El hombre performativo
Soy Aliado. ¿Mandas Nudes? Cuando un hombre no tiene pareja, pone su energía en teorías conspirativas, porno, y machismo.
por Maia Mindel
La gran tendencia en 2025 parece venir siendo, más allá del fascismo, los llamados “hombres performativos”. Un “hombre performativo” o, en inglés, performative male (aunque para Judith Butler y sus discípulos, ¿no somos todos performativos?) es un veinteañero que se da impostura de progresista, alternativo, y fashion-forward, consumiendo matcha, labubu, tote bags, las novelas de Sally Rooney o Sylvia Plath, inexplicablemente el libro Hábitos Atómicos, y la música de cantantes como Laufey y Clairo (extraña coincidencia: el último álbum de la primera tiene una canción, Mr. Eclectic, sobre este tipo de personaje; los coros los hace la segunda). El objetivo final del performative male impresionando a una veinteañera con esas sensibilidades es, en criollo, ponerla. Más allá de que ahora todo es, de alguna forma, performativo: ¿esto es una tendencia real, o nada más una publinota de Trader Joe’s?
Míster Ecléctico
El término “hombre performativo” tiene una página de Wikipedia y un test que podés hacer para ver qué tan performativo sos. El concepto de un muchacho que se hace el progresista y alternativo para levantar no es especialmente nuevo: el mismísimo Barack Obama confesó en su autobiografía que, en la universidad, leía a Foucault, Fanon, o Marcuse para impresionar a las que le gustaban. Más localmente, en los 2010 existió el infame personaje del “aliado”, un hombre que impostaba su compromiso con el NiUnaMenos para conseguir pareja (en muchos casos, prontamente escrachado por acosos) ―dando lugar a otro meme, el soy aliado. mandas nudes?
Considerando que ni a Obama le funcionó la estrategia, ¿por qué estos sujetos siguen intentando? Simplemente, por la política. Un editorial del Washington Post de 2023 dice (traducción propia):
De acuerdo con una nueva encuesta del American Enterprise Institute, el 46% de las mujeres centennials blancas son de izquierda, contra sólo un 28% de los hombres blancos, que en un 36% se identifican como conservadores (...) Una encuesta de 2021 de estudiantes universitarios concluyó que el 71% de los Demócratas no saldrían con alguien del otro partido (...) Según los investigadores Lyman Stone y Brad Wilcox, 1 de cada 5 jóvenes solteros no van a tener opción más que casarse con alguien fuera de su tribu ideológica.
Esta divergencia política por género se observa a nivel global (en Argentina, el 80% de los votantes jóvenes de Milei fueron varones), pero con ciertas sutilezas. La primera es que, por mucha batalla cultural, el factor que aparenta ser más relevante es la divergencia educativa y por ende económica entre hombres y mujeres. Considerando que a los hombres les interesa la política menos que a las mujeres, no es difícil ver la lógica que siguen: puedo impresionar a mis amigotes siendo Dios, patria y familia, o tener novia. Para citar a Malena Pichot, “antes que las izquierdas y las derechas está la verga”.
El problema real para el diagnóstico de Stone y Wilcox es que las mujeres de la “izquierda progresista” no parecen aparentar problemas: la probabilidad de una mujer con título universitario de estar casada a los 40 años se mantiene alta, mientras que la probabilidad de que un hombre sin título universitario se case con una mujer con título no aumentó. Esto apunta a un único factor posible: las mujeres sin título se están casando menos con hombres sin título, principalmente porque los peores resultados económicos de los hombres son un obstáculo para conseguir pareja. En rigor, la brecha entre la probabilidad de casarse de una mujer con título y una sin título es más baja en zonas donde los hombres tienen menos chances de estar presos o desempleados, y más altas en zonas con peores indicadores. Por ende, la mayor tasa de homogamia educativa (esto es, la probabilidad alta de los universitarios de casarse entre sí) responde a sus preferencias conjuntas, mientras que la suba en el número de madres solteras surge de la baja calidad como padres y esposos de los hombres que las embarazaron (muchos de ellos son delincuentes o vagos).
Jack Posobiec (un personaje raro de la derecha MAGA, promotor del Pizzagate) le dice el Efecto Sex and the City a la menor tasa de matrimonio (también existe una “derecha Sex and the City”, que es tan ridícula como suena). ¿Es acertada la idea de que las mujeres eligen ser la promiscua de Samantha, y por eso no se casan? No. El principal motivo demorando el matrimonio son los mayores estándares: la evidencia anecdótica apunta a que los hombres son más conservadores que las mujeres en temas de familia al mismo tiempo que las mujeres valoran cada vez más sus carreras (a diferencia de los hombres), y eligen carreras que dan recompensas espirituales más que materiales. Esta teleología laboral explica una parte de la brecha salarial de género; la otra la explica la maternidad, que pone a las mujeres en la posición de afrontar la doméstica ya que hasta los hombres que dicen ser igualitarios en realidad son bastante machistas con sus parejas. Por ejemplo, las mujeres que son jefas de hogar hacen la mayoría de las tareas domésticas, y que, cuando una mujer pasa a ganar más que su marido, la probabilidad de divorcio se dispara. Claudia Goldin, Nobel de Economía en 2023, tiene dos papers recientes al respecto de la formación de familias: la transformación económica del siglo XX llevó a mujeres capaces de sobrevivir sin un hombre, pero no llevó a normas sociales más modernas, quedando descalzadas las expectativas de los hombres (más conservadores) y de las mujeres. Es decir, en contraste con el banana de Posobiec, lo que estamos viendo no es el “efecto Samantha”: es el "efecto Charlotte”, que esperó hasta los 35 años para encontrar al hombre perfecto con el que casarse, y es el "efecto Miranda”, que quedó atrapada con el padre de su hijo en un matrimonio miserable y lleno de resentimientos.
Los hombres son más conservadores que las mujeres en temas de familia al mismo tiempo que las mujeres valoran cada vez más sus carreras (a diferencia de los hombres), y eligen carreras que dan recompensas espirituales más que materiales

En Right-Wing Women, la feminista radical Andrea Dworkin escribe sobre los hombres de izquierda (algo contradictorio todo) del movimiento hippie de los ‘60:
un montón de bastardos malos que odiaban hacer el amor hicieron la guerra. Un montón de chicos a los que les gustaban las flores querían hacer el amor y se negaban a hacer la guerra. Ellos querían paz. Ellos hablaban de amor, amor, amor, no el amor romántico, pero el amor por el hombre (traducido por las mujeres: la humanidad) (...) Las chicas eran idealistas porque creían en la paz y la libertad, tanto que creían que los chicos la querían para ellas también (...) Criticaban la estupidez de sus madres y se aliaron de forma abiertamente sexual con los pelilargos, que querían paz, libertad, y coger por todas partes (...) En otras palabras, las chicas no salieron de casa para buscar aventuras sexuales en la jungla sexual; salieron de su casa para encontrar otra casa más cálida, más gentil, más grande, y más abierta.
Pero, sigue Dworkin, esto no pasó: en su lugar, los hombres del flower power se enfocaron en encamarse a todas las mujeres que pudieron sin tener que casarse con ellas, y al mismo tiempo copiaron todas las reglas de la sociedad que abandonaron: Dworkin describe a los revolucionarios que hablaban de abolir la propiedad privada “darse vuelta y ordenarle a su ‘chica’ que se calle, haga la comida, o lave las medias”. Esto incluye al propio marido de Dworkin, un anarquista holandés que la golpeaba salvajemente a cada oportunidad. Según Dworkin, la desilusión de las jóvenes con el feminismo “amor libre” de los sesenta llevó al feminismo radical “antisexo” de los setenta.
¿Hacer el amor o hacer la guerra?
¿Es verdad, entonces, que no existen los hombres feministas? No necesariamente. Normalmente se le atribuye el título de “primera feminista” a la inglesa Mary Wollstonecraft, que escribió la Vindication of the Rights of Women en 1792. Wollstonecraft trabajó codo a codo con su marido, el anarquista William Godwin, toda su vida; después de su suicidio, Godwin crío a su hija (también Mary) para que sea libre de espíritu y fuerte de carácter. Mary Godwin perdió la virginidad en la tumba de su madre, y se consiguió un marido que también apoyase sus aspiraciones literarias ―el poeta Percy Shelley, que le llenó la cabeza de historias de monstruos y de relatos de la electricidad para llevarla a escribir la primera novela de ciencia ficción, Frankenstein. Por supuesto que no era todo la vida en rosa: Godwin, de forma inexplicable, publicó el diario íntimo de su mujer sin editarlo, lo que incluyó detalles escandalosos para la Inglaterra victoriana: Mary Godwin había nacido antes de que se casen los padres, Wollstonecraft tuvo amoríos con varios tipos (y, posiblemente, con una mujer), estando casada, y también reveló el suicidio de la “primera feminista”.
Leyendo el libro Hombres Justos del filósofo francés Ivan Jablonka, aprendí un detalle sorprendente: el honor de Wollstonecraft de ser la primera feminista no le corresponde. Tampoco le corresponde a la francesa Olympe de Gouges, que publicó su ensayo Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791, un año antes que Wollstonecraft. En realidad, el “primer feminista” fue un hombre, el marqués de Condorcet, que publicó Sobre la Admisión de las Mujeres al Derecho de Ciudadanía en julio de 1790. El libro de Jablonka se trata de personajes como Condorcet y Godwin: explorando el rol de los hombres en el “feminismo” desde la prehistoria hasta el Me Too, el autor encuentra ejemplos incontables de padres y esposos que apoyaron a las mujeres que querían: el liberal John Stuart Mill argumentó ferozmente por los derechos de la mujer aconsejado por su esposa, Harriet Taylor; parejas de intelectuales como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir o los sociólogos/economistas Gunnar y Alva Myrdal (o, en un caso un poco más Milei-friendly, Milton Friedman y tanto su mujer Rose como su coautora Anna Schwartz). El filósofo liberal y padre del pragmatismo John Dewey fue miembro de la Men’s Association for Women’s Suffrage y el socialista Friedrich Engels, en contraste con el larva misógino de su amigo Karl Marx, dedicó una de sus obras más famosas completamente a la opresión de las mujeres: El Origen de la Familia, la Propiedad Privada, y el Estado fue una influencia sobre Claudia Goldin. A nivel macro, esto fue lo que hizo la diferencia: el efecto del activismo feminista no fue solo sobre las mujeres, convenciéndolas de que tenían derechos y tenían que defenderlos, sino también sobre los hombres, especialmente padres que no querían que sus hijas terminen con el mismo tipo de zànganos que tenian de amigos.
En un libro de ejemplos incontables, uno de los más memorables es el de Alexandre Dumas hijo: cuando la feminista Hebertine Auclert le solicita que se una a una organización de derechos de las mujeres, Dumas se niega pese a apoyarla ―porque, si él habla sin ser miembro, otros hombres lo escucharían; si fuera “feministo”, dirían que no habla Dumas, sino Hebertine Auclert. Este es un fenómeno bastante común: los adolescentes tienen menos chances de expresarse como “feministas” si hablan con otros hombres. En Mali, los hombres mienten sobre su apoyo a la mutilación genital femenina para darse aires de respetar las tradiciones (y también mienten sobre no apoyar la violencia doméstica). En Arabia Saudita y Qatar, los hombres apoyan que sus mujeres trabajen, pero no lo expresan para no quedar mal con sus pares, especialmente parientes.
El efecto del activismo feminista no fue solo sobre las mujeres, sino también sobre los hombres, especialmente padres que no querían que sus hijas terminen con el mismo tipo de zànganos que tenian de amigos
Pero la idea de salir con un tipo solamente por sus ideas políticas tampoco sale gratis. En El Derecho Al Sexo, la filosofa británica Amia Srinivasan saca a reducir el foro de Reddit AZNIdentity (“identidad Asia”), una comunidad de hombres asiáticos que discuten más que nada por qué las mujeres de su cultura no quieren salir con ellos. El capítulo en cuestión, la coda al ensayo del título, discute motivos que van de muy malos (los prejuicios contra la performance sexual de los hombres asiáticos y el racismo internalizado) a interesantes: las mujeres asiáticas creen que los hombres de su cultura son demasiado conservadores y tradicionalistas, y no quieren salir con ellos. Srinivasan dedica poco tiempo en este tema en una sección de su libro enfocada a la pregunta “¿bajo qué circunstancias es legítimo no querer salir con alguien?”, ya que el enfoque de Srinivasan no son los hombres asiáticos, sino las personas trans y las mujeres negras (siguiendo al gran Charles Mills).
El artículo El derecho al sexo se publicó originalmente en 2018, y la coda sobre AZNIdentity fue una secuela discutiendo qué se había dicho entonces. Este artículo de Srinivasan se enfoca quizás en el sujeto más raro posible: Elliot Rodger, el “caballero supremo” de la comunidad incel (involuntariamente célibe), que en 2014 mató a 6 personas e hirió a 14 como parte de un tiroteo contra las “rubias promiscuas” de la Universidad de California en Santa Bárbara. En su manifiesto, titulado Mi Mundo Retorcido: La Historia de Elliot Rodger (menudo pelotudazo), Rodger describe su frustración de no conseguir pareja pese a ser buen mozo y a su superioridad racial ante personas que no estaban solteros (especialmente hombres negros). Rodger entró en una espiral radicalizada de ultraderecha por no ponerla, culminando en un ataque terrorista contra una sorority y un supermercado.
La reacción más común de los incel, comunidad de personas como Rodger, es justificar su soltería: no es que son feos (Rodger, en efecto, no lo era) o sus fijaciones extrañas en la forma de sus huesos, sino sus personalidades repelentes y su mala actitud con las mujeres. Pero esto ni siquiera es verdad: muchos incels sí son feos, y muchos chads (los que, en la cosmología incel, la ponen todo el tiempo) son igual de engreídos y machistas que los incels. Si bien queremos que “ponerla” sea una recompensa kármica por ser buen tipo, cualquiera con dos dedos de frente sabe que no es así: mucha mala gente la pasa bomba, y mucha buena gente la pone menos que un monje. Lo cierto es que en el libre mercado del sexo no se cumple ni la Teoría del Valor Trabajo ni la Ley de Say: hay productos que, por mucho esfuerzo y mucha oferta, no asoma la demanda. Esta es, básicamente, la idea que Srinivasan quiere explorar: ¿hay alguien que se merezca no tener sexo? ¿Es gordofobia no querer tener un novio obeso? ¿Es transfóbico que un hombre gay no quiera tener un novio trans? O, para citar el título de una entrevista viral del progresista Ezra Klein al conservador Ben Shapiro: los progresistas y los conservadores tienen que aprender a vivir juntos. ¿También tienen que aprender a pasar la noche juntos?
La esperanza es un error
La idea de que existe algún tipo de deber ético de tener una relación con alguien en tus antípodas en cada cuestión de importancia es claramente una idiotez: si el objetivo último de una pareja es tener una familia, ¿cómo podés criar un hijo con alguien que discrimina contra la raza, religión, o sexualidad del crío? ¿qué pasaría en la pareja si una hija queda embarazada y quiere abortar? El subtexto de este subgénero de ensayo centrista, en muchos casos, es simplemente que las mujeres tienen que dejarse de joder y abrir las piernas para el primer derechoso que se les cruce. La idea de que las mujeres tienen que “desradicalizar” a los hombres en la cama es la materia oscura de la industria de la epidemia de la soledad masculina. Un neto ejemplo de esto es Scott Galloway, en cuyo libro Notes on Being A Man, declara:
cuando las mujeres no tienen pareja ellas enfocan esa energía en sus amigos y su trabajo; cuando un hombre no tiene pareja, pone esa energía en teorías conspirativas, porno, y machismo.
La “victimización” sexual de los hombres es una completa fantasía, producto del backlash al movimiento feminista de los 2010 y al Me Too. Pese a esto, sigue siendo una idea respetable: una editorial de The Guardian sobre el último Premio Booker (la novela Flesh de David Szalay) celebra que “finalmente se puso la masculinidad en el centro de la ficción literaria”, y que escribir una novela sobre un hombre teniendo sexo “era un lugar al que no se iba para escritores hombres”. Una burla a esta idea fue prefigurada por la celebración del Nobel de Literatura a Laszlo Krasznahorkai de The New Republic, que describen jocosamente al novelista húngaro como “el primer hombre en la historia en ganar un Premio Nobel”. Krasznahorkai, debe decirse, sí tiene algo para decir sobre la crisis de los hombres: el estereotipo de su lector es un hombre veinteañero deprimido al que le gusta leer libros deprimentes y confusos sobre la lucha solitaria del individuo contra un mundo incomprensible arrastrándose a la reacción y el autoritarismo ―la primera frase de Herscht 07769, su último libro, es “la esperanza es un error”. Así, el Nobel alimenta la verdadera industria en torno a la Crisis de la Masculinidad: en un brillante ensayo viral del New Yorker titulado ¿Qué Hicieron Los Hombres Para Merecer Esto?, la autora, Jessica Winter, cita una editorial del jefe de gabinete de Obama, Rahm Emanuel, quien mencionó una crisis que “afecta a un género con especial potencia”. ¿Qué crisis? La crisis de vivienda. No hay problema, dice el artículo de Winter, que se le atribuya exclusivamente a los hombres y que no corresponda a toda la juventud: desigualdad económica, alto costo de vida, y un mercado laboral destrozado.
En el libre mercado del sexo no se cumple ni la Teoría del Valor Trabajo ni la Ley de Say: hay productos que, por mucho esfuerzo y mucha oferta, no asoma la demanda
Aunque, seamos sinceros, si existe una crisis específica a los hombres: el mercado laboral para personas sin educación superior está cada vez más ajustado, golpeando a los hombres especialmente debido a su performance más deslucida en la escuela. La hipótesis de la “Gran Feminización” de la sociedad no es el producto de la conspiración woke, sino lisa y llanamente de ventaja comparativa en una economía más intensiva en un factor que en el otro. Una de las mejores películas del año es The Mastermind de Kelly Reichardt. El protagonista, Josh O’Connor, hace de J.B. Mooney, un carpintero downwardly mobile desempleado que asalta a mano armada el museo del pueblo de Massachusetts donde vive para poder llevar plata a su mujer y sus dos hijos. Mooney está en crisis, que intenta resolver con violencia, no solo por su terrible desenlace, sino también por su falta de éxito relativo a otros hombres ―uno de sus compañeros del secundario, su padre juez le recuerda, no para de facturar. Más allá del comentario sobre el contexto político de los años setenta (y del presente norteamericano), lo que pocos notan es su relevancia en el tema género: un mundo donde los hombres vegetan sin trabajar en los pueblos víctimas de la desindustrialización y sus mujeres white collar ponen el pan en la mesa. Esto fue así en el Massachusetts exurbano: pueblos como Worcester, Springfield, y Framingham perdieron sus industrias tradicionales (el sector histórico de Massachusetts, los textiles) y tuvieron que reconvertirse en retiros de lesbianas y hippies para no terminar como el Detroit de Las Vírgenes Suicidas. Los economistas urbanos hasta dieron por irrecuperable a Cambridge, suburbio de Boston, tras el cierre de las fábricas de golosinas; no consideraban posible que repunte la economía de una ciudad que tiene a Harvard y el MIT a media hora caminando de uno al otro.
Según Zygmunt Bauman, el pasaje de una sociedad industrial a una de servicios implicó un nuevo mundo, de soledad e inseguridad material, donde la identidad de “productor” del siglo XX fue reemplazada por una identidad de consumidor. Para los hombres, esto fue el fin ―les parece, a fin de cuentas, que ir de compritas es de maricón. En cambio, para las mujeres, la “modernidad líquida” es una fiesta: tienen la plata para consumir, y conservan el rol de madre tradicional si así lo quieren, pero también tienen una valorización por ser productoras (la girlboss). Las mujeres, entonces, están viviendo sus sueños, sean cuales sean; los hombres, en cambio, no pueden salir del paradigma “proveer, proteger, procrear”. Para la liberación del hombre, dice Jablonka, hace falta un “feminismo de los hombres”, en el que ellos mismos elijan emanciparse de su opresión de género autoinfligida.
El problema es que claramente existe una conexión entre el conservadurismo relativo de los hombres y su desposesión material. Una de las pocas críticas sustanciales para Hombres Justos es que no todas las sociedades antiguas eran opresivas y patriarcales. Según Manhood in the Making: Cultural Concepts of Masculinity, del antropólogo David Gilmore, algunas culturas eran sumamente igualitarias; en una de ellas, estaba bien considerado que los hombres acudan al “homosexual del pueblo”, un chamán trasvestido, para tener relaciones sexuales. Lo que tienen en común estas culturas (las igualitarias, no las Rocky Horror) es que son las que contaban con un grado alto de abundancia y seguridad material. La evidencia contemporánea lo sigue: en Europa, el desempleo masculino se asocia fuertemente con resentimiento contra las mujeres, y en las regiones con mayor desempleo masculino, también hay menor apoyo a los derechos de las mujeres. Las regiones de Europa con mayor desempleo masculino tienen mayor porcentaje de hombres de acuerdo con la afirmación “los avances de la mujer fueron a costa de los hombres”. En Gran Bretaña, los hombres que pasaron su infancia en zonas de alta pobreza y alto desempleo muestran mayor hostilidad a las posturas feministas; en China, los hombres desposeídos económicamente también tienen un sexismo más hostil. A nivel global, el desempleo masculino está impulsando el sexismo hostil y las fantasías “Dios patria y familia” de los hombres desposeídos.
A nivel global, el desempleo masculino está impulsando el sexismo hostil y las fantasías “Dios patria y familia” de los hombres desposeídos
El grupo más extremo de todos estos son los groypers, una tribu urbana de neonazis de internet centrados alrededor de un streamer gay y latino, Nick Fuentes. Fuentes actualmente está en la mira de los medios: tras su entrevista en un stream de Twitter con Tucker Carlson, el jefe de la Fundación Heritage, el principal think tank de la derecha MAGA, salió a criticarlos a ambos. Días después, retiró lo dicho ―sus propios empleados jóvenes tenían más simpatía con Fuentes que con su empleador. Días después del asesinato de Charlie Kirk, Fuentes leyó un comunicado solemnemente implorando a sus seguidores que la violencia no es el camino. Más que un estadista, Fuentes fue un cínico: antes de conocer la identidad del asesino, todo apuntaba a que era uno su tribu, que odiaban a Kirk incluso más que a los demócratas por su apoyo a Israel. Otra entrevista de Klein, con el bloguero y escritor John Ganz, apunta a que todo es parte de una diferencia generacional en la derecha, entre una juventud sumamente radicalizada y que viola sin tapujos el tabú supremo de Occidente, y una generación de adultos y ancianos reaganistas aún reverencialmente pro Israel. Según Rod Dreher, un “intelectual” de la derecha MAGA, un 40% de los jóvenes republicanos en Washington D.C. son groypers. Cuando le preguntaron qué querían los groypers, Dreher respondió que no quieren nada en especial, quieren un cambio radical en un mundo sin oportunidades laborales (o, seamos sinceros, románticas).
Sexo, violencia, y llantas
El mejor libro que leí este año fue Una Historia Sencilla, de la periodista argentina Leila Guerriero. Guerriero entrevista a una serie de hombres participantes en el Festival Nacional de Malambo de Laborde, en Córdoba. El festival de malambo es sumamente exigente, requiriendo un físico digno de un atleta olímpico; el premio es una copita de madera, y no tener permitido nunca más volver a bailar. La pregunta que se hace la autora es interesante: ¿por qué estos hombres, todos o casi todos de familia humilde, se dedican por años de su vida a dominar una danza sumamente demandante para ganar un concurso cuyo premio es nunca más poder bailar?
En ¿Qué Quieren Los Hombres?, la filósofa inglesa Nina Power explora la “crisis de los hombres” y la pregunta homónima al libro, con grandes detours sobre tuits, artículos periodísticos de 2013, o controversias incoherentes dentro de la histeria trans de los medios británicos. Power tiene poco o nada inteligente para decir sobre feministas y progresistas, pero mucho para decir sobre la derecha: lo que busca es una respuesta a por qué sofistas rancios como Galloway o Jordan Peterson el hombre langosta tienen una audiencia de semejante magnitud. La autora indica que las condiciones actuales del mundo se sienten desempoderantes para los hombres, que no tienen “su propio feminismo”; personas como Peterson, los pick-up artists (“artistas del levante”, retratados por Tom Cruise en Magnolia), el implicado en la trata Andrew Tate, o el nazi rumano Bronze Age Pervert (“maestro” intelectual de Nick Fuentes) les dan a los hombres una forma de ser “amo de su destino” en palabras de William Henley. Siguiendo a estos personajes, los hombres pueden promover la auto-disciplina, el mejoramiento, y la autonomía - especialmente siendo un “macho alfa”, haciendo ejercicio, y levantándose minas. El streamer de izquierda Hasan Piker menciona que no hay contenido de “autoayuda” para hombres de izquierda en internet, al menos no viral, lo que deja el camino despejado para idiotas de ultraderecha como Peterson, Galloway, y Tate.
Esta crisis, dicho sea de paso, no es solo de hombres. En su libro Historia de la Juventud, publicado este año, la historiadora Valeria Manzano explora el significado del concepto de “joven” a lo largo del siglo XX argentino. El núcleo del libro son las décadas de los setenta, ochenta, y noventa, que fueron tanto el cenit de la influencia juvenil en Argentina como, casi certeramente, la juventud de la autora. Una de las ideas centrales con las que Manzano se encuentra una y otra vez es que “los jóvenes de hoy en día” no son tanto un grupo de personas sino más bien una sinécdoque de todo lo que está mal del presente para sus mayores, y del futuro para sí mismos. Todos los deseos, ideas, y aspiraciones que la sociedad tiene sobre sí misma se reflejan en cómo discuten a su juventud: ahora mismo, lo que se discute es una crisis social, política, y económica (real o no) que ha transformado a los centennials en una horda de fascistas rebuznantes obsesionados con el consumo. En su reseña del libro, Tamara Tenembaum escribe:
Los chicos y chicas que hoy tienen entre 15 y 35 años han sido despojados mayormente de la experiencia de que la juventud conquistó para sí a lo largo del siglo XX; tienen menos independencia de sus padres, menos independencia económica en general y menos protagonismo en el devenir político de sus países. Este fenómeno es global, y se profundizó en todas partes a partir de la pandemia, pero se ve exacerbado en la Argentina por una economía que no crece hace más de 10 años… (...) Mi sensación (y aquí sí soy profundamente imprudente) es que los adultos les han robado a los jóvenes todo lo que valía la pena de ser joven. Son los cuarentones y cincuentones los que tienen dinero para el tipo de ocio y entretenimiento que, explica Manzano, definió a lo largo del siglo XX lo que implicaba ser joven.
La verdadera crisis de la juventud, de hombres y de mujeres (y de todo lo demás), es una crisis de impotencia absoluta, no sólo estando impotentes ante el mundo, sino tambieñn sobre la propia vida de uno mismo. Un paper reciente concluye que la falta de expectativa de comprar la casa propia desancló completamente las expectativas: sin la posibilidad de ser dueños, los jóvenes trabajan menos, ahorran menos, gastan más, e invierten en pelotudeces. Conseguir un trabajo es spamear un CV generado con IA en los posteos de LinkedIn de empresas que lo descartan con IA también. Conseguir pareja es scrollear una app de citas eternamente y hacer match con personas que lo más lejos que vas a llevar es hablar casualmente un par de días. La facultad es generar tus entregas con IA, y que las corrijan con IA, y te acusen con evidencia procurada por IA de lo que entregaste sea IA.
Conseguir un trabajo es spamear un CV generado con IA en el LinkedIn de empresas que lo descartan con IA también; conseguir pareja es scrollear una app de citas eternamente y hacer match con personas que lo más lejos que vas a llevar es hablar casualmente un par de días. En un mundo de impotencia absoluta, ¿cuál es la fuente de significado?
En un mundo de impotencia absoluta, ¿cuál es la fuente de significado? Jablonka menciona tres formas de tomar el control: religión, música, y deporte. Los deportes han sido completamente colonizados: el fin de las “barra bravas” como organizaciones masivas para asegurar la seguridad desarmó una comunidad; la colonización absoluta del mundo del deporte por las apuestas online lo convirtieron en otra forma de consumo pasivo. La música está cada vez más comercializada también: hasta los géneros que Jablonka declara de marginalidad absoluta, el rap y sus derivados, ya han sido engullidos por la “industria de la cultura” y el poptimismo. El único género “virgen” es el rock, que lisa y llanamente dejó de importar hace diez años. Sorprendentemente, la falta de relevancia comercial del rock parece ser precisamente la causa de su creciente relevancia: el 60% de los jóvenes escuchan rock en un contexto en el que los streams crecieron un 233% desde 2019 y un 90% desde después de la pandemia. Pitchfork, la publicación favorita de los snobs de música, puso a Cameron Winter y a Geese, la banda de rock que Winter lidera, en el top 10 no sólo de álbumes del año, sino de canciones, con Winter en el podio en ambas listas; el reciente concierto de Geese en Washington D.C. fue lo suficientemente exitoso para que cinco personas distintas me pregunten qué era.
Esto nos deja solo con la religión: Jablonka considera que esto da cuenta la popularidad casi inexplicable del Islam extremista entre los jóvenes árabes franceses. También explica el auge del cristianismo evangélico entre los jóvenes, como el predicador Franklin Graham llenando Vélez (un downgrade de su padre, Bill Graham, llenando el Monumental en 1991). Otra manifestación del “fervor” religioso es la pasión reciente por el catolicismo, inspirada o al menos reflejada en Lux, el último álbum de Rosalía. El disco sigue las vidas de 13 mujeres “santas” de todo el mundo y sus vidas, aunque el mensaje del álbum es un poco distinto: una expresión de hastío con el mundo de las citas, los hombres, y lo material.
La popularidad de Lux es interesante por un segundo motivo: es un álbum demandante, con trece idiomas distintos (uno para cada santa: Berghain, en alemán, es sobre Hildegarda de Bingen), la influencia filosófica de Simone Weil, y con signos musicales de la ópera, el flamenco, varios subgéneros de pop, y la electrónica. La reseña del New Yorker describe la intención de Rosalía como “hacernos frenar lo que estamos haciendo y escuchar”, y lo describe como un álbum difícil de escuchar o integrar en playlists (fact check: falso), lo cual hace su popularidad difícil de explicar: Lux destronó al mediocre The Life of A Showgirl como el álbum número uno en el mundo la semana pasada, y La Perla está trece en el mundo, encima de Opalite.
En un contexto en donde “hablar difícil” o ser complicado es considerado un pecado (la temporada 5 de Stranger Things supuestamente está escrita como para que puedas seguirla mirando el teléfono, y dirigida para poder subir clips verticales a TikTok), parece haber un mercado claro para cosas y consumos difíciles. Oppenheimer, de tres horas, recaudó más de mil millones de dólares; y Una Batalla Tras Otra, unos doscientos, empardando a Blancanieves. En Una Historia Sencilla, Guerriero parece apuntar a esto: los bailarines de malambo se dedican a eso porque es difícil, no pese a que es difícil; la exigencia intensa tanto física como psíquica de Laborde es precisamente lo que los atrae. Después de ganar (o, peor, perder), se caen a pedazos mentalmente, y sus interacciones con Guerriero tienen un subtexto muy triste.
La “crisis de la soledad masculina” es un subgénero de una crisis general: la de la soledad y el aislamiento en un mundo cada vez menos pasible a la acción individual. El relato de derecha es simple y claro: trabajá duro, cagate en el prójimo, odiá y te va a tocar tu final feliz. La respuesta de la izquierda es… silencio
El caos absoluto y la impotencia absoluta en un mundo que se siente completamente incontrolable, entonces, parece llevar a niveles cada vez más exigentes de autocontrol y autodisciplina. Power, en su libro, menciona el movimiento NoFap, unos loquitos de derecha que se oponen a la masturbación; para la filósofa, son casi una resistencia anticapitalista, que exige a sus miembros controlar sus funciones biológicas básicas y su consumo de medios digitales para lograr un propósito moral superior. El espejo del NoFap, una cultura con ya casi 10 años de historia, es el más reciente Gooner, un masturbador compulsivo y permanente. Los gooners compiten entre ellos por quien se masturba más, siempre mirando porno cada vez más extremo, sin acabar; el dominio físico y casi monástico sobre el cuerpo, y no el placer, es su objetivo. El sexo es una cuestión constante entre los adictos al control: uno de los amigos de Hasan Piker, un tal LolOverruled, quedó escrachado y cancelado por tuits en una cuenta privada detallando sus encuentros sexuales. Lo sorprendente es que “Lolo”, como le dicen sus fans, nunca parecía disfrutarlos: describe encuentros constantes y compulsivos con mujeres que parecían haberla pasado bien, pero su interés estaba en la “caza”.
Similares son los pick-up artists (PUA). Los PUA son una comunidad bastante más vieja y su objetivo es “levantar” más que conseguir pareja estable ―con cuántas mujeres están, y a quiénes y cómo convencen, es un objeto de competencia y envidia entre ellos. El otro mundo cultural en boga, el de la autoayuda, también apunta a la autonomía, el trabajo duro, y la perseverancia, ya sea Dale Carnegie o fraudes como Padre Rico, Padre Pobre. Mi podcast favorito, If Books Could Kill, critica de libros best-seller de aeropuerto. Un 40% de los episodios son sobre autoayuda y, en casi todos los casos, el autor es un estafador, un estafado, y/o simplemente un idiota. El mundo sigma grindset de los influencers financieros tiene un lado oscuro: materialismo, individualismo, represión individual, y anomia absoluta. Ante el prospecto de que Donald Trump se hubiera robado la elección presidencial de 2020 con litigios espurios contra el Colegio Electoral, la Teoría Let Them dice, poco sorprendentemente, let them (dejalo).
Conclusión
Algo que, creo, queda claro de todo esto es que lo que interpela (especialmente entre los jóvenes) de la nueva derecha no es el costado político solamente, sino más bien la afirmación explícita y central del trabajo duro, la autonomía, y el auto-control, incluso si la visión meritocrática del pick yourself up by the bootstraps es una fantasía. El problema para la izquierda es que “tené condiciones estructurales y familiares distintas” no es un consejo útil, además de tampoco dar una guía clara a las cuestiones éticas del presente. Es bastante parecido a los del “hombre performativo”: lo que gusta no es solamente si, hipotéticamente, da un beneficio romántico ―es la performance. Lo que esta identidad, como todas las demás, les da a los hombres jóvenes, para citar la escena en el confesionario de Fleabag:
alguien para decirme qué comer, qué me guste, qué odiar, sobre qué enojarme, qué escuchar, de qué bandas ser fan, para qué comprar entradas, sobre qué hacer chistes y qué no hacer chistes. Alguien que decirme en qué creer,
En Intermezzo, de Sally Rooney (la novelista del performativo), uno de los dos protagonistas, Ivan, arruinó la relación con su hermano Peter, el otro protagonista, debido a sus ideas de derecha, de la variedad troll incel. Ivan no era popular en el colegio, no conseguía pareja, y estaba celoso de su hermano que no solo era exitoso románticamente, sino que caía mucho mejor en general. En algún momento entre su adolescencia y el presente, Ivan cambia de opinión y se vuelve un ecosocialista ascético obsesionado con reducir su huella ambiental. Esta transición es, en lo que hace a la caracterización, bastante rara y poco explicada; pero, para una persona del mundo real, tendría perfecto sentido: lo que Ivan estaba buscando era una forma clara de saber qué decir y qué hacer, y de tomar la vida por las riendas, tanto ofendiendo en cada oportunidad, o negándose a consumir en cada oportunidad. Moralmente, las dos opciones son muy distintas; psíquicamente, no..
La “crisis de la soledad masculina” en realidad es un subgénero de una crisis general: la de la soledad y el aislamiento en un mundo cada vez menos pasible a la acción individual. El relato de derecha es simple y claro: trabajá duro, cagate en el prójimo, odiá (o, al menos, no quieras) a las personas que odiamos, y te va a tocar tu final feliz. La respuesta de la izquierda es… silencio, que si ellos ganan tu vida va a empeorar más despacio. No hay una visión afirmativa del mundo o de la vida individual, al menos no más que “votanos para comprarte una Amarok” o tecnocracia gluten free que no le interesa a nadie sin un máster. El COVID, que le quitó efectivamente la autonomía a los jóvenes por dos años, también explica esta lógica: para no cargar con el muerto del sacrificio colectivo (que, la sociedad en su conjunto, aún reivindica), la izquierda abandonó la historia de consumir menos y ser generoso por una de fiestas, drogas, y sexo.
El problema es que la gente está cada vez menos satisfecha con la modernidad consumista, y cada vez más interesada en principios morales elevados, lo que explica en parte la religiosidad falopa, o en autonomía y autocontrol. A la izquierda ya no le quedan banderas en esta segunda línea, un análisis básico que contradice la meritocracia berreta, y después de sacrificar el ambientalismo en el altar de la nafta barata, y abandonar cualquier moralismo progresista porque “da mal” en las encuestas y focus groups. Sin recuperar su visión moral y del mundo, la izquierda va a quedar confinada a ser el partido de los milennials y los estúpidos que quieren basura barata de Shein y Temu; la agenda de estos es completamente inviable impracticable, y las consecuencias tanto de seguirla como de abandonarla, una vez tomado el poder, serían fatales.
El problema es que la gente está cada vez menos satisfecha con la modernidad consumista, y cada vez más interesada en principios morales elevados, lo que explica en parte la religiosidad falopa, o en autonomía y autocontrol.