El dandy: aristócrata desclasado
Como sostiene este artículo del filósofo Luis Diego Fernández, el dandismo es una revolución individual contra el orden establecido. Hijo bastardo de la Revolución Francesa que evade al jacobinismo, moderno pero anti-capitalista, androgino pero no necesariamente homosexual. El dandismo se burla de las reglas, las padece, pero de todas maneras las necesita: es un arte de vivir desclasado.
"El dandismo aparece sobre todo en las épocas de transición, cuando la democracia no es aún todopoderosa y la aristocracia sólo en parte está degradada y tambaleante. En la anarquía de esas épocas, algunos hombres desclasados, hartos, ociosos, pero todos ricos en fuerza nativa, pueden concebir el proyecto de fundar un nuevo tipo de aristocracia, tanto más difícil de demoler cuanto que estará cimentada en las facultades más preciosas, las más indestructibles, y sobre los dones celestiales que ni el trabajo ni el dinero pueden otorgar. El dandismo es el último destello de heroísmo en las decadencias".
C. Baudelaire, El dandy, 1863.
Contra el destino clasista
En su artículo ¿Qué es la ilustración? (1984) Michel Foucault nos dice que debemos observar al dandy lejos de lo que la vulgata entiende de manera superficial (la complacencia, autoindulgencia o la vestimenta), abordando su figura como el exponente crítico de una experiencia de lo transitorio y lo novedoso, donde la moda y la construcción de uno mismo son manifestaciones de un profundo distanciamiento moral y un repudio a la uniformidad de la clase burguesa ascendente desde la individualidad esculpida de manera consciente. El dandismo se constituye al interior del acontecimiento de la Modernidad a mediados del siglo XIX donde la vida se concibe como una obra de arte desde una pulsión de rebelión individual contra la productividad capitalista y la normalización disciplinaria de los cuerpos, situándose por fuera de la regulación alienante, es decir, se trata de una auténtica moral estética al mismo tiempo que una micropolítica de la singularidad. Es desde esta lógica donde hay que situar los elementos claves que rodean al dandismo y son clarificadores de su modalidad: el artificio, el cigarro, la barba, el arte, el vino, el opio, lo femenino, la cosmética, la escritura, la melancolía, la excentricidad, la prostituta, el fetiche, la soledad, la urbanidad, el silencio o la música. Por tanto, de acuerdo a Foucault, el hombre moderno que responde a un ethos diferente fabrica una subjetivación inédita. Hijo bastardo de la Revolución Francesa que evade al jacobinismo, el dandy se toma a sí mismo como objeto de elaboración y define una ascesis corporal y del alma.
Hijo bastardo de la Revolución Francesa que evade al jacobinismo, el dandy se toma a sí mismo como objeto de elaboración y define una ascesis corporal y del alma.

El dandismo como proceso histórico tiene una relación conflictiva con la categoría marxista de “clase” en la medida en que su estética de la singularidad, si bien se hace fuerte en la negación, no es dialéctica y busca deliberadamente abandonar toda “conciencia de clase” en el sentido de pertenencia irremediable a un destino social: los dandis provienen de sectores trabajadores pero se apropian de las normas aristocráticas. En el mismo sentido, análogamente, podemos decir que el dandy renuncia a la masculinidad y usurpa las armas de las mujeres. La crítica del dandy hacia el "dispositivo masculino” es también, por añadidura, un ataque a la clase proveedora (sea burguesa o media) y a la subjetividad del varón protagonista: viril, productor, machista, reproductor, misógino. El dandy desactiva ese rol, mostrando las costuras artificiales de la performatividad de la masculinidad, tornándose femenino y anticipando de manera asombrosa a la teoría queer de fines del siglo XX. Sin embargo, la androginia del dandy no es sinónimo de homosexualidad. Los hubo homosexuales (Wilde, Proust, Cocteau o Warhol) pero también heterosexuales (Byron, Baudelaire, Cravan o Horsley). En todo caso, la androginia del dandismo pasa por su "naturaleza" bisexual: David Bowie quizá sea su exponente más reciente y brillante. Una clave del dandy es su esteticismo afectado que a veces roza, o es deliberadamente, exhibicionismo y narcisismo asumido. Para el dandy la estética es todo. De allí que el dandy sea un hombre con mente de mujer.
De manera que contra el ideal de la clase burguesa que instituye un modelo masculino serial y disciplinado, el dandy sostiene la distinción aristocrática del ocio. Ahora bien, para comprender el vínculo del dandy con la cuestión de la clase debemos pensar su atributo anti-normativo y el carácter anti-burgués del mismo. El dandy es un intelectual aristocrático, es decir, cree en la diferencia, no es igualitarista, hay mejores y peores, es un outsider, un solitario, un desclasado. Ningún exponente de nota del dandismo fue noble sino de la clase obrera y muchos murieron pobres. Su espacio predilecto es la frontera, el límite, la transgresión, por ello más que buscar destruir la norma la necesita para vulnerarla, así sean prescripciones de clase o reglamentos de género. El dandy estudia la norma de la clase social acomodada para jugar con ella, para tergiversarla. Lejos de oponerse de modo inoperante o inocente, está dentro y fuera de ella a la vez.
Según nos cuenta Jules Barbey d’Aurevilly en el clásico opus Del dandismo y de George Brummell (1845), el considerado “padre fundador” de esta tradición, George Brummell, fue “el dandismo mismo” y éste trataba sobre todo el arte del vestir, de la elegancia exterior pero también era más que eso. Brummell encarnaba una manera de ser que tenía por finalidad generar siempre lo imprevisto, una forma de la excentricidad, algo propio del origen inglés. Barbey, sin embargo, acentúa el aspecto político que va unido al estético: el dandismo “es una revolución individual contra el orden establecido”, es decir, contra el orden de la clase burguesa. El dandismo se burla de las reglas, las padece, pero de todas maneras las necesita.
Este elemento desclasado en los dandies implica un heroísmo producto de su insularidad que hace de la soledad una épica individualista y estética. Se trata de héroes que actúan regidos por una lógica de rechazo a todo lo que la moral de la clase burguesa defiende: el familiarismo, la reproducción, el ahorro, el trabajo duro, el conservadurismo religioso. El asedio del dandy se despliega hacia los valores de la clase media productiva; la imagen weberiana de la ética protestante y el espíritu del capitalismo resulta la síntesis de todo aquello contra lo que avanza el dandy desde su fragilidad cosmética. El dandy es la némesis del padre de familia.
El dandy es un intelectual aristocrático, es decir, cree en la diferencia, no es igualitarista, hay mejores y peores, es un outsider, un solitario, un desclasado.
En el magnífico Política del rebelde (1997) de Michel Onfray, cuando era un joven anarquista, individualista y hedonista (el reverso exacto de su pobre versión actual populista, soberanista y xenófoba), leemos, partiendo de la influencia de Foucault, Deleuze, Guattari y Lyotard, el desarrollo de un nietzscheísmo de izquierda que, usando las nuevas tecnologías, procura disminuir la explotación y liberar al hombre de la productividad. La economía que postula el filósofo francés parte de un principio dionisíaco que apela a celebrar las pulsiones vitales contra el economicismo ascético y castrador que propicia el ahorro (en el capitalismo) y el mecanicismo estatista (en el marxismo). El onfrayiano es un individuo no definido por el trabajo, ni por la familia, ni por la patria, ni por la clase social o la jerarquía nobiliaria. Su modelo político es el dandy porque no hay nada más anarquista que el dandy. El norte de Onfray consistirá en continuar el proyecto de mayo del 68 y actualizarlo a fines del siglo XX.
Contra el utopismo ideal de la izquierda y el normativismo abstracto del liberalismo, Onfray plantea nuevas formas de existencia, tomando la influencia del último Foucault y sus experiencias californianas. Frente a la realidad liberticida de la revolución tradicional, Onfray opone la noción deleuziana de devenir-revolucionario de las subjetividades. Aquel joven pensador hedonista era lúcido al considerar que el anarquismo clásico del siglo XIX estaba obviamente obsoleto, incluso una sociedad anarquista le parecía un delirio inviable y peligroso, de ahí el término que emplea: “posanarquismo”. Esta actualización ácrata tendrá en la subjetividad dandy a su héroe modélico. La libertad libertaria será la matriz de las microrresistencias cotidianas y la noción que permita la construcción de un dandismo revolucionario crítico de la masificación y del populismo (de derecha e izquierda). Onfray define una política del dandy como una “estética generalizada” que apunta a transformar la vida cotidiana en algo nuevo y lúdico. Frente a la política burguesa de la inmovilidad y el encierro, propia de la clase media, Onfray delimita un individualismo resistente. Según su perspectiva, mayo del 68 dio a luz un nuevo individuo libertario y libidinal crítico del capitalismo, quizá un ejemplo de esta subjetivación sean los personajes de las primeras películas de Jean-Luc Godard, entusiasmados, paródicos, irreverentes, anarquizantes, todos ellos dandis urbanos en la París sesentosa. De manera que el dandismo adquiere su efecto político más influido por el situacionismo que por el marxismo, en tanto apela más a una “mística” de la izquierda libertaria que al clasismo: la energía sexual, el radicalismo, el humor, la ironía y la subversión de los valores puritanos. Una voluntad deseante crítica del familiarismo, el nacionalismo y el culto al trabajo.
Los dandis son desclasados y aristócratas: carecen de nobleza, de raíces (uproot, como dice Wilde), expatriados, de clase trabajadora, pobres y, sin embargo, se rodean de la clase rica de su tiempo.
Los dandis son desclasados y aristócratas: carecen de nobleza, de raíces (uproot, como dice Wilde), expatriados, de clase trabajadora, pobres y, sin embargo, se rodean de la clase rica de su tiempo. El dandy logra ser el puente entre los nobles y el lumpenproletariado: los primeros no necesitan trabajar, los segundos no tienen conciencia de clase ni conexión con el aparato productivo, son vagabundos y marginales. A ambos estamentos los une la ruptura con la normativa de la clase burguesa. De modo que los dandis constituyen una nueva aristocracia en tiempos industriales y uniformados basada en el talento artístico; son asociales y sociales, van contra la normativa burguesa, pero sin embargo permanecen dentro de la sociedad tal como es, juegan su juego y saben que "afuera" no hay nada. Al mismo tiempo, los dandis son artistas y obras de arte, es decir, son vendedores y hacen de su conducta una mercancía. Los dandis son solitarios y les duele la soledad, haciendo uso del autocontrol de las pasiones se diferencian de la masa normalizada; su ocio es construido a fuerza de trabajo concreto, vale decir, hay un estoicismo oculto en la ascesis del dandy, su modelo es Hércules, la fuerte y muscular deidad griega, en tanto que el placer requiere de planificación y laboriosidad. Finalmente, los dandis se mueven por los salones de la alta sociedad pero sienten el spleen que describía Baudelaire: el tedio o hastío vital.
Resulta evidente para un desclasado aristócrata como el dandy que el espacio de sociabilidad e influencia sea un reducto al mismo tiempo hedónico. Obviamente, el dandy es un animal indoors, por ello el club privado es su ámbito predilecto. De hecho, se dice que el dandy como figura surgió en uno de ellos llamado Macaroni, fundado en 1764 bajo el clima del reinado de Jorge IV. El dandy es hijo de clubes y de bajos fondos, allí se cruza con el hampa y el ecosistema del boxeo inglés, que tan bien retrata Guy Ritchie en sus films. Recordemos que el restaurant, otro sitio donde el dandy se siente a gusto, también es una institución nacida luego de la Revolución Francesa para hacer de la restauración no solo un momento de descanso y placer gastronómico sino de conspiración política. Esta territorialidad del dandismo hoy actualizada en los restós gourmet y los cigar bar son una variante más del juego de diferencias perpetuo que propone el dandy y que resiste la sumisión al destino clasista, es el soplo final que no permite que se cierre la igualdad niveladora. Hábito y gestualidad se ve en la soledad irreductible del dandy, mostrada con impetuosidad aristocrática, sarcasmo, en sus placeres (habanos, alcohol, hachís, rapé, cocaína, conversación) y en su artificio voluntario. Lo sintetiza Albert Camus en El hombre rebelde: “El dandy crea su propia unidad por medios estéticos”,
Destino sudamericano del dandy
¿Y el dandismo sudamericano? José Carlos Mariátegui, intelectual peruano de relevancia, en su juventud empleó un seudónimo: Juan Croniqueur. Mariátegui, reconocido por su compleja síntesis de marxismo e indigenismo, en sus años mozos ejerció el periodismo desde una mirada dandy decadentista retratando la alta sociedad limeña. Más tarde cambió el placer subversivo por la clase revolucionaria. Nuestros dandies latinoamericanos están signados por la pluma o los viajes: Lucio V. Mansilla, Fabián Gómez y Anchorena, Rubén Darío, Salvador Novo pero también féminas: Teresa Wilms Montt, Eduarda Mansilla y Mariquita Sánchez. La mujer dandy es independiente, culta y cosmopolita. La mujer que el dandy admira es su espejo. Ello lo podemos ver en tres variaciones donde ésta es representada estéticamente: la femme fatale, la andrógina y la puta. Madonna, una dandy pop contemporánea, encarnó a las tres de manera inmejorable en los personajes que habitan su orfebrería musical.
El dandismo en América Latina responde a las mismas claves que el dandismo europeo (inglés, francés). Tal vez lo que Silvia Molloy llamó “la política de la pose” sea la exhibición de esta alternancia de lo alto y lo bajo, la civilización y la barbarie de Sarmiento que articula la reflexión local. El dandy en Argentina se desclasa como hacía Federico Manuel Peralta Ramos desde su mesa en el Florida Garden: una performance estética desde su filosofía “gánica” y el despilfarro. El happening es la forma estética del dandismo porteño y su hábitat es el bajo, donde el dandy encuentra su mejor forma de deslizamiento. El dandismo argentino se desprende del linaje europeo al igual que la civilización deja traslucir la barbarie.
El dandy logra ser el puente entre los nobles y el lumpenproletariado: los primeros no necesitan trabajar, los segundos no tienen conciencia de clase ni conexión con el aparato productivo, son vagabundos y marginales. A ambos estamentos los une la ruptura con la normativa de la clase burguesa.