La bomba atómica después de Trump 

La segunda presidencia de Donald Trump podría representar un desafío renovado para los esfuerzos de control de la proliferación nuclear, en un contexto de creciente inestabilidad global. El mayor peligro no está en la gestión de los enemigos, sino en su disposición a maltratar a los aliados y poner en riesgo el mito del paraguas nuclear norteamericano. 

por Aurelio Tomás

Un arma hiperviolenta  

En marzo de 1944 Astounding Science publicó una historia de ciencia ficción que dejó estupefactos a los científicos del proyecto Manhattan. El cuento “Deadline”, de Cleve Cartmill, describía un conflicto interestelar como tantas otras historias de ciencia ficción que publicó la revista, reconocida cómo la cuna de nacimiento de la rama “dura” del género, entendida cómo la corriente de escritores que fundamentaban sus ficciones en los últimos desarrollos (y especulaciones) de la ciencia. 

Cartmill hablaba de un arma temible capaz de destruir mundos enteros. Describía también en detalle su funcionamiento y la ciencia en que se basaba. Hablaba del uso del isótopo U-235 del uranio, de su separación y de su poder destructivo: 

Si pudieras imaginar concentrar medio billón de los rayos más violentos que hayas visto, comprimiendo toda su furia en un espacio menor a la mitad del tamaño de un paquete de cigarrillos, te harías una idea de la esencia concentrada de hiperviolencia que representaría esa explosión. No se trata simplemente de la cantidad de energía; es la aterradora concentración de intensidad en un volumen diminuto. ("Deadline", en Astoundig Science, 33(1), marzo de 1944)

El escritor recibió una visita del FBI que, luego de una intensa investigación, concluyó que no había en su cuento un mensaje cifrado a los enemigos de Estados Unidos, con la intención de difundir el secreto más grande de la historia: la construcción en Nueva México del arma “hiperviolenta” sobre la que especulaba Cartmill. Esta anécdota pone en evidencia la realidad más temible de la bomba nuclear. La ciencia en la que se basa estaba, incluso antes de su creación, al alcance de todas las personas educadas en los últimos avances de la física. 

Ochenta años después, resulta difícil entender el logro enorme que representa la existencia de apenas nueve potencias nucleares, su uso militar acotado a la última guerra mundial y, en resumidas cuentas, el logro civilizatorio que representa la persistencia del mundo, a pesar de que el hombre, lobo del hombre, cuenta con la capacidad técnica de destruirlo. 

Una nueva era de amenazas de uso de armas nucleares, proliferación y desarrollo nuclear pacífico pone en entredicho esa realidad frágil. La emergencia de nuevos liderazgos populistas, el ascenso de la post verdad y la era de las redes, obligan a poner este problema nuevamente en el foco de atención. Máxime cuando una revolución tecnológica, la emergencia de la Inteligencia Artificial, vuelve a poner al átomo en el centro de los sueños futuristas de la humanidad. 

Trump 2.0 y la nueva era nuclear 

La asunción de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, principal potencia nuclear con 3.700 bombas nucleares en su arsenal y 1.770 ojivas nucleares desplegadas (según el Bulletin of the Atmoic Scientists), aparece como el hecho más destacado de esta nueva era nuclear. Para entender el impacto que puede tener la versión 2.0 del protagonista de El Aprendiz en el poder, conviene primero repasar una serie de hechos que marcan un nuevo escenario mundial en torno al arma más poderosa.

Comencemos por el principal contendiente en términos de capacidad de fuego nuclear: Rusia, con 4.380 bombas atómicas en su arsenal y 1.710 desplegadas, entre vectores de corto y largo alcance, siempre según el Bulletin, fuente de todas las cifras al respecto de este artículo. Vladimir Putin es el líder ruso que más amenazas nucleares ha realizado desde la era de Nikita Kruchev. Vale recordar que el impulsor del XX Congreso del PCUS era entonces plenamente consciente de que su país tenía una enorme debilidad estratégica cuando lo hacía. Sus bravuconadas buscaban compensar un enorme déficit de misiles intercontinentales, a pesar de que JFK había convencido a la opinión pública norteamericana que Estados Unidos era la parte sufría un falta de misiles, que comportaba un riesgo existencial. 

Hoy Rusia no tiene una desventaja en este campo. Le sobran vectores capaces de alcanzar cualquier punto del globo y destruir múltiples enemigos, incluso luego de recibir un ataque masivo. Pero, tras más de dos años de guerra en Ucrania, su economía se encuentra al borde del colapso por el prolongado conflicto militar de desgaste, con un adversario asistido por la OTAN. Hace pocos días, el Financial Times comparó a su economía de guerra con un castillo de naipes a punto de caer. Mientras hace creer a Occidente que cuenta con la capacidad de sostener una guerra prolongada, las frías cuentas estarían marcando un límite a su ímpetu expansionista. 

Vladimir Putin es el líder ruso que más amenazas nucleares ha realizado desde Nikita Kruchev. Hoy Rusia no tiene una desventaja en este campo: le sobran vectores capaces de alcanzar cualquier punto del globo pero su economía se encuentra al borde del colapso

A la luz de esta situación se deben entender los dos desarrollos estratégicos recientes más importantes en el campo nuclear. El uso contra la ciudad ucraniana de Dnipró, el pasado 21 de noviembre, de un nuevo misil balístico, bautizado Oreshnik, que estaba equipado con explosivos convencionales pero diseñado para llevar múltiples bombas nucleares. Como puede verse en un video escalofriante, el misil cuenta con seis vehículos (cabezas) de reentrada independiente (MIRV, por sus siglas en inglés), capaces de vaporizar en un instante cualquier capital europea.

En las primeras horas, se especuló con que sería un misil intercontinental, pero luego se confirmó que era una arma de alcance medio: un hecho mucho más grave porque comportaría una violación del aucerdo más importante del fin de la Guerra Fria: el tratado sobre armas intermedias en Europa que marcó una era de cooperación inédita entre la URSS de Gorbachov y los Estados Unidos de Reagan.

Es importante remarcar que las armas de corto alcance son las más peligrosas en el juego nuclear, porque llegan en pocos minutos a su destino y multiplican el riesgo de un falso positivo, que desencadene un intercambio no deseado. Al desestabilizante factor tiempo que introdujo Putin en la ecuación nuclear europea, con el uso del Oreshnik, se suma un inquietante factor espacial: el año pasado Estados Unidos advirtió al Congreso la existencia de un plan ruso para desplegar armas nucleares en la órbita terrestre baja, un paso que comportaría la ruptura de un tabú que se sostuvo incluso durante toda la Guerra Fría (y la violación de un segundo tratado internacional). 

Sin llegar a los apremios económicos de Rusia, la República Popular China atraviesa una etapa de estancamiento que coincide con un renovado ímpetu militar y, tal vez más importante, atraviesa a su vez un proceso de concentración de poder unipersonal inédito en la era post-Mao, que hace de Xi Jinping el heredero del Gran Timonel. 

Pese a imitar su estilo de mando, el actual líder chino es también el primer secretario del PCCh dispuesto a romper con la doctrina nuclear que ideó Mao. Bajo su mando, China había entrado en la era nuclear con un ojo puesto en Rusia y otro en EEUU. A diferencia de otros países, su objetivo primario fue alcanzar un grado de disuasión mínima en poco tiempo, con dos tecnologías como puntales: la bomba termonuclear y los misiles balísticos intercontinentales, hito logrado en 1966 con la prueba del misil DF-1 en plena Revolución Cultural. 

Diversos indicios, muestran que la segunda potencia económica mundial se prepara para buscar un arsenal de cuatro cifras, que termine definitivamente con la relativa moderación de la doctrina nuclear de Mao. En 2021, los especialistas Matt Korda y Hans Kristensen mostraron con imágenes satelitales que China estaba construyendo un campo de silos compatible con una “expansión nuclear sin precedentes” que pone en entredicho la tradicional política de “disuasión mínima”. Korda y Kristensen estiman que China tiene hoy “500 ojivas nucleares, con más en producción para armar futuros sistemas de ataque”, también sostienen en su último informe que “tiene uno de los arsenales nucleares de más rápido crecimiento entre los nueve estados con armas nucleares”. 

Además de los planes para ampliar el arsenal nuclear chino, en Estados Unidos despertó una fuerte inquietud el desarrollo avanzado de armas hipersónicas. Tan es así que un test realizado en 2021 fue definido como un "momento Sputnik”, porque pone en entredicho cualquier estrategia de contención en materia de defensa misilística. Un dato poco conocido es que diversas fuentes norteamericanas creen que la base que tiene China en Argentina (Neuquén) podría jugar un rol fundamental en el futuro despliegue de este tipo de armas, que permitirían un ataque desde el sur por medio de la tecnología conocida como Sistema de Bombardeo de Órbita Fragmental (FOBS, por sus siglas en inglés). 

Xi Jinping es el primer secretario del PCCh dispuesto a romper con la doctrina nuclear que ideó Mao. Además de los planes para ampliar el arsenal nuclear chino, en Estados Unidos despertó inquietud el desarrollo avanzado de armas hipersónicas y creen que la base que China tiene en Argentina podría jugar un rol fundamental.

Además de los desarrollos en las dos grandes potencias nucleares, hay una fuerte preocupación en los Estados Unidos porque un número cada vez más grande de países cuenta con la capacidad, o se acerca a contar con la capacidad, de alcanzar su territorio con un arma nuclear. 

El caso más conocido es el de Corea del Norte, que multiplicó sus test misilísticos en los últimos años y se estima que ya cuenta con unas 50 armas nucleares desplegadas, y 90 cabezas preparadas para ser montadas en las armas que continúa produciendo. La creciente colaboración que presta a Rusia en su guerra con Ucrania ha despertado sospechas de que podría crecer el nivel de colaboración en materia sensible, algo que le permitiría consolidar su capacidad de disuasión sobre la principal potencia mundial. Menos conocido es el caso de Pakistán, único país de mayoría musulmana con un arsenal nuclear. Hablando ante la Carnegie Endowment for International Peace, el Subasesor de Seguridad Nacional, Jon Finer, dijo que Pakistán ha desarrollado "una tecnología de misiles cada vez más sofisticada, desde sistemas de misiles balísticos de largo alcance hasta equipos que permitirían probar motores de cohetes significativamente más grandes". 

Cantando bajo la lluvia de misiles 

Ninguno de los desarrollos que describimos hasta aquí aparece en la agenda internacional de Trump, si uno hace caso a sus primeros discursos y medidas. La principal preocupación estratégica del presidente pasaría por sus vecinos Canadá y México, su afán de anexar Groenlandia y su insistencia en que los aliados en Europa y Asia paguen por su propia defensa. Una agenda a todas luces incompatible con un factor esencial de la no proliferación desde el proyecto Manhattan hasta hoy: el compromiso de Estados Unidos de proteger a sus aliados con un paraguas nuclear. Un mito fundante de la era atómica que entra en franca contradicción con el motto America First

Es menester recordar el carácter personalísimo de la decisión del uso del arma nuclear. ¿Podría alguno de los aliados, vilipendiados en público por Trump, creer que el presidente norteamericano estaría dispuesto a apretar el botón nuclear para defender una ciudad cuyo nombre seguramente no sabe siquiera pronunciar?¿Pondría el fundador del movimiento MAGA las principales ciudades de su país en riesgo de un ataque devastador para responder, por caso, a un ataque contra Arabia Saudita, Filipinas o Taiwan? La respuesta más lógica a estas preguntas, a la luz de la evidencia, es que no. 

En 2004, un amplio estudio impulsado por el Center For Strategic and International Studies (CSIS) revisó los programas nucleares de los principales aliados norteamericanos que cuentan con tecnología de uso civil avanzada, pero no han trasvasado el cauce del uso pacífico. Su principal conclusión fue que “la percepción de confianza sobre el compromiso de seguridad norteamericano (con sus aliados en Europa y Asia) es un factor crítico, si no el factor crítico, que podría llevar a reconsiderar sus opciones nucleares a países como Japón, Arabia Saudita, Corea del Sur, Taiwán y Turquía”. Esta advertencia, surgida de un análisis de la post Guerra Fría, resuena con fuerza hoy cuando nos adentramos en el momento internacional que Thomas Friedman ha dado a llamar con certeza la post-posguerra fría. 

En su última edición, la influyente revista Foreign Affairs publicó un artículo provocador con el título “Por qué Corea del Sur debería tener la Bomba”. Marca un cambio de tiempo, en el que resuena en diversas capitales del mundo el análisis que en 1963 realizaba el General De Gaulle: 

Nuestro país, aunque coordina su defensa con la de sus aliados, pretende seguir siendo el dueño de la suya, y, en caso necesario, contribuir al esfuerzo común con algo diferente a un esfuerzo sin alma y sin fuerza, propio de un pueblo que ya no sería responsable de sí mismo. Esto nos lleva a dotarnos también de armamento, de medios modernos para nuestra seguridad, es decir, de lo que podría disuadir a cualquiera de atacar a Francia, a menos que quiera sufrir él mismo una destrucción espantosa. (discurso de Charles De Gaulle antes de la apertura de la sesión parlamentaria de primavera, 19 de abril de 1963).

Cada vez más países y líderes mundiales se preguntan, como lo hizo en su momento De Gaulle, si deben dotar a sus esfuerzos de un alma (y a sus arsenales de un arma nuclear). 

En el citado artículo sobre Corea, los autores destacan no sólo la necesidad de que ese país desarrolle un arma nuclear propia, también señalan que, en cierta medida, Europa ya se está adoptando a esta nueva necesidad, a partir de un compromiso creciente para suplir el rol de Estados Unidos por parte del Reino Unido y Francia, las dos potencias nucleares europeas, con 224 y 290 bombas en su arsenal, respectivamente. 

La agenda internacional de Trump es incompatible con un factor esencial de la no proliferación de armas nucleares: el compromiso de Estados Unidos de proteger a sus aliados con un paraguas nuclear. Un mito fundante de la era atómica que entra en contradicción con el America First

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El interrogante más inquietante se abre en otras regiones, sin fuerzas regionales amigas capaces de asumir ese rol. El principal riesgo está en Asia, territorio del hegemon emergente y test de prueba para la Trampa de Tucídides. Y en Medio Oriente, donde Turquía y los países del Golfo se preguntan si no deberían dar también el paso. Pero el riesgo de proliferación “amiga”, sin lugar a dudas, no se limita solamente al “oriente” próximo y lejano. 

Hasta el momento, Trump ofreció indicios de cuál será su plan en materia nuclear. Pidió poner en marcha un plan para construir una “Cúpula de Hierro” sobre su país, a imagen y semejanza de los múltiples sistemas que protegen a Israel (que tiene tres componentes, pero usualmente en la prensa se lo referencia con el nombre que tomó Trump que, en rigor, sólo corresponde a las protecciones contra amenazas de corto alcance). Al estilo de Reagan, pone sobre la mesa la idea de que EEUU puede protegerse de un ataque nuclear, un factor que lejos de despejar las dudas de los aliados, refuerza la idea de una estrategia nuclear unilateral. 

Argentina, Brasil y el efecto dominó 

El efecto dominó que podría generar la adquisición de armas nucleares por nuevos países es difícil de prever, pero no puede descartarse que tenga ecos en nuestra región. Especialmente cuando fenómenos populistas nuevos -y resabios del populismo viejo- colisionan en una escalada verbal que parece poner en entredicho el pacto fundacional de la era democrática que, a partir de los acuerdo pioneros alcanzados entre Sarney y Alfonsín, garantizaron un Cono Sur libre de armas de destrucción masiva. 

Sirven como advertencia dos anécdotas recientes. La primera fue recogida por un cable secreto de la embajada norteamericana, con fecha 24 de diciembre de 2009, filtrado por Wikileaks, según el cual el responsable de política nuclear de la Cancillería argentina había dicho que Brasil escondía parte de su programa nuclear, incluidas sus capacidades críticas de centrifugado y enriquecimiento de uranio. La segunda, fueron las declaraciones públicas de Jair Bolsonaro, en Brasil, y de su hijo Eduardo durante una visita al Consejo Argentino de Relaciones Internacionales en 2019, en las que sugerían la posibilidad de que su país desarrolle una bomba nuclear, volvieron a encender las alertas. También motivaron gestiones bilaterales para recuperar la confianza y evitar un entredicho público en un tema tan delicado. A diferencia del resto de los países que se han comprometido a no desarrollar armamento nuclear, Argentina y Brasil sustentan su adhesión al Tratado de No Proliferación con un esquema sui generis de verificación mutua.  

Las dos anécdotas ocurrieron durante presidencias “amigables” en los dos países, Cristina y Lula en un caso, Macri y Bolsonaro en el otro. No es difícil pensar cómo podrían cambiar las cosas en una era de renovada proliferación y en medio de escaladas verbales, propias de la era del populismo 2.0.

El hombre loco 

Trump 1.0 había despertado inquietudes por sus declaraciones amenazantes y el posible uso irresponsable de la bomba. También por su propensión a buscar arreglos personales con enemigos como Corea del Norte o Rusia. En esencia, repetía dos características de la política nuclear de sus antecesores republicanos, la postura del Hombre Loco (Mad Man) de Nixon y el arte del acuerdo personal que cultivaron Reagan y Gorbachov (con excelentes resultados, por cierto). 

Su segunda presidencia y los riesgos que abre no tienen en cambio antecedente alguno. En su versión 2.0, el principal referente del nuevo populismo parece dispuesto a tirar por tierra un componente esencial del orden global, que evitó la proliferación descontrolada y que ha sido un componente fundamental e inalterado de la política norteamericana de Truman a hoy: la garantía de protección a los aliados entre los que se encuentran los países con mayor capacidad técnica para dar el salto atómico. 

En su versión 2.0, Trump parece dispuesto a tirar por tierra un componente esencial del orden global, que evitó la proliferación descontrolada y que ha sido un componente inalterado de la política norteamericana de Truman a hoy: la garantía de protección a los aliados 

Por caso, podemos pensar en uno de los objetos más virulentos de los ataques trumpistas, Canadá. Este país fue parte del Proyecto Manhattan, tiene una de las industrias nucleares civiles más avanzadas y sus reactores han sido fundamentales en el desarrollo armamentístico de la India, que usó una usina de investigación importada de ese país para producir su primera arma nuclear. Argentina, cuanto también coqueteó con un plan nuclear propio, había elegido el camino del reprocesamiento del combustible usado de sus centrales canadienses de agua pesada, conocidas por su potencial plutonífero. Hasta ahora Canadá, era un país que, como tantas potencias de Europa y Asia, contaba con la protección de su aliado fiel y podía prescindir de armas nucleares propias. Hasta ahora. 

Desde la invención de la bomba nuclear hasta la actualidad, existieron dos sistemas que evitaron una guerra global de destrucción masiva. El de la Guerra Fría, con su equilibrio del terror a través de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés), y el de la etapa unipolar americana, tras la caída del Muro de Berlín, caracterizado por los grandes avances en la reducción de armas nucleares, mayores controles sobre materiales sensibles y un sólo fracaso (Corea del Norte y su bomba). No sabemos aún qué pasará con la bomba en la era del America First recargado de Trump 2.0. Lo que sí sabemos es que el fin del paraguas nuclear crea un incentivo inédito para que muchos más países se pregunten si no deberían sumarse al club nuclear.