tres dinámicas económicas principales. En primer lugar, la generación en la sociedad de un consenso moral que equipara el superávit fiscal con el rechazo a la corrupción. Esta equiparación le otorga valor político a la motosierra que Milei retomó con fuerza cada vez que fue necesario para compensar el costo recesivo del ajuste antiinflacionario. El informalariado interpreta, junto con amplios segmentos de los votantes independientes, que en la Argentina actual menos Estado significa más poder para la sociedad. En segundo lugar, la hegemonía de Milei parece comenzar a sustentarse en un factor más estratégico que el gobierno venía predicando hacia el mercado sin mucho éxito: el incipiente ordenamiento macroeconómico. Se trata de una batalla que no quedará saldada hasta que la gestión salga del cepo y se termine de discutir el atraso cambiario, pero la hegemonía del “¿Y si sale bien?” ha venido ganando terreno en el establishment económico (e impactando en la baja del riesgo país).
Finalmente, Milei ha cerrado progresivamente una coalición empresarial dinámica con actores que estaban vacantes de representación en el sistema político argentino. La primera pata de esa coalición se conformó con la aprobación del RIGI y tiene un fuerte impacto en una geometría territorial de poder que atraviesa la Patagonia, Cuyo y el NOA: minería, petróleo y gas. Se trata, nada más y nada menos, que de la coalición empresarial con la que soñaba el candidato peronista Sergio Massa para oxigenar la pata renga de la coalición kirchnerista: el sector industrial mercado-internista. En su hoja de ruta, Massa imaginaba que, a partir de una superexplotación minera, petrolera y gasífera dinamizada por inversiones extranjeras y actores nacionales dinámicos (YPF + PAE + Vista), el país resolvería su problema de balanza comercial externa y por esa vía se evitaría reestructurar el viejo sistema fordista imperante en nuestra anacrónica estructura productiva. Milei hoy instrumenta la pata mineral de la coalición (minería, petróleo y gas) pero se deshace del componente industrial mercado-internista. RIGI, pero con apertura comercial.
La segunda pata de esta coalición empresarial se entronca, por la vía de Elon Musk, en la economía digital. La apuesta de Milei por Trump (exitosa desde el punto de vista del resultado de la elección y del rol que ocupará Musk en el gabinete), no constituyó sólo una decisión de política exterior, sino la búsqueda de una base material para completar su coalición en torno al empresariado de Silicon Valley y los unicornios argentinos. Posiblemente sea la foto más contrastante que pueda presentarse a la sociedad argentina, entre un liderazgo emergente que abraza la nueva economía del conocimiento frente al último kirchnerismo, que hizo todo cuanto estuvo a su alcance para ponerles palos en la rueda al sector que tiene por emblema nacional a Marcos Galperin (Mercado Libre). Se trataba, al comienzo del gobierno del Frente de Todos (2019), de actores económicos en libre disponibilidad política, pero que entre la relación orgánica del último peronismo con el sector bancario tradicional y los prejuicios que emanaban del cristinismo económico en fase terraplanista terminaron dispuestos a acompañar cualquier coalición de cambio que pudiera otorgarles un lugar en la mesa de decisiones. Dicho de otro modo, el triunfo de Trump (factor externo) y el anacronismo del último peronismo (factor interno) le dejaron a los libertarios un inmenso territorio económico en ascenso sobre el cual poder proyectarse.
El triunfo de Trump (factor externo) y el anacronismo del último peronismo (factor interno) le dejaron a los libertarios un inmenso territorio económico en ascenso sobre el cual poder proyectarse
¿Alcanzará? La pregunta que siguen sin responder los libertarios, a falta de claridad sobre la estrategia de desarrollo que se proponen, es precisamente cómo esta vez sí, y a diferencia de los tempranos 2000s, esta ventana que nos ofrecen los no renovables (20 años), permitiría reconvertir la matriz productiva nacional. La coalición empresarial es una condición necesaria pero no suficiente para el MAGA argento (make argentina great again). Más temprano que tarde, la batalla por una Argentina próspera se juega en el campo de una nueva estrategia de acumulación nacional diseñada para cuando los actuales flujos de los no renovables se hayan agotado.
Una política de la excepcionalidad permanente
A lo largo del primer año en el Estado, los libertarios desplegaron un formato exótico de ejercicio del poder político, fundado en una suerte de (parafraseando a Trotsky) excepcionalidad permanente. Desde el punto de vista estructural, el gobierno operó como un “imperio digital”: un rechazo práctico del ejercicio representativo y la fuga, por medio de la civilización digital, hacia una forma de democracia radical. Si la vieja élite, salvo en el momento electoral, hacía política sustentada en la idea de representación (“el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades”), el imperio digital hace política rompiendo permanentemente la opacidad representativa, en una interpelación turbulenta y bidireccional con el llano. Metafóricamente, la república analógica es un sistema operativo vertical (la televisión) y el imperio digital es un sistema operativo colaborativo (un smartphone). Por supuesto, la morfología radical de la democracia no supone necesariamente un ágora ateniense. En este caso, funda más bien un ejercicio cesarista, unilateral y decisionista, hiperactivo, viral, rupturista e híper-intrusivo. Un influencer (sin mediciones institucionales analógicas), que conecta con el deseo popular capitalista y con formas políticamente plebeyas, pero sobre todo, que resuelve la paradoja de confianza en los lazos asimétricos que estructura la nueva civilización digital.
A lo largo del primer año en el Estado, los libertarios desplegaron un formato exótico de ejercicio del poder político, fundado en una suerte de (parafraseando a Trotsky) excepcionalidad permanente
Esta innovación política explica porque, en términos prácticos, luego de la excepcionalidad electoral (ganar la presidencia sin un partido, sin dirigentes, sin militancia y sin fiscales) sobrevino una excepcionalidad del poder: sostenerse en el sillón de Rivadavia a pesar del rechazo de la “razón profesional” de la casta, de la ausencia de tecnocracia y políticas públicas, del desconocimiento del Estado. Dicho de otra manera, si a comienzos de la gestión, la “racionalidad política” más sofisticada pedía que Milei armara rápidamente un partido de gobierno que le permitiera empezar a gestionar la dimensión social del ajuste y las reformas estructurales a través de una alianza con la oposición dialoguista que dejara aislado al kirchnerismo, el propio Milei apostó a una hoja de ruta más básica y sustancial para sus objetivos: una confrontación total con todos los partidos del viejo régimen, de acuerdo a la intuición de que esa confrontación era la única garantía político-cultural que frente a su pueblo (aquel que no lo había votado por su capacidad profesional para gobernar y “entender el Estado” sino para cambiar como sea ese sistema por otro) certificaba la voluntad real de construir un liderazgo y un poder nuevo en la política argentina.
Esta configuración embrionaria produce, en ese tránsito, una ruptura aún más profunda: Milei destruyó “la costumbre” de una política institucional de acuerdos y consensos que se destacaba como la columna vertebral de la democracia representativa (el bipartidismo civil contra el levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987, el Pacto de Olivos, el gobierno de coalición de Duhalde en 2002), cultura que, en los últimos diez-quince años, se transformó, para la mayoría silvestre, en un pacto de las elites políticas para sostener sus privilegios corporativos, darle la espalda a una sociedad cada vez más empobrecida y evitar una hoja de ruta reformista por miedo al costo político del ajuste. De esta forma, el libertario inaugura una forma de juego político que la vieja clase política no sabe jugar. Adiestrados en la era de la representación, la opacidad y los acuerdos cupulares, asisten aturdidos a una forma de política anti-élite que parece jactarse incluso de sus errores y preferir la pornografía al erotismo. Si es malo, que se vea, operando tal vez con la certeza de que vivimos en un mundo en el cual todo secreto se desvanece en el aire. La explicitud libertaria es hija de esa sociedad de la transparencia en donde cualquier privacidad es imposible.
En el marco de esa gobernabilidad excepcional, Milei se propone desmontar la “densidad burocrática” del viejo Estado “alfonsinista-peronista” de la democracia. A cambio, pretende instaurar una gobernabilidad basada en un ancla fiscal rigurosa que controla el dólar, baja la inflación y da paso a una estabilidad económica que solo se complementa “artificialmente” con un aumento de AUH y tarjeta alimentaria. La nueva “gobernabilidad” de Milei es orden macro ortodoxo + asistencia no burocrática del Estado. Un mensaje directo a la sociedad: ¿Qué podés hacer vos si te bajo la inflación? ¿Cómo te las arreglás para emprender o trabajar en esas condiciones “estables”?
Dicho de otra manera, la novedad que la sociedad aprecia en Milei no es su “fría inteligencia para la planificación weberiana del poder” sino su temple, “locura” y convicción para jubilar a la clase política y apegarse a su credo liberal para hacer el ajuste contra viento y marea, meter el superávit fiscal y bajar la inflación. En ese territorio que le deja la sociedad, Milei introduce su innovación política: la gobernabilidad no surge del uso político del aparato del Estado, sino de la economía. Si no hay inflación, no hay conflictividad social. Una gobernabilidad que no se apoya en el control estatal de la sociedad a través del “consumo público” (subsidios, asistencia social focalizada, obra pública, emisión expansiva de dinero) y la mediación de estructuras políticas (militancia, programas ministeriales, punteros, partidos, sindicatos) sino a través del orden macroeconómico del cual se beneficia el sujeto social dominante del mileismo: el informalariado. Si la gobernabilidad económica de Milei triunfa como consenso social en las elecciones de 2025, quizás ya no sea necesaria la densidad política de un partido del orden para gestionar la pobreza y el conflicto territorial; quizás la “contenciosidad” de la sociedad ya no esté caracterizada por reclamarle más presencia asistencial al Estado sino por exigirle una economía privada sin crisis e inflación.
Rumbo al 2025
Si en enero de 2024 la pintura política parecía ofrecer un perfil destructivo de Milei sin una gobernabilidad propia de reemplazo ante la casta, el año termina con la consolidación de la LLA como la primera minoría dinámica del sistema en construcción, frente a una oposición que aparece cada vez más fragmentada y con más dificultades para representar un proyecto económico alternativo. En otras palabras, y visto con el diario del lunes, el gran acierto de Milei fue no negociar las condiciones del ajuste con la oposición: priorizó asegurar su poder antes que tener una gobernabilidad. El éxito paulatino de esa jugada arriesgada termina desembocando en el fortalecimiento de LLA y de un poder presidencial que Milei “no le debe a nadie”.
De esta manera, Milei inaugura el inicio irreversible de un proceso de ruptura y transición desde el viejo sistema partidario de la democracia y sus estereotipos (el político profesional, los formadores especializados de opinión pública, las estructuras partidarias territoriales, la política orientada a una noción virtuosa del Estado de Bienestar, la representación parlamentaria, un partido del orden que tuviese la fórmula de la Coca-Cola para contener el conflicto social y ganar elecciones) hacia un inevitable nuevo sistema político que todavía no existe ni tiene formas definidas, más allá de las que ensaya Milei, pero que deberá completarse con nuevos actores políticos, sobre todo opositores, si es que existe una voluntad de poder en el resto de los políticos y los partidos por ganarle a Milei en el futuro.
Milei no solo forzó una vuelta de página en la organización institucional de la representación política en la Argentina, sino que hasta ahora es la única novedad política que produjo esa ruptura. La oposición todavía no parió a los “primos políticos” del mileismo, no se contagió del nuevo aire de época. Todo lo contrario, en los esbozos que se sugieren para el 2025 se proyecta para Milei un funcional acto final de la “casta” al grito de “aquí no se renueva nadie”. Como sintetizó Pablo Touzon en una reciente entrevista, la política que produjo a Milei no es la que podrá sacarlo. Hasta el momento, y como en el tango, la clase política tradicional prefiere seguir aferrada a un dulce recuerdo que no ha de volver.
La oposición todavía no parió a los “primos políticos” del mileismo, no se contagió del nuevo aire de época. Todo lo contrario, en los esbozos que se sugieren para el 2025 se proyecta para Milei un funcional acto final de la “casta” al grito de “aquí no se renueva nadie”