GOOD BYE SIGLO XX

Antes de responder hacia dónde vamos hay que preguntarse cómo llegamos hasta acá, pensar el origen. Venimos del fordismo industrial vertical del siglo XX y vivimos el posfordismo posindustrial. ¿Hacia dónde vamos? Revolución tecnológica y nuevo orden político. No oponer lo local a lo global: fundar lo glocal. Pasen y lean.

por Federico Zapata

EL PASADO DEL FUTURO

¿Por qué se añora tanto el siglo XX? Entre 1945 y 1973, el capitalismo mundial experimentó lo que Hobsbawm denominó la edad dorada del Capital: una dinámica excepcional motorizada fundamentalmente por la primacía industrial con indicadores económicos y sociales elocuentes. En ese período de casi 30 años, el PBI y el comercio mundial crecieron a tasas anuales del 5% y del 8% respectivamente. Ese momento histórico singular, se organizó en torno a una arquitectura específica que suelen pasarse de alto cuando se postulan reformulaciones retrospectivas: un liderazgo hegemónico en el campo de las democracias industriales (los Estados Unidos), que por la vía de esa asimetría de poder estructuró un orden internacional liberal (el sistema de Bretton Woods), un consenso nacional socialdemócrata (en el sentido amplio de un Estado mediando entre el capital y el trabajo en un período histórico de alza en la lucha de clases) y un modelo económico fordista (con industria automotriz norteamericana como paradigma).

La tecnología cumplió un rol central y epidérmico en este proceso de progreso social que constituye la posguerra. En un sistema fabril verticalista, con producción masiva y organización del proceso laboral con principios tayloristas, la cinta de montaje acortó la distancia entre trabajadores calificados y no calificados: el obrero con mayor calificación controlaba la calidad del producto final en la línea de montaje, mientras que el obrero de menor calificación realizaba tareas básicas y repetitivas en la base de la cadena de montaje. El fordismo empoderó al trabajo no calificado, hizo nacer al trabajador de masas y su identidad colectiva-homogénea, que estuvo en la base de la democratización del consumo y de la radicalización operaria que comienza a finales de la década de 1960. Del campo a la ciudad y del taller artesanal a la fábrica. La clase obrera fue al paraíso. 

El Plan Marshall (1948-1951) facilitó la conformación de vigorosos mercados de exportación y niveles inéditos de inversión en Occidente. La otrora solitaria industria norteamericana tuvo que comenzar a competir primero con Alemania y Japón, algunos años después, con la emergencia de nuevos competidores recientemente industrializados (Corea del Sur, Taiwán y Singapur). La consecuencia de este proceso de industrialización fue llevar la manufactura a un punto de sobrecapacidad y sobreproducción que comenzó a presionar a la baja de los precios de los productos manufactureros. Estas son las bases materiales de la crisis global de los años 1970. Los países centrales intentarían lidiar con la crisis de la rentabilidad de la manufactura por la vía del toyotismo japonés y la represión del poder laboral. ¿Alcanzaría? No. 

En un contexto de prolongada caída de la rentabilidad de la manufactura, el capitalismo buscaría reactualizar su dinamismo a partir de la emergencia de nuevas tecnologías. Ese es el esfuerzo sistemático que ha moldeado al sistema desde 1970 a nuestros días. 1968, San Francisco, Estados Unidos. En una legendaria sesión celebrada en el Joint Computer Conference, Douglas Engelbart exhibe un prototipo de “mouse”. Engelbart tenía por ayudante a Stewart Brand, un licenciado en biología que a través de su incursión en movimientos contraculturales y de la experimentación con LCD buscaba mecanismos para cambiar el mundo. En esos años y con esa intención, Brand funda la revista Whole Earth Catalog. Allí escribió: “Muchas personas intentan cambiar la naturaleza de la gente, pero es realmente una pérdida del tiempo. No puedes cambiar la naturaleza de la gente; lo que puedes hacer es cambiar los instrumentos que utilizan, cambiar las técnicas. Entonces, cambiarás la civilización”. ¿Quién puede detener a una revolución? 

JUST DO IT

 La sociedad posindustrial o posfordista comienza a configurarse entre 1970 y 1980. Pero sería recién en la década del 1990, cuando las TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación) permitirían suplantar el modelo industrial automotriz norteamericano clásico por una nueva morfología de negocios global: el sistema Nike. El núcleo central del nuevo modelo consistía básicamente en la posibilidad de desagregar el proceso productivo. En concreto, el managment, el diseño, el posicionamiento de la marca, la I+D y la comercialización tendieron a mantenerse en los países centrales, mientras que la manufactura y producción se deslocalizaban en países periféricos. Como resultante, emergió una forma de producción industrial en condiciones posfordistas caracterizadas no ya por el pleno empleo, los salarios altos, los derechos sociales y la intermediación estatal de escala nacional, sino por formas laborales cada vez más flexibles, salarios bajos, ausencia de negociación colectiva (y en muchos casos sindicatos) y presiones gerenciales. 

¿Qué es la globalización? Se preguntaba el sociólogo alemán Ulrich Beck a mediados de los 1990. En un sentido casi filosófico, la globalización es una fuga. En palabras de Alessandro Baricco, la fuga de un siglo obsesionado por la frontera, la idolatría hacia las líneas de demarcación, la organización del mundo en zonas protegidas y no comunicantes. Un mundo en el que era posible la existencia de campos industriales de exterminio sin que nadie se enterara. La globalización fue la decisión de ponerlo todo en movimiento, de boicotear las fronteras y los muros, de demonizar la inmovilidad y asumir el movimiento como un valor primordial de una civilización. En el sentido tecno-productivo que aquí nos atañe, la globalización convirtió el dinero en una moneda internacional (socavando la gestión de la demanda keynesiana a nivel nacional) y permitió no sólo mejorar la fluidez de los bienes para cruzar las fronteras, sino también que las fábricas pudieran cruzar las fronteras (o se diseñaban a expensas de las fronteras). 

¿Qué implicancias tuvo la globalización en el modelo de negocios? Permitió fundar una nueva forma de competitividad para la manufactura posmoderna: la fabricación de bienes usando tecnología de punta combinada con mano de obra de bajos salarios. Dicho de otra manera, el posfordismo rompió la relación del siglo XX entre tecnología avanzada y salarios altos en países desarrollados o tecnología limitada y salarios bajos en países subdesarrollados. No es casualidad que a lo largo de los años 1990, las economías de bajos ingresos fueron receptoras de grandes volúmenes de inversiones extranjeras directas en el sector de telecomunicaciones (principalmente fibra óptica y cable submarino). Precisamente, esta fue la infraestructura sobre la que transitó la deslocalización y la tercerización y sería también, la avenida sobre la cual se montaría internet en los primeros años del siglo XXI. 

¿Cuál fue el impacto de esta mutación del capitalismo en el trabajo y el desarrollo periférico? La globalización supuso sin dudas una pérdida de poder relativo del trabajo frente al capital. Pero también es cierto, la descentralización del proceso productivo implicó acompañar el traslado de las etapas de manufactura con una transferencia sin precedentes de conocimientos técnicos de fabricación a países en desarrollo. En otras palabras, la deslocalización industrial fue un movimiento masivo de tecnología desde empresas de naciones ricas hacia instalaciones ubicadas en un puñado de naciones en desarrollo que lograron integrarse a las cadenas de valor globales y que se beneficiaron de su inserción al auge del comercio mundial. 

Cuando se habla del éxito de industrialización de China, se pasa por alto que se dio en el contexto de flujos masivos de inversión extranjera directa que le permitió desarrollar capacidades que de otro modo no hubiesen desarrollado y que se apalancó, no en alguna variante de comercio administrado o proteccionismo sino en la integración al comercio mundial.

China es posiblemente el caso más paradigmático, pero no el único. Cuando se habla del éxito de industrialización de China (y de otras economías asiáticas), se pasa por alto que se dio en el contexto de flujos masivos de inversión extranjera directa que le permitió desarrollar capacidades que de otro modo no hubiesen desarrollado y que se apalancó, no en alguna variante de comercio administrado o proteccionismo (estrategia de industrialización por sustitución de importaciones), sino en la integración al comercio mundial (vía su adhesión a la Organización Mundial del Comercio). Lo que se denominó, industrialización por promoción de exportaciones, que coincide con la etapa del mentado “ascenso pacífico” durante el liderazgo de Hu Jintao. ¿Es posible reproducir esas trayectorias en un contexto de retracción del comercio mundial y la IED? Si el fordismo como patrón de acumulación dominante empezó a agotarse con la crisis de los 1970, la globalización lo hizo con la crisis de 2008. 

LA REVOLUCIÓN DEL CAPITALISMO SIN CAPITAL

 Como bien explica Nick Srnicek, el capitalismo, cuando una crisis golpea, tiende a generar procesos de restructuración. Luego de la crisis del 2008, se ha producido una aceleración del cambio tecnológico que se conoce como “revolución digital”. Se trata de modelos de negocios que dependen cada vez más de la tecnología de la información, de los datos y de internet. Desde el punto de vista tecno-productivo, esto quiere decir tres cosas al mismo tiempo: el sector digital tiende a comportarse como el más dinámico de la economía contemporánea, al tiempo que constituye un nuevo sistema operativo con potencial hegemónica (el ideal que relegitima el sistema capitalista poscrisis 2008 de Elon Musk a Jeff Bezos, de Jack Ma a Marcos Galperin) y una infraestructura que coloniza progresivamente todo la morfología económica contemporánea (capacidad disruptiva transversal, convergente y multisectorial). Es decir, la economía basada en el conocimiento implica una jerarquización de todos los sectores desde el punto de vista del desarrollo (agrícola, servicios e industria), a partir de la posibilidad y el potencial que proporciona la convergencia de saberes y plataformas tecnológicas (procesamiento de grandes datos y biotecnología).

¿Cuál es el impacto tendencial de la revolución digital en la industria posfordista? La revolución digital como respuesta a la crisis del 2008 introduce un experimento radical: la digitech. En palabras de Richard Baldwin y Rikard Forslid, una alteración en la naturaleza misma de la manufactura al postular el reemplazo potencial de la “manu” con “robots”. Se trataría del surgimiento de la “robofactura” como fase superior de la “manufactura”. Este desplazamiento, de consolidarse, fundaría una segunda globalización: la globorobotización. El paradigma digitech (algunos autores prefieren hablar de la Industria 4.0), que incluye desarrollos como la robótica embebida en inteligencia artificial (IA), la digitalización y la integración de sistemas basados en Internet o internet de las cosas (IoT), las “fábricas inteligentes” y la impresión 3D, ha permitido, en forma incipiente, que algunas empresas líderes relocalicen actividades de manufactura históricamente intensivas en mano de obra hacia economías de ingresos altos y más cercanas a los consumidores finales. Dos ejemplos muy divulgados: las afeitadoras Philips en los Países Bajos y Adidas en Alemania. En cada uno de estos casos, el costo unitario de la mano de obra en las nuevas fábricas resultó ser más bajo que en la planta en el extranjero. 

¿Oportunidad o riesgo para el desarrollo periférico? Como bien explican Mary Hallward-Driemeier y Gaurav Nayyar, y al revés de lo que algunos cultores nacionalistas suponen, de profundizarse esta dinámica, Estados Unidos y China serían potencialmente los países más beneficiados, mientras que los miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), África Subsahariana y América Latina serían las regiones más afectadas. ¿Por qué? La posibilidad de acceder a procesos de reshoring, implica, para países medios o emergentes, un ecosistema no siempre disponible en su complejo estado-sociedad: lo más relevante, un entramado empresarial doméstico internacionalizado y globalmente competitivo capaz de desglobalizar el proceso productivo. Pero no sólo eso. También, macroeconomías ordenadas, sistemas políticos estables, bienes públicos de calidad, capacidades glocales en materia de I+D, sociedades más propensas a ahorrar (e invertir) que a consumir, acceso al financiamiento internacional, disponibilidad de talento técnico e ingenieril (con sistemas educativos de avanzada). 

Aun suponiendo que un grupo de países periféricos alcanza las capacidades glocales para renacionalizar procesos productivos, la pregunta posfordista persiste: ¿Puede la internet industrial resolver el problema secular de pérdida de rentabilidad de la manufactura? Al momento, el programa parece menos enfocado en transformar radicalmente la industria (con mejoras en la productividad o desarrollo de nuevos mercados) y más en reducir costos y tiempo (aumentando competencia y bajando precios). En este sentido, los dueños de las plataformas de operación de la internet industrial verían incrementados sus ingresos a costa de la reducción de ingresos de los fabricantes directos. Esta es la lógica evolutiva que siguen compañías industriales tradicionales como Siemens (Alemania) y General Electric (Estados Unidos). Su foco está cada vez más puesto en intentar competir con Intel y Microsoft. No ya no en su histórico core business (el hardware o “los fierros”) sino en el software o el desarrollo de plataformas de internet industrial: MindSphere (Siemens) y Predix (GE). Las compañías (y sus respectivos países) que conquisten las plataformas (y sus tendencias a concentrar los mercados globales), serán los grandes ganadores de industria 4.0.  

¿Cómo impacta esta tendencia en el mundo del trabajo? De profundizarse el escenario prospectivo de globorobotización, la robofactura se comportará cada vez más como el sector de petróleo, gas y minería, que generan valor y exportaciones (algo extremadamente relevante en contextos fiscales extenuados), pero pocos empleos. El futuro de la industria se sostendrá cada vez más sobre la tecnología y a expensas del trabajo industrial. Dicho de otra manera, la industria ha dejado de ser la fuente principal de generación de empleo. Si en el fordismo, la fuente de creación de valor se movió de la tierra al capital, en el posfordismo se ha movido del capital al conocimiento. Haskel y Westlake hablan del capitalismo sin capital.

El fin de la cinta de montaje trajo aparejada la ruptura de la sociología laboral típica del siglo XX: de un lado, quedaron los trabajadores calificados, capaces de resolver problemas complejos y desarrollar tareas creativas, y del otro lado, los trabajadores menos calificados, tendencialmente reemplazable por la tecnología.

El fin de la cinta de montaje trajo aparejada la ruptura de la sociología laboral típica del siglo XX: de un lado, quedaron los trabajadores calificados, capaces de resolver problemas complejos y desarrollar tareas creativas, y del otro lado, los trabajadores menos calificados, tendencialmente reemplazable por la tecnología. Si la revolución industrial había operado en favor del trabajo menos calificado al integrarlo al proceso de producción en masas, la revolución de la economía del conocimiento tracciona en forma inversa: los trabajadores de menor calificación y educación no sólo son los peores pagos, sino aquellos a los cuales será posible reemplazar por el avance de las máquinas. Corolario: el progreso técnico, de no mediar reconversiones posfordistas del entramado productivo, premia al trabajo intelectual (asociado a mayores ingresos) frente al trabajo manual (asociado menores ingresos), todo lo cual, ceteris paribus, tiende a impulsar sociedades desiguales que se parecen más a las del siglo XIX que a las del siglo XX. ¿Adiós clase media? 

LA ACCIÓN POLÍTICA SUBALTERNA Y LA LUCHA POR EL FUTURO

La acción política subalterna se encuentra en una disyuntiva: descomposición o innovación. Si persiste en la ucronía anacrónica de intentar recrear el viejo trabajo industrial en condiciones posfordistas, posiblemente termine acelerando la incubación de sociedades caracterizadas por la forma laboral heterogénea y desinstitucionalizada del “informalariado”. Alternativamente, la acción política puede empujar la reconversión productiva en un sentido compatible con el conocimiento como fuente creadora de valor y cooperación colectiva (lo cual impactaría indirectamente en la reconversión posfordista del viejo patrón industrial). Esta reconversión, incubaría sociedades caracterizadas por la forma laboral de lo que el autonomismo italiano denomina el “cognotariado”: conocimiento, afectos, servicios, cultura y biodiversidad. ¿Ha llegado la hora del intelecto general?

En el capitalismo cognitivo, las industrias inteligentes orientadas a las exportaciones tendrán un rol muy importante, pero el vector principal de desarrollo no será la industria sino el conocimiento. ¿Dónde reside la oportunidad? De acuerdo a Baldwin y Forslid, para los bienes manufacturados, la tecnología digital solo está reduciendo marginalmente los costos comerciales (los grandes avances ocurrieron con la contenedorización y el transporte aéreo), pero está disminuyendo radicalmente la proporción de costos laborales mediante el uso de la robótica. Por el contrario, la tecnología digital tiene un gran efecto a la baja en el costo del comercio de servicios, pero un impacto insignificante en la proporción de costos laborales en los servicios. Sería algo así como la ruptura del modelo de comercio ricardiano, donde el comercio de bienes actuaba como el vehículo que facilitaba el comercio del trabajo. En las nuevas condiciones de la era digital, el vehículo ha dejado de ser necesario y la mano de obra puede ser exportada en forma directa.

Es más, cuando en el mundo actual se intercambian bienes, la proporción del valor de los servicios embebidos en esos bienes es superior a la del valor de la fabricación del bien. El finlandés Ali-Yrkkö realizó un estudio donde desglosó las contribuciones al valor agregado de los servicios y componentes de manufactura para el teléfono Nokia N95. Las partes (incluidos procesadores, memorias, circuitos integrados, pantallas y cámaras) representaban el 33% del valor del producto. El ensamblaje representaba solo el 2%. Los dos tercios restantes del valor del producto provenían de los servicios internos de apoyo de Nokia (30%), licencias (4%), distribución (4%), ventas minoristas (11%) y beneficio operativo (16%). Es decir, que la productividad de los servicios será fundamental y determinante incluso para el sostenimiento de manufacturas en entornos globorobotizado. En las condiciones productivas de la revolución digital, una estrategia de desarrollo basado en el conocimiento puede volverse más la norma que la excepción. 

¿Puede la tecnología por sí misma resolver la transición tecno-productiva en la periferia? No. Las tecnologías per se no tienen la capacidad de resolver la transición hacia un nuevo régimen de acumulación, sino que, cada complejo estado-sociedad deberá readecuar la estrategia y el modo de regulación, para facilitar y estimular un nuevo patrón de desarrollo. 

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¿Puede la tecnología por sí misma resolver la transición tecno-productiva en la periferia? No. Las tecnologías per se no tienen la capacidad de resolver la transición hacia un nuevo régimen de acumulación, sino que, cada complejo estado-sociedad deberá readecuar la estrategia y el modo de regulación, para facilitar y estimular un nuevo patrón de desarrollo. En otras palabras, fundar la nueva superestructura política que produzca desarrollo. En esta nueva y potencial superestructura, lo local globalizado (lo glocal) tendrá un papel determinante. El Estado Nacional ya no puede por sí solo, luego de décadas de desterritorialización de sus capacidades, ser el locus exclusivo de esta acción política emancipadora. Si el fordismo produjo desarrollo de arriba hacia abajo, la economía del conocimiento invierte los términos de operación en el marco de una sociedad que es alérgica a las jerarquías. Es imprescindible la estimulación de lo que el geógrafo Enrico Moretti denomina brain hub: nodos de conocimiento e inteligencia (brain hub), cuyo objetivo es integrar los territorios locales y regionales en cadenas globales de valor de servicios y tecnología (o redes de valor basadas en la biomasa). De la fábrica a la Ciudad. La resolución del laberinto de Deleuze (territorialización versus desterritorialización) no es oponer lo local a lo global, sino fundar lo glocal.

Volviendo a la pregunta pragmática de Lenin: ¿Qué hacer? Podemos seguir abrazándonos al siglo XX y negar la crisis del bienestar de posguerra, que es de alguna manera, cancelar cualquier posibilidad de imaginar un futuro más allá de los confines del pasado. Allí han quedado anclados, organizativa y programáticamente, el grueso de los viejos partidos políticos de la era industrial. Estas formas de representación, que en el siglo pasado operaron como poderosas herramientas de liderazgo, modernización e inclusión, hoy prefieren, como garantía de autopreservación, cristalizar en fuerzas conservadoras: ser la representación política defensiva de la vieja estructura de acumulación, bajo el supuesto de que una transición tecno-productiva significaría una amenaza a su existencia. Del viejo partido que empujaba el gran salto adelante a los nuevos príncipes de la desaceleración. 

Alternativamente, podemos erotizarnos con la fragmentación lenta hacia el primitivismo, la crisis perpetua y el colapso ecológico planetario. Del decrecionismo al negacionismo, la descomposición parece haber encontrado su rol existencial como forma de gobernanza de la crisis. Si los viejos partidos representan el pasado, estas formas de oscurantismo político nacidas al calor de la caída del viejo régimen, buscan capitalizar los procesos de re-tribalización que facilitan los algoritmos, la política de la identidad y la depresión del Estado Nación. Podemos incluso fusionar estas dos formas de negación (la retropía del siglo XX con la descomposición de las democracias liberales) y empoderarlas con la furia del informalariado y las esporádicas emergencias de liderazgos ciberpopulistas. 

Finalmente, podemos intentar un tercer camino: tomar el poder, que en nuestras actuales condiciones civilizatorias, significa tomar el futuro. Es decir, generar nuevas ideas y nuevas formas de organización para liberar las fuerzas productivas latentes en beneficio de la creación de valor, trabajo inmaterial (objetivado en commodities materiales)  y cooperación colectiva. Una nueva superestructura que produzca desarrollo económico con integración social y equilibrio territorial, gobernabilidad política con inserción-soberanía-liderazgo internacional y una cultura nacional atractiva-expansiva (o poder blando). En palabras de Michel Foucault: “El problema no es recuperar nuestra identidad perdida, liberar nuestra naturaleza encarcelada, nuestra verdad más profunda; sino que el problema es moverse hacia algo radicalmente Otro. El núcleo de la cuestión, entonces, parece aún encontrarse en la frase de Marx: el hombre produce al hombre.”