Milei, el primer aceleracionista
Milei es un libertario, un anarco-capitalista, un “topo” que destruye el Estado desde adentro. Las definiciones se propagan y se solapan. Los análisis, también. Queremos ofrecer en esta nota otra lectura posible del fenómeno Milei, de la política que lo produjo y la política que está produciendo. Este artículo lee a Milei como aceleracionista: como el resultado de una condensación de flujos acelerados en el capitalismo neoliberal tardío, y como una singularidad acelerante; no cómo una anomalía del sistema sino como una virtualidad que estaba latente y se ha actualizado.
por Dante Sabatto y Nicolás Pohl
Prólogo: cómo se construyó un Milei
La pandemia de Covid-19 detuvo al mundo en febrero del año 2020, mientras que el tráfico de información en la infosfera alcanzaba los niveles más altos de la historia. El detenimiento de la movilidad corporal se compensaba con la aceleración de la digitalización de la vida. La escena política argentina se miraba en el espejo internacional, mientras se dilataba en una tensión autogenerada entre la bio y la tecnopolítica.
Generando intersticios en un presente pasivo, la militancia de ultraderecha ocupó las calles. Ese movimiento formado por patotas digitales, nacionalistas conservadores, y liberales de ONG encontró entre sus filas a un Príncipe preparado para invertir el pesimismo en una profecía anarcocapitalista: Javier Milei, un economista austríaco que llegó a obtener un inmenso poder público a fines del 2023, con la máxima intención de destruir al Estado desde adentro. Una suerte de Neo fascista en la Matrix nacional.
La biblioteca de Milei es amplia y merecería recuperar muchos autores. El pensamiento de Friedrich Hayek, y su trabajo colectivo con la Mont Pelerin Society junto a Milton Friedman, explican en gran medida la habilidad combinatoria de este experimento de la derecha libertaria. Cuando engendraron el primer neoliberalismo la receta fue liberalismo económico con conservadurismo social, Thatcher y Reagan, y, por qué no, Pinochet y Videla.
La familia y la religión gestionando la vida de los individuos, vigilados por un Estado que se abandona a sus funciones securitistas y administrativas mínimas. Se dan así las condiciones óptimas para un mercado absoluto que organiza sin interferencias el cosmos humano, un mundo escéptico de la potencia social que pone su fe en el individuo que compra y vende, posee y desecha. Aquellos viejos liberales que trabajaron para la victoria del Capital, lograron anunciar el fin de la Historia. No había nada afuera del Capital. Milei se piensa a sí mismo, y trata de convencer al resto, que es el heredero indicado para conducir el próximo destino de esta tradición.
Con el COVID se aceleró el contagio, pero por derecha. Cuando cada argentino de bien ya tenía conectividad en su bolsillo, la prédica evangelizadora del libertario se esparció en las redes sociales para buscar más viralidad. Como la pandemia de gripe española en la Primera Guerra Mundial, lo que funciona una vez puede funcionar dos veces. El diagnóstico fue que el contagio tomó impulso entre los varones jóvenes de entre 16 y 21 años, incluso en sectores de pocos recursos. Encontraron en Milei el personaje que entonaba la voz política que daba nombre a sus malestares. Hizo del aislamiento obligatorio la tierra fértil donde su popularidad se esparce a todos los sectores de voto. Su discurso no solo generó entusiasmo y novedad, también radicalizó a aquellos desprendidos del sistema, enfurecidos con la situación política y económica que había dejado la gestión kuka-woke. Milei hizo fracking en el macrismo, un macrismo que siempre fue más radical en su reacción de lo que se pensó. Tomó esa fuente de conservadurismo y proto-autoritarismo, y la aceleró.
Con el COVID se aceleró el contagio, pero por derecha. Cuando cada argentino de bien ya tenía conectividad en su bolsillo, la prédica evangelizadora del libertario se esparció en las redes sociales para buscar más viralidad
Hoy Javier Milei es el presidente de todos los Argentinos, aunque también quiere parecer el presidente de todos los reaccionarios del mundo. Desde que pilotea el Estado, profundiza retóricamente contra el fantasma del socialismo, y mueve la Argentina hacia un absolutismo del mercado con la ayuda del Ministerio de Desregulación.
Hoy Javier Milei es el presidente de todos los Argentinos, aunque también quiere parecer el presidente de todos los reaccionarios del mundo
Breve genealogía del aceleracionismo
Estas son, entonces, algunas de las condiciones de la política nacional y el pensamiento económico que explican la emergencia de un Milei. Pero, sin embargo, su llegada se nos presenta como un glitch, algo que nunca podríamos haber esperado. Y su praxis parece más radical de lo que hemos experimentado en muchas décadas. Estos caracteres empiezan a delinear el contorno de un presidente aceleracionista.
No hay partidos aceleracionistas ni filósofos aceleracionistas. El aceleracionismo, en todo caso, es algo que puede ser. Pueden escribirse muchas historias potenciales de este pensamiento maldito, pero la más clara comienza en los años 90, en la Universidad de Warwick, en el Reino Unido. Allí y entonces se formó un grupo de filósofos unidos por un marxismo heterodoxo combinado con lecturas de Nietzsche y Deleuze, y un interés por la contracultura noventosa de la electrónica, los inicios de internet y el revival del horror cósmico lovecraftiano. Los principales nombres de ese grupo eran Nick Land y Sadie Plant, pero también pasó por esas aulas el más conocido Mark Fisher.
Ese grupo, la Unidad de Investigación sobre Cultura Cibernética (CCRU por sus siglas en inglés) forjó algo parecido a un andamiaje conceptual esotérico y radical, trascendentalmente crítico con el inmovilismo de la época. Era el período hegemónico del neoliberalismo, luego de la experimentación periférica de los 70 y la revolución triunfal de los 80. Los miembros de la CCRU comprobaban el triunfo del Capital, que había configurado el mundo como una máquina cibernética total de la que parecía no haber escape. Y su mirada era reactiva contra lo que veían como una izquierda conservadora, que sólo imaginaba un retorno al fordismo dorado de los años 40. Contra esto, planteaban que sólo se superaría el capitalismo cuando este acelerara los procesos de disolución social hasta un extremo que lo sacara de eje. No hay ningún afuera del capitalismo que no se encuentre atravesándolo.
En la siguiente década, el filósofo Benjamin Noys finalmente les daría un nombre: su libro Velocidades Malignas se subtitula “Capitalismo y aceleracionismo”, y con una perspectiva altamente crítica sitúa a la CCRU en una tradición de la teoría política. El término fue recuperado en 2013 por Nick Srnicek y Alex Williams en su Manifiesto por una Política Aceleracionista. Desde entonces el término ha ganado popularidad en internet, donde ha sido reconvertido en un simple “cuanto peor, mejor”, tanto por críticos como por seguidores.
Mientras tanto, Nick Land, algo así como el “padre fundador”del aceleracionismo, había dado un giro crucial en su pensamiento. Mudado a Shanghai, sus escritores dejaron de centrarse en una teoría destinada a trascender el capitalismo para pasar a imaginarlo como un destino. Crecientemente, el imaginario del colapso landiano fue adoptando la hipótesis de que el Capital funciona como una exterioridad totalitaria que viene del futuro para desarrollar las condiciones necesarias para su emergencia en el presente. El aceleracionismo “de derecha” landiano pasó a imaginar una fusión maquínica del hombre con la máquina, una conversión cyborg para abrir un reino dictatorial del tecnocapitalismo.
Este recorrido es necesario para entender el estado actual de la cuestión, donde “aceleracionismo” es una palabra que puede decir Grabois en un programa de streaming, o donde los fans de Elon Musk en la red antes conocida como Twitter usan siglas como “e/acc” para identificarse. Para llegar a esta situación, fue necesario el surgimiento de dos elementos: las criptomonedas y la alt-right, dos hijos pródigos de los años 10s. Las primeras, y específicamente Bitcoin, fueron ponderadas por Land como un punto de quiebre no sólo para el capitalismo sino para la existencia humana, ya que el dinero se apoderaba ahora de la sucesión misma del tiempo. En las cripto, el aceleracionismo de derecha vio el absoluto kantiano como Hegel había visto en Napoleón al espíritu absoluto. La versión actualizada de este fenómeno es, por supuesto, la lectura de la IA, que Milei quiere introducir al Estado en sí; permanece, sin embargo, cierta sospecha: Peter Thiel supo decir que las cripto son libertarias, pero la IA es comunista.
“aceleracionismo” es una palabra que puede decir Grabois en un programa de streaming, o donde los fans de Elon Musk en la red antes conocida como Twitter usan siglas como “e/acc” para identificarse. Para llegar a esta situación, fue necesario el surgimiento de dos elementos: las criptomonedas y la alt-right, dos hijos pródigos de los años 10s
El segundo elemento, que nos trae de nuevo a la senda de la genealogía del libertarismo argentino, es la “derecha alternativa”, un movimiento político originado en Estados Unidos sobre la fase final del gobierno de Barack Obama. Nacida entre subculturas on-line, ineludiblemente masculinas, y especialmente del mundo gamer, la alt right es una reacción al neoliberalismo y lo que ven como una hegemonía progre (woke) en la cultura contemporánea. Bajo la influencia política de Donald Trump y la guía ideológica del bloguero Curtis Yarvin, se desprendió de ella el movimiento Neorreaccionario (NRx), del que Land fue una parte activa, que se destaca por el cuestionamiento explícito de la democracia y de las instituciones (la “Catedral”).
Conocimos en Argentina la traducción literal de la alt-right, en versión proto-Nrx, que se dio en simultáneo sobre el final del gobierno de CFK, en los libros de Agustín Laje y Nicolás Márquez. Dentro del ecosistema de las derechas argentinas, se dio un paulatino proceso de selección del que fueron decantando los segmentos más radicales, y estrictamente videlistas. Para 2019, el dueto Milei-Villarruel había condensado y radicalizado sus elementos más extremos para construir el proyecto que hoy gobierna la Argentina: un movimiento directa y explícitamente vinculado con la Neorreacción.
Este proyecto, cuyo único nombre propio es Milei, no hace diferencias entre la batalla cultural y la batalla económica, sino que las equipara bajo la certeza de que la única cultura posible, bajo el capitalismo tardío, es la cultura del dinero en movimiento. La ecuación es que es necesario controlar el dinero (capturar sus flujos y estabilizar sus fluctuaciones) pero jamás dominar el Capital, sólo ser presas de su dominio. El libertarismo argentino configura, así, un totalitarismo de mercado. Esta es la fórmula que la Neorreacción ha derivado del aceleracionismo. Si fue el paleolibertarismo el que quebró por fin el (a esta altura frágil) quiasmo del liberalismo y el conservadurismo, es la aceleración ancap la que define el sendero nuevo a recorrer: el del Capital desencadenado que convierte a todo, incluidas las subjetividades, en públicos, consumidores y mercados donde volcarse.
Este proyecto, cuyo único nombre propio es Milei, no hace diferencias entre la batalla cultural y la batalla económica, sino que las equipara bajo la certeza de que la única cultura posible, bajo el capitalismo tardío, es la cultura del dinero en movimiento
El deseo aceleracionista
El aceleracionismo surge sobre el trasfondo del neoliberalismo hegemónico de los años 90. El neoliberalismo, tanto en sus versiones autoritarias como en las más demócratas e incluso populares, tiene un modo preciso de constituir subjetividades, que ha sido objeto de estudio en textos ya clásicos de Michel Foucault o más recientes de Wendy Brown. Esas modalidades psicosociales de la vida en el mercado, en el mundo como mercado, se suelen pensar como pasivas, estandarizadas, con niveles reducidos de intensidad.
Nada más lejano del sujeto acelerado del libertarismo argentino. La historia reciente argentina es la historia de una razón monstruosa, una que ha buscado y producido la descodificación del sistema económico montado en los primeros tres cuartos del siglo XX a través de masacres, primero, y sólo después imposiciones más o menos consensuadas. Y ninguna de ellas ha sido suficiente. La aceleración nunca alcanza. El discurso de Milei afirma, como doctrina, que se requieren sacrificios aún más intensos en el altar del Capital.
En este sentido, el libertarismo argentino configura, como buen aceleracionismo, un pesimismo parcial. Un discurso sobre lo pésimo: Argentina es el peor país del mundo. Tenemos el peor pueblo y la peor dirigencia, la peor economía y el peor Estado, la peor historia y el peor presente. El presente es el colapso. Este discurso es, más evidentemente, un decadentismo. Sobre esa infraestructura se monta, aceleradamente, un segundo discurso: el de un futuro de abundancia. El quiebre entre una situación y la otra es total, un vuelco que implica una ruptura con todo lo que existe. El discurso se vuelve un mesianismo.
Acostumbrados a la materialidad espectral de las finanzas, Milei y sus seguidores piensan y hablan el idioma del riesgo. “La vemos”, “¿y si sale?”, todo el idioma se plaga de expresiones que combinan, sin problemas de continuidad, el campo de significaciones del mercado y las apuestas, pero con rasgos pseudo-teológicos. Este idioma nos ha impregnado. Señal de que ya estábamos, todos -tal vez-, acelerados.
Señal, también, de que no podemos continuar ignorando la dimensión deseante del proyecto libertario. Es aquí donde Milei mejor conecta, en secreto, con el aceleracionismo landiano. Todas las dimensiones que lo conforman: económica, religiosa, tecnológica, política, cultural, todas ellas se encuentran unidas por un nudo libidinal. Land habla del colapso no como una catástrofe sino como un deseo: la disolución de todas las trabas, el odio incluso de una Humanidad que no ha sido feliz, que es sufriente, que no es ni puede ser libre mientras sea sujeta de un deseo que nunca le pertenece por completo. Es en esta medida en que el aceleracionismo tiene un futuro a construir, un futuro que imagina como ya producido y retroalimentando en el presente sus propias condiciones.
Milei es libertario, adora el significante libertad, porque desea esta liberación: la de todo lo que concibe como andamiajes ¿humanistas? (el Estado, los valores progresistas, las instituciones, incluso el respeto y la formalidad) que constriñen una libertad inhumana que late en el interior. Ese deseo sólo puede expresarse y comunicarse en el mercado: no tiene existencia individual, es el producto abstracto de las relaciones comerciales. Y es en este punto donde se forja la economía libidinal como la coincidencia de las necesidades individuales y el deseo del capital de circular a través de flujos de mercado.
Ese deseo sólo puede expresarse y comunicarse en el mercado: no tiene existencia individual, es el producto abstracto de las relaciones comerciales. Y es en este punto donde se forja la economía libidinal como la coincidencia de las necesidades individuales y el deseo del capital de circular a través de flujos de mercado
Parece haber, sin embargo, una contradicción esencial en el proyecto libertario argentino. Es una contradicción entre el rostro inhumano del Capital y el rostro demasiado humano de Milei. Es el problema del que se acusan mutuamente aceleracionistas de izquierda y de derecha: confundir velocidad con aceleración, creer que se ha llegado a un territorio inhumano y radical cuando se es todavía presa de las mismas tendencias que nos han traído hasta aquí. Que, como afirman los teóricos más sensatos, nadie acelera, sino que todo es acelerado. Y, efectivamente, Milei es producto de la disfunción acelerada del capitalismo argentino. Esto no quita, sin embargo, que la locura de Milei sea a feature, not a bug, un rasgo buscado y no una falla, ya que es el modo en que hace cuerpo la crítica a la planificación racional como el cénit de un humanismo en ruinas que hay que dejar atrás.
Los pactos, explícitos y desvergonzados, del gobierno libertario con sectores del peronismo, el macrismo, corporaciones de la burguesía comercial, agraria y financiera, no deberían distraernos. De poco sirve acusar a Milei de haber acordado con una “casta verdadera”, debido a que sus seguidores comprenden bien que el enemigo existe como la Catedral neorreaccionaria, como un Cthulhu que “nadie siempre hacia la izquierda”, en palabras de Yarvin: en la conspiranoia neorreaccionaria, recordemos, la Izquierda está triunfando, y sólo hay una mínima oportunidad para que la derecha se imponga. Y, sobre todo, ninguno de estos acuerdos desmonta el problema de fondo, que es el núcleo deseante del libertarismo aceleracionista.
Ese núcleo, la añoranza de abandonar este capitalismo pésimo e ir más allá, no está ni puede estar desligado de un deseo de estar mejor. La pregunta, que permanecerá sin respuesta todo lo que pueda permanecer, es cuánto está dispuesto el pueblo acelerado a sacrificar. No se trata tanto de que el futuro prometido sea racionalmente creíble como de que sea libidinalmente legítimo. Se trata de fe.
El futuro con Milei
Resulta contradictorio considerar el futuro con Milei, porque, por un lado, desde su retórica con él ya estamos yendo hacia allí. Pero, al mismo tiempo, la Argentina que Milei y los libertarios imaginan refleja una estructura oligárquica similar a la de finales del siglo XIX, antes que con la expansión del imperio austral en el espacio. Así como tiene ecos del pasado, también expresa su anhelo de comandancia en un futuro distorsionado. En sus palabras:
"No hace falta que el mundo tenga que sufrir semejante debacle para escapar de las ideas del socialismo. Yo vengo de un futuro apocalíptico para evitarlo. Algo así como la historia de Terminator. Bueno, de hecho Schwarzenegger es libertario"
El “gran plan” de Milei, lo empuja a recorrer el mundo advirtiendo al occidente el riesgo que supone la supervivencia del Socialismo y la Justicia Social. Busca establecer los límites y los ejes de transformación del modelo occidental. La aceleración del mileismo no solo es la velocidad con la que ejecuta las desregulaciones del Estado argentino: también es transformación en y de lo social. Pero, ¿qué canales de intercambio transnacional le facilitan su lugar en la vocería ultraderechista? Dos vertientes de networking foráneo son el canal de difusión de su discurso. Las conexiones de fundaciones e institutos alineados al proyecto de “iberoesfera” representan la irradiación de la influencia colonial del ancestro español en Latinoamérica. Por otro lado, el atlantismo norteamericano con sus aliados en la OTAN funcionan como otro vector del personaje Milei, al que presentan como un valor para el Occidente que ven en peligro.
La aceleración del mileismo no solo es la velocidad con la que ejecuta las desregulaciones del Estado argentino: también es transformación en y de lo social
Como vemos, parte del espíritu del movimiento “alt right” esta última década se ha internacionalizado y hacia toda cardinalidad. Y Milei es el prototipo exacto de este zeitgeist. Expresa el deseo infinito de acumulación de un sistema que busca romperse a sí mismo. Es un topo que vino a romper al Estado, o al menos los restos que quedan de esa capacidad instalada. De fallar, poco importan los argentinos y argentinas abandonados a su suerte. De lograrlo, el proceso seguirá orientado a un modelo for export. Recordemos el estado de experimentación del neoliberalismo en Chile bajo la “dictadura liberal” de Pinochet como laboratorio latinoamericano. Este proceso también permitió sus réplicas hacia otros puntos del planeta.
Milei es el prototipo exacto de este zeitgeist. Expresa el deseo infinito de acumulación de un sistema que busca romperse a sí mismo. Es un topo que vino a romper al Estado, o al menos los restos que quedan de esa capacidad instalada
Dentro del canon de la fantasía libertaria de Milei, él vino a acelerar el proceso de disolución final del “colectivismo” en el mundo -o al menos esas son sus pretensiones-. En ese esquema de valores y pensamiento, se quiere desplazar el valor de la soberanía y lo nacional en una escala mayor a la que el primer neoliberalismo logró implementar. Como dicen ellos: “todo marcha acorde al plan”. Estos meses de gobierno libertario, se pudo observar un proceso de internacionalización de la figura: de Davos a la CPAC, sumado a las premiaciones en fundaciones de ultraderecha europea, se pasó gran parte de su gestión estableciendo articulaciones variopintas hacia todas las cardinalidades de la derecha internacional.
Mira a Trump y su primera línea, con envidia tanto como admiración, buscando imitar rasgos y elementos de maquinaria movimientista MAGA. Al fin y al cabo, quiere ser uno más de ellos, pero se maneja como si fuera el único protagonista. Queda preguntarse si este protagonismo será el mismo que le genere fricciones con los demás liderazgos. Lo que sí queda a la vista es que vino a marcar nuevas velocidades para toda la derecha internacionalizada: conservadores y liberales, todos juntos, siguiendo el ritmo de la aceleración libertaria. Dependerá un poco del azar y otro poco por los artificios del lobby y del networking derechista para que los demás liderazgos terminen de dejarse acelerar por Javier Milei.