El escuadrón digital libertario

La batalla cultural global por los valores y el sentido común de la gente tiene un capítulo especial en Argentina. Javier Milei es un caso paradigmático que funciona como un indicador tan de época como lo woke, en un contexto en el que LLA es hoy, como dice el autor de la nota, la fuerza política mejor preparada para producir sentido común en la era de la conectividad.

por Gonzalo Sarasqueta

Ya corriendo el siglo XXI, el filósofo francés Alain de Benoist afirmaba que el clivaje izquierda-derecha era obsoleto. Su tesis central era que la derecha había perdido su principal sparring, el comunismo, y, en materia cultural, había comprado parte del kit progresista: igualdad de género, cuidado del medioambiente, multiculturalismo y tolerancia sexual. Javier Milei, entre otros socios de la internacional ultraderechista, transformó dicho marco teórico en praxis. Repintó la cancha doctrinal. Una y otra vez, pasó el rodillo ideológico para separar el mundo en dos grandes cámaras de eco: los colectivistas-woke frente a los guardianes de la libertad. En ese Armagedón, Milei juega a ser una especie de David Hasselhoff encolerizado, cantando Looking for freedom sobre los escombros del Muro de Berlín.   

Pero no todo es polarización ideológica en el experimento libertario. Además de empujar hacia los bordes a las fuerzas de izquierda y de derecha, el mandatario argentino enciende recurrentemente la polarización afectiva. Desde arriba, derrama desfiguraciones, tópicos y estereotipos negativos contra el wokismo. Un caso fresco fue el vídeo que circuló la cuenta oficial de Casa Rosada por El día de la Mujer. Sofismas como “despilfarro”, “estructura burocrática”, “presupuesto millonario” y “utilizar al Estado para promover la ideología woke” constituyeron el guion con el que se atacó la igualdad de género. Es, precisamente, el núcleo del relato que promueve Milei a diario. 

En ese Armagedón, Milei juega a ser una especie de David Hasselhoff encolerizado, cantando Looking for freedom sobre los escombros del Muro de Berlín.   

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 Y como lo demuestra el politólogo Kyung Joon Han, los discursos basados en cuestiones culturales e identitarias causan fracturas profundas y durables en el tejido social. Por un lado, en el endogrupo libertario, después de la ofensiva de su líder, para demostrar lealtad, se replican sus agravios, lo que fortalece el sentido de pertenencia entre las bases mismas y hacia el referente, y, a su vez, se incrementa el rechazo hacia el exogrupo. Y sucede lo mismo enfrente: ante el ataque recibido, el bando antagónico cierra filas, confirma sus prejuicios sobre el enemigo y busca la manera de responder con munición más pesada. Ergo: escala el conflicto retórico. Si con la ideología, Milei mantiene tensado al sistema de partidos, con la dimensión afectiva se asegura que la sociedad se descomponga en dos trincheras identitarias. 

Aunque el aporte de Milei a la Alt-right no es solo de fondo, sino también de forma. Sus insultos hiperbólicos y su jerga atropellada se han convertido en el vocabulario oficial del agonismo argentino. Una prueba contundente de esto es la cuenta de X de su confortable némesis, la expresidenta Cristina Fernández, quien ha abandonado sus tecnicismos jurídicos y sus adjetivos pomposos de cadena nacional. “Che, Milei”, “Gilada”, “sanata”, “arrugaron” son algunos ejemplos de su nuevo repertorio. Hasta el exalcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, también en la vereda de enfrente, se soltó un poco: “Me hinchaste las pelotas”, le contestó al líder libertario en un tweet. 

Este glosario, sumado a la estética punki presidencial, con la campera de cuero negra, la melena anárquica y su tono bronco y desbordado, asegura un éxtasis algorítmico. Milei cosió dos términos históricamente divorciados: derecha y rebeldía. Demostró que lo ultraconservador también puede ser cool. Pareciera que el libertario ha escrito un manual de estilo de alcance mundial. Al igual que, en su momento, lo hicieron Ronald Reagan, Silvio Berlusconi o Barack Obama. Esta vez, el Zeitgeist comunicacional lo pone el sur. 

Sobre intelectuales y almas simples 

“Lo último que me faltaba coincidir en el vuelo con el pelotudo de Dillom”, sube a la red social X el influencer mileísta @La_Pistarini, desde su asiento del avión. Una foto del rapero argentino, ubicado cerca de la puerta delantera del vuelo de Iberia, acompaña el texto. La viralidad espera: más de ochenta mil likes y cuatro mil compartidos, en un puñado de minutos. Los caracteres pegan la vuelta al ciberespacio y llegan al teléfono del músico. Este se levanta, prende la cámara del celular, se acerca hasta donde está el libertario y arremete:  

— ¿Vos sos Pistarini? —interroga, tajante, el músico. 

— Sí —castañeando, contesta el twittero.  

—¿Tenés algún problema? —apura Dillom.

—Ninguno, capo. Andá tranquilo… —Pistarini busca salir del momento incómodo. 

—Ah, ¿viste? Mirá que guapo que sos ahora…—el autor de Por cesárea saborea el “triunfo” presencial—. Portate bien, ¿dale? —mientras le acaricia la cabeza, se despide con ironía. 

La anécdota refleja el espíritu del enjambre digital libertario. En esta época, la batalla cultural se libra principalmente en el éter de las redes. Lo corpóreo, lo tangible, lo real es relleno. ¿Unidad básica? ¿Plaza de Mayo? ¿La Nación? Residuos del viejo mundo que no acaba de morir. La testosterona libertaria se demuestra en línea. Allí se juega el orgullo. Con lealtad. Con provocación. Al límite. Puede ser poniendo la “jeta” o escondiéndola. Poco importa. Solo gravita el avatar. El homo faber cede ante el homo histrionic y el homo simulator. 

La tribu digital libertaria refuerza el trabajo de etiquetación que desde las alturas del Estado realiza Milei. Patrulla por las redes sociales aplicando sus marcadores de identidad. LGBT, medioambiente, Estado, igualdad de género son conceptos-frontera que sirven para dividir la opinión pública entre “propios” y “enemigos”. Los objetivos comunicacionales son básicamente dos: silencia la narrativa del exogrupo (colectivismo-wokismo) mediante contraargumentos, amenazas o descalificaciones, y, además, ampliar la cámara de eco, cooptando a todas esas subjetividades “biconceptuales”, en palabras del lingüista George Lakoff, que basculan entre el marco mental del “padre protector” (progresismo) y el del “padre estricto” (conservadurismo). Porque en la batalla cultural digital no existen “corredores humanitarios”. Al que duda se lo integra o se lo liquida simbólicamente. A favor o en contra. Fin. 

Detrás de este ethos de militancia digital anida una concepción evanescente del tiempo. Todo se esfuma: las puteadas, las fake, las métricas y los trolleos. Atrás queda el tiempo lineal, aquel que se caracterizaba por la densidad, la memoria y la continuidad. Hoy, la batalla por el sentido común se reinicia constantemente. No hay acumulación simbólica. Cada día es una campaña electoral nueva.

Comprenden esta lógica fugaz los dos sujetos del escuadrón digital libertario: los intelectuales y las almas simples, en términos gramscianos. Por un lado, se encuentran los productores del relato: Agustín Laje, Nicolás Márquez, el diputado Alberto Benegas Lynch, entre los principales. Ellos son los que brindan una interpretación más aguda y conceptual de la realidad. Luego, están los divulgadores: @GordoDan, @ElPelucaMilei, Coherencia por favor, @TommyShelby_30, por citar algunos. 

Detrás de este ethos de militancia digital anida una concepción evanescente del tiempo. Todo se esfuma: las puteadas, las fake, las métricas y los trolleos

Con insultos, creatividad, ironía, instigaciones o humor, estos van al hueso del algoritmo. Lo conocen y, como sea, buscan su propagación. El encaje de estos grupos proyecta una estructura corta, donde hay jerarquías, obviamente, pero la distancia entre los ilustrados y la infantería es ínfima. Encima, Milei, con like y reposteos, mima digitalmente a ambos actores; fusiona las dos sensibilidades con el relato gubernamental. Así se vinculan los dos flujos comunicacionales esenciales para mantener una narrativa viva: desde el Estado hacia la sociedad (top down) y desde la sociedad hacia el Estado (bottom up). En el resto de las fuerzas políticas argentinas pasa exactamente lo contrario. Son formaciones largas, donde más que líderes o intelectuales, hay autoridades partidarias que se resisten a bajar por la interminable escalera orgánica para dialogar con las bases. Ni hablar de tutearse con el terrícola apartidario fuera del calendario electoral. Modelo broadcasting: unos pocos (poquísimos) hablan y el resto —supuestamente— escucha.  

La lucha de la colmena digital libertaria es sin cuartel. Contra el horror vacui. Contra la irrelevancia. La libertad avanza y no descansa. Siempre con los dedos en la pantalla. Sedientos de dopamina. No hay vida más allá de la matrix. Poco tiene para ofrecer la tierra firme del offline. De ahí, solo se saca lo necesario —la baja de la inflación, el protocolo antipiquetes, el equilibrio fiscal— para mantener al avatar encendido y en estado de guerra cultural. 

Volviendo a Dillom, este lo mastica perfecto con su voz rasposa: 

Hay algo que me tiene enganchado y no sé qué hacer.

Es muy fuerte, yeah, es muy fuerte.

Siento que nosotro' estamos conectado', bebé.

A 220, yeah, a 220. 

Un mapa tecnopolítico

Además de la creciente liga ultraderechista mundial, integrada por Santiago Abascal, Giorgia Meloni, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele y Donald Trump, entre otros, Milei intenta tejer una red con la élite del capitalismo cognitivo. Sabe el poder que almacenan sus algoritmos, sus inteligencias artificiales, sus abisales bases de datos. El sueño húmedo del presidente argentino es la fotografía que ostentó su homólogo estadounidense, rodeado por Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon), Sergey Brin (Google), Elon Musk (X, SpaceX, Tesla) y Sam Altman (OpenAI). ¿Qué los une a estos con Milei? Un espíritu randiano que pregona el individualismo sin límites, el egoísmo ético, el aceleracionismo y el anarcocapitalismo. Como reza el manifiesto tecno-optimista del fundador de Netscape Marc Andreessen: 

Nuestro enemigo es el estatismo, el autoritarismo, el colectivismo, la planificación centralizada, el socialismo. Nuestro enemigo es la burocracia, la vetocracia, la gerontocracia, la deferencia ciega a la tradición.

Pero hay otra cuestión que fascina al presidente argentino de los tecnomagnates: la opinión pública. Controlar los algoritmos es controlar la dieta informativa del ciudadano, es decir, el régimen de contenidos que consume este diariamente y determina su percepción de la realidad y sus decisiones vitales. La plataforma X, configurada al calor del maridaje Trump-Musk, es un ejemplo de lo que se puede lograr en materia comunicacional cuando se juntan la política y la tecnología. Allí cada vez hay menos variedad de perspectivas, aspecto clave para una “nutrición cognitiva” saludable. Al punto de que cuesta visualizarla como red social.

Lentamente, su dinámica se asemeja a la de una cámara de resonancia: contenidos sesgados, desinformación, aislamiento ideológico y mentalidad de rebaño. Un espacio donde rebota y se viraliza en especial una verdad, la de la Alt-right. A menos de tres años de que Jack Dorsey se deshiciera de ella, la plataforma se ha convertido en un amplificador del sistema de creencias de su flamante dueño. Casi es inexistente la distancia entre propietario y línea editorial.    

Del desmantelamiento del espacio público plural y digital emerge una nueva sensibilidad. Más agitadora, impulsiva y convencida. Un sujeto que ya no duda tanto. Unidimensional. Inquisidor, en vez de polemista. Que está obsesionado con lo que el investigador Ted Brader denomina “evocación emocional”: la búsqueda incesante por generar sentimientos y reacciones anímicas, a través de fotografías, vídeos y sonidos. Impactar, como sea. Hay que ser tendencia. Emocionar. Siempre en la misma dirección ideológica. El texto, breve y seco, solo sirve como anclaje, para vallar el significado. Se desvanece el ciudadano moderno, (auto)crítico, racional, letrado, hijo de las luces y del error. Al final, el “hombre nuevo” llega por la esquina derecha de la historia. 

Del desmantelamiento del espacio público plural y digital emerge una nueva sensibilidad. Más agitadora, impulsiva y convencida. Un sujeto que ya no duda tanto

Un lapsus en la narrativa rocosa

La particular entrevista a tres bandas y con edición ad hoc del gobierno nacional, entre el periodista Jonatan Viale, el presidente Javier Milei y el spin doctor Santiago Caputo, en vez de hacer control de daños, ahondó la crisis del #Libragate. Las esquirlas llegaron a Nueva York, Madrid y Londres. Durante largos días, periodistas, políticos, músicos, escritores, influencers y ciudadanos disparando críticas contra el alto mando del gobierno argentino.   

Por fin, se abrió la cuarta dimensión libertaria. La desconocida, aquella sobre la que abundaban mitos y escaseaban evidencias. Caputo, asesor estrella del presidente y uno de los vértices del “triángulo de hierro”, se expuso ante la opinión pública. Hasta ahora, siguiendo el breviario nunca escrito, pero ampliamente recitado de la asesoría política, se había mantenido en la sombra. Desde ahí sincronizaba el dispositivo libertario. No daba entrevistas, no subía a escenarios, no se expresaba digitalmente (al menos, con su identidad real).

Una clara diferencia con uno de sus maestros, Jaime Durán Barba, otrora consigliere del expresidente Mauricio Macri. Dos estilos de consultoría: mientras el ecuatoriano revelaba su metodología a cielo abierto, admitiendo las limitaciones (o la humanidad) de sus clientes, Caputo prefiere esconder los trucos y apostar por la leyenda del superhombre político. Reproducir opinión pública o crearla, esa es la diferencia entre ambos. 

La secuencia televisiva dejó flotando en el espeso aire de Casa Rosada dos interrogantes. El primero es la naturaleza de la espontaneidad, activo reputacional indiscutible —hasta el momento— de Milei. Porque si hay algo que iluminó el #Libragate, son los finos hilos de la realpolitik sosteniendo, justo, al sujeto-meteorito que venía a liquidar todo el ecosistema castizo. Por un instante, desapareció el hechizo del outsider. Un lapsus en la rocosa narrativa del oficialismo. Y la otra duda es sobre los roles en la sala de máquinas de La Libertad Avanza. La fórmula que hasta ahora había dado resultado al oficialismo era la siguiente: Milei, como actor táctico, y Caputo, el sentido estratégico.

En términos narrativos: el presidente era el plot-twist; el consultor político, la trama. Parece que algo de esto se resquebrajó en el final del verano. Un Caputo exaltado encabeza negativamente las noticias y Milei, como puede, intenta apagar los incendios y ordenar el relato. Recordando el bestseller gubernamental, escrito por el italiano Giuliano da Empoli, habrá que ver cuánto de este caos es ingeniería y cuánto mala praxis. Con cuidado. La subestimación ha sido la mejor aliada del movimiento libertario. Precisamente, el mérito principal de Caputo ha sido transformar esa infravaloración del sistema político en un proyecto de poder.   

El gobierno intenta retomar las riendas del debate público. Se lo percibe ansioso, cuanto antes quiere salir de la discusión racional, repleta de matices, ambigüedades y complejidades, y volver a su zona de confort: la moralización de la política. En el clivaje absoluto entre el bien y el mal, las fuerzas del cielo se mueven placenteras. Ahí es donde conectan con los bancos de ira argentos. Ahí es donde el significante “casta” funciona como eje divisorio. Ahí es donde el mantra “Viva la libertad, carajo” muta en clamor redentor. 

Tan vidrioso como hegemónico

Ante estas turbulencias, la oposición se muestra optimista. Pronostica derrumbe, aunque la demoscopia registró solo unas vibraciones en el humor social. El hormigón libertario se mantiene intacto. La ilusión desmedida del kirchnerismo nuclear y del radicalismo partisano esconde una incapacidad notoria en construir un artefacto de poder acorde a los tiempos que corren. Por ahora, su plan se reduce a ludismo, observación no participante y confianza —pero mucha confianza— en la implosión del proyecto libertario. Nada más.  

Lo cierto es que, en Argentina y a pesar de la crisis del #Libragate, La Libertad Avanza es la fuerza política mejor preparada para producir sentido común en la era de la conectividad. El ciberbloque histórico cuenta con un presidente viral que magnetiza la agenda pública; un enjambre digital que garantiza la (re)producción permanente y a gran escala de significado; un mapa político y tecnológico sobre el mundo actual (y el que asoma); y una estrategia a nivel nacional que, más allá del recorte atroz del gasto público y de los índices de pobreza, ha dado lugar a este presente prometedor en términos electorales. ¿Momentáneo, etéreo y vidrioso? Seguro. Como toda hegemonía digital.   

En el clivaje absoluto entre el bien y el mal, las fuerzas del cielo se mueven placenteras. Ahí es donde conectan con los bancos de ira argentos.