«Están pasando demasiadas cosas raras y esa complejidad no se explica desde el pasado»
Conversamos con Carlos A. Scolari, uno de los grandes pensadores de la tecnología y la comunicación contemporánea. Catedrático del Departamento de Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra - Barcelona, sus últimos libros son Sobre la evolución de los medios (Ampersand, 2024), La guerra de las plataformas (Anagrama, 2022), Cultura snack (La Marca, 2020) y Media Evolution (con Fernando Rapa, La Marca, 2019).
Empecemos por tu tema de estudio ¿A qué se considera un medio? ¿Se define por su tecnología, por el soporte material de un contenido?
Son preguntas bastante teóricas, ¿no? A ver cómo me las arreglo. Hay muchas definiciones de “medio”. Para Marshall McLuhan “medio” es casi un sinónimo de “tecnología”. Para él, un telescopio, una plancha o una tarjeta de crédito son “medios”. Otros investigadores han propuesto definiciones más restrictivas. Por ejemplo Eliseo Verón o Lisa Gitelman, una investigadora de la Universidad de Nueva York, consideran que un medio es una tecnología más un conjunto de prácticas. Verón hablaba de gramáticas de producción y de reconocimiento. Y para algunos un “medio” solo es una experiencia broadcasting de comunicación, como en la radio o la televisión. Digamos que la dimensión material o tecnológica siempre está presente, aunque a veces en los análisis y discursos se privilegie el contenido. Cuando hace más de medio siglo McLuhan comenzó a machacar con eso de que “el medio es el mensaje”, estaba precisamente llamando la atención sobre ese aspecto. Fue una idea muy polémica en su momento, y lo sigue siendo. Según McLuhan, no nos afecta el contenido de la televisión sino el hecho de ver televisión, más allá del programa que estemos mirando. Me gusta pensar a McLuhan como uno de los pioneros de la materialidad de la comunicación.
Hoy la materialidad está en el centro de muchos programas de investigación. No es casual que se hable de “nuevos materialismos”. Hay mucho interés por el origen de las materias que constituyen nuestros dispositivos (tierras raras, litio de las baterías, etc.) y su impacto ecológico que implica su extracción. También entra en este campo el estudio del consumo eléctrico y de agua de las granjas de servidores y de las máquinas que entrenan las inteligencias artificiales. Y si miramos al futuro, también la forma que tendrán los futuros fósiles mediáticos (los restos de nuestros dispositivos) entran en la agenda de esta línea de investigación. Después de varias décadas de preocuparnos solo por el contenido de los medios, era hora de que comenzáramos a tener en cuenta la materialidad de la comunicación. No podemos comprender los medios sin el contenido, pero solo con el contenido no basta.
Entre los estudiosos de los medios y de las tecnologías en general, es muy común hablar de la "ecología de los medios", ¿Qué es eso exactamente?
McLuhan sostenía que los medios crean ambientes que moldean nuestra percepción y nuestra forma de pensar. No es lo mismo una generación que crece solo leyendo libros a otra que se forma en redes sociales, la Wikipedia y GTA V, de la misma manera que una persona crecida en una sociedad oral y sin escritura percibe y piensa el mundo de una manera diferente a una persona letrada. Lo mismo está pasando ahora con las inteligencias artificiales: de aquí a unos años habrá una generación post-ChatGPT que razonará de manera diferente y verá las cosas de manera diferente. Las tecnologías, o sea los medios, cambian nuestra percepción y cognición. No deberíamos adoptar posiciones apocalípticas ni hacer un escándalo de esto que estoy diciendo: venimos coevolucionando con nuestras tecnologías desde hace cientos de miles de años.
Finalmente, cuando hablamos de “ecología de los medios” debemos agregar otra dimensión: las relaciones entre medios. Así como en un ecosistema natural las especies (animales, plantas, hongos, etc.) mantienen relaciones de todo tipo, desde competencia hasta cooperación, lo mismo pasa en los ecosistemas mediáticos. Un ejemplo: no podemos entender la evolución del cine si no tenemos en cuenta los cambios en la televisión o los videojuegos. Durante muchos años la investigación de la comunicación fue monomediática: se estudiaba la radio separada de la televisión o de la prensa. Si aplicamos una mirada ecológica, las influencias recíprocas comienzan a aflorar. Ese sistema de relaciones entre medios es uno de mis temas preferidos de investigación.
Están pasando demasiadas cosas raras y explicar esa complejidad reduciéndola a la repetición automática de una serie de eventos o procesos del pasado me parece un atajo intelectual.

Hablemos de otra rama del estudio de los medios, la arqueología de los medios ¿en qué contribuye rastrear y estudiar eslabones perdidos del desarrollo tecnológico?
La arqueología de los medios es una línea de investigación muy sugerente que se basa en identificar medios del pasado y analizar su funcionamiento, quiénes lo crearon y utilizaron, qué relaciones o conflictos activó, etc. El concepto de “arqueología” viene obviamente de Michel Foucault. Se han publicado trabajos muy buenos sobre medios del pasado, pero los arqueólogos de los medios prefieren quedarse en un nivel micro de análisis. O sea, no les interesa integrar todos esos estudios puntuales en un cuadro más grande. En mi caso, me interesa precisamente esa mirada macro donde las relaciones entre medios o tecnologías adquieren gran relevancia. Quizás esta es la principal diferencia entre una mirada evolutiva y otra arqueológica de los medios. De todas formas, los trabajos sobre evolución mediática se alimentan de las investigaciones sobre historia y arqueología de los medios.
Pero más allá de que se aborden desde una perspectiva arqueológica o evolutiva, comprender los medios del pasado nos da pistas muy potentes para entender lo que está pasando hoy en el ecosistema de la comunicación. Te sorprendería ver los paralelismos entre Bill Gates y Thomas A. Edison. Más que inventores, fueron hábiles hombres de negocios que supieron moverse y adaptarse, a veces sin muchos escrúpulos, a los cambios tecnológicos. Muchas soluciones, estrategias y jugadas al borde de la legalidad de Microsoft fueron similares a las aplicadas por Edison a finales del siglo XIX.
Podemos aprender mucho analizando los dispositivos y experiencias de comunicación del pasado. Por ejemplo, para comprender la forma que adoptó la World Wide Web o las redes sociales no podemos dejar de lado sistemas como FidoNet, Minitel o HyperCard o los Bulletin Board System (BBS) creados entre los años ochenta y noventa.
Cuando se analiza la evolución de los viejos medios uno descubre que se repiten patrones similares cada vez que aparece una nueva tecnología de la comunicación. Por ejemplo, surgen los optimistas (“este medio mejorará nuestra vida y salvará el mundo”) y los apocalípticos (“este medio nos vuelve idiotas y es el fin del mundo). Esta oposición la identificó Umberto Eco hace 60 años y seguimos cayendo en la misma trampa... En cierta manera este problema se repite desde Platón y su crítica a la escritura.
Uno de esos eslabones perdidos en la historia del desarrollo tecnológico es el CyberSyn chileno de los años 70, hoy muy estudiado.
Lo de CyberSyn fue una experiencia de vanguardia que recientemente parecen haber redescubierto en Estados Unidos. Fue un proyecto imposible de comprender por fuera del proceso de construcción pacífica del socialismo propuesto por Salvador Allende en el Chile de los años 1970. De frente a la evolución actual de las redes digitales, totalmente modelado a partir de los intereses de un puñado de corporaciones, el valor actual de CyberSyn radica en que siempre es posible pensar en otras formas de desarrollo tecnológico. No hubo ni hay un camino único. Como bien describen David Graeber y David Wengrow en El amanecer de todo, a lo largo de su historia el Homo sapiens ha probado diferentes formas de organización social. Esa historia nunca ha sido un proceso lineal, único y secuencial. La experiencia chilena, incluyendo su pata digital CyberSyn, es un buen ejemplo de ese tipo de experimentos sociales.
Hay un dato sobre CyberSyn que convendría evidenciar: detrás de ese sistema había una gran densidad de pensamiento teórico transdisciplinario. Polímatas como Fernando Flores estaban detrás de CyberSyn, un proyecto con un fuerte sustento epistemológico. Hoy los desarrollos tecnológicos (y los discursos que los sostienen) tienden a ser banales, están marcados por la ingenuidad y solo están orientados a obtener beneficios económicos a corto plazo.
Los medios no se inventan de un día para otro: son el resultado de un proceso de emergencia donde participan muchos actores de todo tipo, desde actores técnicos y comerciales hasta instituciones, normativas y tecnologías.
En tu libro Sobre la evolución de los medios (Ampersand, 2024) proponés una mirada evolutiva, darwinista, del desarrollo de los medios, siguiendo un ciclo (emergencia, dominación, adaptación y supervivencia).
Los medios no se inventan de un día para otro: son el resultado de un proceso de emergencia donde participan muchos actores de todo tipo, desde actores técnicos y comerciales hasta instituciones, normativas y tecnologías. Hay medios que tardan poco en emerger: desde que Tim Berners-Lee subió la primera página web a un servidor y la difusión de la web gracias a la inclusión de Internet Explorer en el sistema Windows 95 pasaron solo cuatro años (1991-95). Otros medios, por ejemplo el fax, tardaron más de un siglo en despegar. Desde las primeras experiencias allá por 1840, cuando se comenzó a pensar en cómo fusionar la fotografía y el telégrafo, hasta su popularización en los años 1970-80 este medio vivió un interminable proceso de desarrollo. El fax tuvo un par de décadas de oro hasta que la web, el correo electrónico y el formato PDF prácticamente lo condenaron a la extinción. Obviamente, no todos los medios alcanzan a ocupar un lugar importante en el ecosistema mediático: muchos no sobreviven, fracasan o nunca salen de los márgenes del sistema.
Cuando un medio es dominante impone su lógica a las instituciones y a los otros medios. Es lo que llamamos mediatización. Pensemos en la mediatización de la política: a partir de 1960 paso a ser una construcción eminentemente televisiva; eso duró hasta bien entrado el siglo XXI. Ahora la mediatización de la política está pasando a las redes sociales, el nuevo medio dominante. Figuras como Donald Trump o Javier Milei son casi de transición: ambos provienen del broadcasting televisivo -Trump conducía un reality show, Milei era panelista- y supieron adaptarse al nuevo ecosistema a golpes de tuits y vídeos virales. Veamos como ejemplo lo que pasó la semana pasada en Argentina: la frustrada visita del presidente a Lomas de Zamora estalló en redes sociales, incluso en forma de memes, y desde ahí se desplazó a los medios tradicionales. La mediatización televisiva o radiofónica no desaparece, pero no es tan relevante como la que se produce en las redes y plataformas.
Pero la competencia en el ecosistema mediático es muy grande. Ningún medio dominante puede dormirse en los laureles: siempre hay nuevos medios emergentes al acecho. La vieja web, la creada por Tim Berners-Lee en 1991, se encuentra asediada precisamente por las nuevas plataformas y, sobre todo, por la inteligencia artificial incorporada a los buscadores. La práctica de surfear la web tiende a desaparecer: los usuarios nos quedamos con la síntesis elaborada con la IA en la primera página del buscador. No podemos darnos el lujo de perder la web. Es uno de los pocos proyectos que involucran a toda la humanidad y no es patrimonio de ninguna empresa. Pero hoy la web está en peligro. Deberá adaptarse si quiere sobrevivir.
Y así es como cada medio va pasando por diferentes momentos o fases a lo largo de su evolución, siempre en interrelación con los otros medios e instituciones sociales. La imagen que emerge es de una gran complejidad, un ensamblaje para nada fácil de estudiar o poner a foco. En ese contexto, pensar que un candidato ganó las elecciones porque lo apoyan un par de diarios y canales, o que prohibiendo los celulares en las escuelas se acabarán los problemas de la educación, son ideas muy simples que nacen de nuestra incomprensión de los ecosistemas mediáticos. Como dice el filósofo Daniel Innerarity, debemos aprender a lidiar con la complejidad si queremos comenzar a resolver los graves problemas que tiene nuestra sociedad y el planeta.
En tu blog Hipermediaciones posteaste sobre la «fuga de las redes sociales». Un ejemplo clásico sería X, pero ni Mastodon ni BlueSky lograron desplazarlo. ¿Por qué?
Desde que compró la plataforma, cada vez que Elon Musk realiza alguna declaración explosiva o toma alguna decisión desagradable (es experto en el tema) se produce una microfuga desde Twitter/X. Una de las primeras fugas se dirigió a Mastodon, una red muy particular con una lógica diferente de funcionamiento. Pero se fueron unos pocos usuarios. Después vino una fuga hacia BlueSky, una red más parecida a Twitter, pero el hype duró un par de semanas… Siempre hubo migraciones entre redes sociales. Allá por 2006 muchos españoles entraron en Tuenti, la primera red social de éxito en ese país; en 2010 la compró Telefónica, pero para entonces había comenzado la gran fuga hacia Facebook. Mucha gente muy joven entró en la red de Mark Zuckerberg, pero al ver que ya estaban sus padres y madres al poco tiempo se mudaron a Instagram y Snapchat.
Más allá de que nos caiga más o menos simpático, la red de Elon Musk sigue teniendo una masa crítica importante y las diferentes fugas hasta ahora no han generado un lugar alternativo a Twitter/X. En el caso de BlueSky, se convirtió en una homogénea plataforma ideológicamente progresista y políticamente correcta. Una isla de la fantasía digital para menos de 40 millones de usuarios. Twitter/X tiene más de 600 millones y, a pesar de que el algoritmo intenta llevar la atención de los usuarios hacia contenidos afines a los intereses de su dueño, me parece que todavía sigue siendo muy representativa de las conversaciones sociales a escala global. Pero es innegable que ha empeorado desde que la compró Elon Musk.
Desde que compró la plataforma, cada vez que Elon Musk realiza alguna declaración explosiva o toma alguna decisión desagradable (es experto en el tema) se produce una microfuga desde Twitter/X.
Otro concepto que se difundió en los últimos años para describir la situación de la web es la "enshittification de las redes sociales", de Cory Doctorow.
Como dije antes, la web que conocimos en los años 1990 ya no existe. Ahora bien, esa web tampoco era un paraíso de libertad y anarquía como algunos piensan. Si bien había un clima diferente, muy colaborativo y poco agresivo, también había grandes corporaciones operando para extraer ganancias del new media. Ya en ese tiempo se comenzaba a soñar con la personalización de contenidos y la explotación de datos personales. Con las redes sociales sucedió algo parecido: hace veinte años se hablaba de la “web 2.0” o “web colaborativa”, sin dudas un paso adelante en la participación de los usuarios y la creación de contenidos en las redes. La Wikipedia era el ejemplo más claro. Pero la lógica las corporaciones, que por entonces eran unas start-ups muy fashion donde todos querían trabajar, terminó por corromper ese espíritu inicial. Lamento que no se hayan creado plataformas sin fines de lucro y con otras formas de gobernabilidad, con un modelo más cercano al de la World Wide Web o la Wikipedia. Quizás la Unión Europea podría haber hecho algo al respecto (a fin de cuentas, la web nació en un centro de investigación europeo, el CERN de Ginebra), pero no movió ficha en esa dirección.
Antes mencionaste que la IA generativa podría significar el fin de la web, cuyas páginas van perdiendo tráfico de manera sostenida. ¿Es posible eso? ¿De dónde sacarían datos las IA si la web se extingue o se fosiliza?
Se está dando un fenómeno de convergencia entre los buscadores y las inteligencias artificiales generativas. Ante una pregunta o solicitud de información del usuario, lo primero que propone el buscador es una respuesta generada por IA. La mayoría de los usuarios se quedará en esa respuesta y no irá más allá. La práctica del web surfing, en este contexto, está condenada a desaparecer. Ahora bien, si los usuarios no entran en las páginas webs, muchas empresas e instituciones no tendrán interés en renovar los contenidos de sus páginas. La mayoría de las webs activas se mantienen y actualizan sus contenidos con la esperanza de atraer tráfico; si el tráfico no pasa del buscador, esas webs no tienen futuro. Toda la arquitectura del SEO (Search Engine Optimization) y del SEM (Search Engine Marketing) también puede tambalear si este proceso se consolida. Es un cambio radical: los buscadores eran centrífugos, disparaban al usuario a los confines de la web para que encontrara la información que deseaba; ahora se están volviendo centrípetos, como las redes sociales: una vez que te atrapan, no quieren que salgas de su entorno. Es la mejor forma de perfilar a los usuarios y extraer datos a partir de sus gustos y acciones. Este es un proceso en curso, veremos cómo evoluciona.
Por otro lado, las IA necesitan del contenido de la web para ser entrenadas. Si ese contenido decae, entonces los LLM (Large Language Model) podrían tener escasez de materia textual para procesar. Algunos han intentado alimentar las IA generativas con textos creados por las mismas IA, pero la calidad del resultado cae en picada. Es muy raro: es como si se produjera un proceso de endogamia textual -como en las especies biológicas- que genera cada vez peores resultados. O sea, no solo los humanos necesitamos una web viva y con contenidos actualizados: también las IA necesitan ese flujo textual que se renueva permanentemente.
Los datos que entrenan a las IA también provienen de las redes sociales y plataformas donde los usuarios comparten contenidos. Casi todos los grandes actores de este sector (Alphabet, Meta, X, Microsoft, etc.) tienen potentes entornos colaborativos de dónde extraer contenidos. La única corporación que no posee esa ventaja es OpenAi, el gran actor emergente y disruptivo que introdujo el ChatGPT en noviembre de 2022. No es casual que, según se dice, estén tratando de convertir su más exitoso producto en una red social donde los usuarios puedan compartir y comentar fácilmente los textos generados por la IA. De todas formas, el sector de las IA evoluciona rápidamente y cuesta imaginar qué forma adoptará ni siquiera a corto plazo.
Se está dando un fenómeno de convergencia entre los buscadores y las inteligencias artificiales generativas: ante una solicitud de información lo primero que propone el buscador es una respuesta generada por IA.
Dentro del debate sobre qué le falta a la IA para funcionar de una manera más o menos parecida a la del Homo sapiens, vos apuntás que falta "abducción". ¿Qué sería eso?
Las primeras inteligencias artificiales diseñadas en la posguerra eran deductivas: se creía que introduciendo una serie de principios o reglas en la máquina, sería capaz de resolver cualquier problema. Eso sirvió para algunas cosas, por ejemplo para jugar al ajedrez, pero no para otras cosas más simples o que requerían mayor creatividad. Las actuales IA generativas son inductivas: procesan estadísticamente enormes montañas de datos y, a partir de ahí, construyen una respuesta. No son inteligentes: todo su output es probabilístico. Algunos expertos creen que estos caminos, basados en dos formas tradicionales de razonamiento, tienen fuertes limitaciones. Y aquí entra un juego una tercera opción, la llamada “abducción”. Es un razonamiento más arriesgado y creativo, más instintivo que racional, que lleva a la generación de una hipótesis. Hacer conjeturas es un proceso típico del entendimiento humano. A las IA, al menos por ahora, les cuesta generar este tipo de procesos. Pero no sería extraño que antes o después logren simularlo o acercarse mucho a su lógica.
Parq terminar, Sam Altman dice que vivimos en el Renacimiento, Tyler Cowen dice que estamos atravesando un interregno cono el del siglo XVII, otros hablan de una nueva Revolución Industrial o de una nueva décadade 1920. Pareciera haber un consenso en que el siglo XXI no es el siglo XXI. ¿A qué se debe ese retrofuguismo?
Nuestra pereza interpretativa nos lleva a simplificar el presente y encajarlo en una realidad pasada. Abundan los diagnósticos: algunos se conforman diciendo que estamos de nuevo en la década de 1930, otros van más allá y sostienen que volvimos a siglo XIX, cuando las potencias imperialistas de repartieron el planeta, e incluso algunos proponen que vivimos en una nueva edad tecnofeudal. Conocer el pasado para comprender el presente es fundamental, pero no debemos olvidar que el pasado es siempre una construcción del presente. El tiempo actual reclama nuevos conceptos e ideas. Están pasando demasiadas cosas raras y explicar esa complejidad reduciéndola a la repetición automática de una serie de eventos o procesos del pasado me parece un atajo intelectual. Aunque compartan algunos rasgos, Trump no es Hitler ni Luis XIV.