Tres crisis de las ciudades occidentales

Luego de la pandemia, la hegemonía urbana de Occidente se vio eclipsada por la emergencia del modelo urbano chino, la moda de la geopolítica que la disuelve en unidades más grandes y el furor de los youtubers que las documentan desde abajo. Este artículo pasa revista a tres modelos de crisis y transformación urbana en Occidente: Europa, Estados Unidos y Brasil

por Mauricio Corbalán

Malestar en Occidente

Hasta hace poco, el Occidente puro y duro no necesitaba presentación alguna sobre su hegemonía urbana. El Global Liveability Index, elaborado por la Intelligence Unit de la revista británica The Economist, es uno de los muchos rankings de ciudades según su calidad de vida que se reproducen en las redes. Si bien difieren en su sesgo según las fuentes de datos que utilizan, crean imaginarios que operan a muchos niveles. Muchas de estas listas en realidad son solo útiles a corporaciones y elites. Estas listas indican en qué continentes se ubican las ciudades con mejor calidad de vida («desarrolladas», cuando esa categoría explicaba algo). La lista de The Economist es eso: cuáles ciudades ofrecen mayores garantías para el asentamiento de la élite global que tiene que moverse entre esos corredores financieros e industriales transcontinentales.

La mirada de la ciudad como un ecosistema global existe desde los años 90. Implica reconocer que las fronteras ya estaban dentro de las ciudades por los procesos migratorios necesarios para que la globalización funcionara, una torre de oficinas que aloja a la élite financiera necesita servicios de inmigrantes para que el edificio funcione. En 2007 un conjunto de arquitectos con una visión territorial presentó el proyecto Ecuador Político, un mapa de la zonas de fricción que se producían entre el sur global y el norte industrializado dentro de cada ciudad y describía cómo los procesos migratorios eran claves para entender las transformaciones de lo urbano, cómo las fronteras se producían más allá de los límites de los estados nacionales, dentro de las mismas ciudades. En el 2011 apareció otro mapa llamado Mundo amurallado que trazaba los límites de ese espacio tecnopolítico virtual donde coexisten las 50 ciudades con máximos indicadores de calidad de vida, protegidos por una sistema de seguridad global con áreas de fricción específicas en sus extremos.

Desde la pandemia la potencia retórica de estas listas de ciudades ha sido eclipsada. Primero, porque el malestar encontró un marco explicativo geopolítico, crítico con las instituciones y expertos globalistas que elaboran esas listas (y que son sus beneficiarios). En segundo lugar, entre los muchos youtubers que surgieron en la pandemia, se destacan los que muestran «los peores lugares de» diferentes ciudades ante audiencias que privilegian el testimonio directo. La vieja institución del paseo victoriano por los bajos fondos de ciudades sigue rindiendo. Como en el siglo XIX. Pero en el XXI. Vamos a darle contexto a esa transformación.

El mundo post Covid: las ciudades chinas y la nostalgia occidentalista de la web

A partir de la pandemia surge un fenómeno que reacciona a lo anterior. Por un lado se refuerzan los bloques geopolíticos y el poder de las ciudades disminuye.  El marco teórico «spengleriano» es muy útil para hacer atajos epistemológicos y esquemas civilizatorios, siempre reductivos. El resurgimiento de la geopolítica se alimenta de la rebelión contra instituciones y expertos globalistas que rankean ciudades. El ascenso de las ciudades chinas (que estaban fuera de esas listas) actúa como «principio de revelación» de las fallas estructurales de las ciudades de Europa y América del Norte. Es un contraíndex muy utilizado como propaganda antioccidental en las redes. Durante la pandemia, las ciudades chinas, con su modelo de gestión epidemiológico, expusieron su gobernanza basada en la vigilancia y la limitación de libertades al escarnio distópico de los medios occidentales. Pero tuvieron un efecto rebote cuando el pantano se drenó efectivamente y surgió el catastrófico escenario post pandemia de las ciudades de Estados Unidos y Europa: plagadas de problemas de hábitat, transporte, salud e infraestructura, con un modelo de alta desinversión y sobre todo una crisis migratoria, ampliada por la polarización política al interior de los estados, y que se ha convertido en el gran chivo expiatorio de todas las fallas sistémicas. 

Así pasamos del Global Liveability Index a que «el urbanismo chino produce mejores ciudades». Las ciudades chinas, protegidas por una muralla digital, con su homogeneidad racial y sus pasaportes internos, son inmunes a los problemas migratorios y exhiben una combinación virtuosa de bienes y servicios públicos de alta calidad respecto a áreas de occidente con altos PBI por habitante pero pauperizadas. Las ciudades del Extremo Oriente hoy representan una imagen de la prosperidad que se ha escurrido como arena entre las manos de este lado del mundo, el de los occisos que somos nosotros.

Durante la pandemia las ciudades chinas expusieron su gobernanza basada en la vigilancia al escarnio distópico de los medios occidentales pero cuando el pantano se drenó y surgió el catastrófico escenario post pandemia de las ciudades de Estados Unidos y Europa

El ascenso de los movimientos conservadores en algunos países de Occidente ha puesto en escena, una vez más, una «querella de antiguos contra modernos», utilizando los lenguajes arquitectónicos como vectores ideológicos. Como dijo Tucker Carlson refiriéndose a la arquitectura:

El brutalismo o las cajas de vidrio impersonales que abarrotan Estados Unidos no son inspiradores… Si vivís en un lugar que no produce nada bello y fracasa en proveer edificios conmovedores para que la gente viva y trabaje, eso refleja una sociedad muy enferma y oscura.

Así, frisos, columnas y tímpanos se proyectan con fuerza contra los paneles de hormigón prefabricado de la vieja arquitectura moderna, como si fueran la munición grabada con consignas de odio por los radicalizados de hoy. El populismo repudia los sintagmas materiales del Estado de Bienestar —con el brutalismo anglosajón a la cabeza— como efectos perversos de la ingeniería social y la planificación centralizada. Pero en realidad su objetivo son los procesos de mediación, que hoy son presentados como obstáculos y regulaciones innecesarias, los «tongos» de la clase profesional parasitaria que gestiona los procesos urbanos. Queremos una arquitectura para el pueblo, sin mediaciones, como se decía en otra época.

No es la primera rebelión contra el urbanismo moderno. Pero la revuelta postmoderna de los 70 fue palaciega, académica, se originó con la deconstrucción en la literatura y luego siguió en la arquitectura. Esta vez, la revuelta es operada desde la ancha avenida digital por plebeyos e iconoclastas: influencers y operadores de diversa calaña han asaltado el edificio moderno. No me voy a extender en esto, pero internet, como infraestructura digital global, nos hizo pensar por un momento que se habían dejado atrás estas pequeñas diferencias narcisistas del lenguaje que ahora son explotadas por los inconformistas culturales de turno. Como decía el último filósofo europeo: las guerras de religión son las más crueles porque las carnicerías se desatan por apenas una palabra. En la digitalidad pareciera que las imágenes pueden desacoplarse de su función espacial y estar disponibles para el viejo arte de la persuasión, como los memes. El ansia metafísica de esta época inscribe sus reclamos con retórica imperial. 

Europa: los bloques de viviendas comunistas más instagrameables

Uno de los hitos de las ciudades europeas fue la demolición de sus murallas a finales del siglo XIX. Este abandono de la función defensiva y la conquista del paisaje más allá del ejido urbano fue lo que posibilitó la emergencia de la modernidad arquitectónica. Las élites europeas habían acumulado durante décadas el producto de su expansión colonial en la forma de palacios, edificios comerciales y otros artefactos simbólicos desde donde controlar sus espacios nacionales. Nuevas técnicas de control demográfico, junto con nuevos medios constructivos, facilitaron abandonar la insalubre ciudad medieval y pensar la conquista del horizonte, como en la icónica imagen del cuadro El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar Friedrich.

Un siglo más tarde caería otro muro, el de Berlín, y con él, el esfuerzo colosal de los países del bloque sovietico por cumplir aquel mandato universal de la arquitectura moderna: alojar a las masas de la clase trabajadora en viviendas dignas. Durante la posguerra, a ambos lados de la cortina de Hierro la tierra arrasada del bombardeo estratégico había sido aprovechada por los ingenieros y científicos sociales para rediseñar los nuevos centros de las ciudades. La industrialización masiva de la vivienda dio lugar a la construcción de nuevos centros urbanos por toda Europa. Halle Neustadt y Berlin Marzahn en Alemania oriental, Skärholmen y Tensta en Suecia, Novi Beograd en Yugoslavia, Tolouse le Miraille en Francia, Park Hill en Inglaterra son algunos de los casos más conocidos. El orden socialista como símbolo de una vida comunitaria hecha a base de ingeniería social y control policial. Todo parecía que era para siempre pero de la noche a la mañana dejó de existir. 

La reconstrucción de Berlín sentó un modelo conservador por fuera y neoliberal por dentro que funcionó como template para otras ciudades europeas: el avance de las empresas globales como agentes de desarrollo urbano, financiando la reconfiguración del pasado histórico urbano 

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Caído el muro, en Alemania oriental el proceso de reunificación fue vivido de manera traumática, como una anexión que trataría de borrar todo el pasado de la forma más rápida posible en pos de una reconstrucción que terminó siendo una venganza histórica disfrazada de restauración. Esta vez no fueron las viejas burguesías locales las que reclamaron los predios expropiados, sino las empresas globales que vieron la oportunidad de tomar el control de ese nodo simbólico que era el Berlín de los 2000 con el concurso para el desarrollo de la Potsdamer Platz como hito. Pero la verdadera batalla cultural fue la demolición del Palast der Republik en el 2007, el «parlamento» de la República Democrática Alemana. Después de una larga lucha contra la resistencia de la población de Berlín Este, triunfó la postura oficial de demoler el edificio, sobre el argumento de que contenía asbestos. La reconstrucción del castillo prusiano para alojar al Humboldt Forum era percibida como un gesto contrarrevolucionario, conservadora por fuera y neoliberal por dentro: el avance de las empresas globales como agentes de desarrollo urbano, financiando la reconfiguración del pasado histórico urbano en nombre de una supuesta reconciliación que no era tal. Este proyecto de restauración estético y político en la que por entonces era la capital cultural de Europa sirvió de template para otras ciudades de Alemania (Dresden y Postdam) y del resto de Europa (Budapest).

En los años 90 circulaba un librito apaisado llamado Postales aburridas. Era una colección de postales de entornos urbanos modernistas curada por Martin Parr: ayuntamientos, aeropuertos, recreos sindicales, rotondas, balnearios, centros de compras y bloques de viviendas del norte y el este de Europa, retratados en agfacolor. En 2025 cualquier alcalde de Europa occidental ya no sentiría nostalgia sino una profunda envidia de las condiciones que muestran aquellas viejas postales: espacios públicos peatonalizados con abundancia de transporte público, casi inexistente tráfico de autos, conjuntos de vivienda social en el medio de áreas centrales donde el costo de la tierra hoy los haría en prohibitivos, equipamientos comerciales sin contaminación visual, espacios verdes a escala urbana, niños por todos lados y, sobre todo, sin homeless ni inmigrantes acampando en plazas ni puentes. 

Esa arcadia de homogeneidad racial y diseño humanizado, protegida por un muro en la frontera y un ejército en la retaguardia, parece utópica para una clase política acosada por populismos y que tiene que enfrentar economías en declive, servicios públicos en crisis y el impacto de la inmigración masiva que polariza las sociedades. Incluso la perspectiva de una guerra vuelve a ser parte de la agenda urbana europea.

Las pandillas de Skärholmen 

En 1973 se estrenó en Suecia Cara de piedra (Stenansiktet) una película filmada en Skärholmen, un suburbio de viviendas sociales del suroeste de Estocolmo. En él, las viviendas se agrupaban alrededor del área central, un estacionamiento para 4000 autos rodeado por el centro comercial más grande de Suecia. Cara de piedra podría ser la versión socialdemócrata de La Naranja mecánica: una pandilla de adolescentes suecos blancos de clase media baja cometen pequeños crímenes un poco por aburrimiento, otro poco por disconformidad. Al principio de la película, atacan a un automovilista. Lejos de amilanarse, el conductor —un trabajador social resentido— se hace amigo de los pandilleros y los contrata para que busquen a los responsables del diseño del complejo habitacional que, según él, eran los responsables de la muerte de su hijo. Se desata una cacería de tecnócratas en los suburbios de Estocolmo, que son asesinados de manera truculenta. 

El centro comercial de Skärholmen, en Suecia, se volvió un hervidero de etnias que se instalan con sus respectivas comunidades, instituciones y nuevas pandillas: chechenos experimentados en el manejo de armas se unieron a refugiados sirios expertos en explosivos y somalíes hábiles en el oficio de la anarquía 

A partir de los años 80 los habitantes originales de Skärholmen comenzaron a abandonar los barrios y se instalaron en los distritos centrales de Estocolmo. Sus departamentos pasaron a ser ocupados por migrantes y refugiados provenientes de zonas de guerra. El centro comercial se volvió un hervidero de etnias que se instalan con sus respectivas comunidades, instituciones, iglesias y prejuicios. Las pandillas cambiaron también: chechenos experimentados en el manejo de armas se unieron a refugiados sirios expertos en explosivos y somalíes hábiles en el oficio de la anarquía.

Así, los suburbios de las grandes ciudades suecas se convirtieron en las zonas vulnerables al que los políticos de extrema derecha van a provocar y los medios explotan para presionar cambios en las políticas migratorias, como el caso de una mujer que quemó un Corán en la puerta de la iglesia luterana ante la impasibilidad de la policía. Este acto y otros similares desataron olas de protesta que llegaron hasta Oriente Medio con el ataque a la embajada sueca en Bagdad, e incluso afectaron la adhesión de Suecia a la OTAN luego de la invasión a Ucrania. 

Estados Unidos: pequeñas ciudades olvidadas que se apagan lentamente

Hay una escena que narra Alexis de Tocqueville en La democracia en América, en la que se interna en un bosque y encuentra una chimenea y los cimientos de lo que fue una cabaña, y reflexiona que las ruinas son el síntoma del progreso pero en otro lugar. Para Tocqueville, en Europa, el temor y la inercia de las costumbres hacía que la gente se quedara en su lugar de origen y así las ciudades se volvían gigantes y el espíritu perezoso. Los norteamericanos, en cambio, buscaban fortuna adondequiera que sea, motivados por «un deseo inmoderado de riquezas y el amor extremado a la independencia», internándose en bosques y planicies, desafiando animales salvajes e indígenas, poniéndose siempre en marcha hacia el Oeste: 

No es raro, al recorrer los nuevos Estados del Oeste, encontrar moradas abandonadas en medio de los bosques. A menudo se descubren los restos de una cabaña en lo más profundo de la soledad, y se sorprende uno al atravesar surcos iniciados, que atestiguan a la vez el poder y la inconstancia humanos.

Joe y Nicole son una pareja de estadounidenses que quedaron desempleados durante la pandemia, ella con 40 años y él con 50. No tenían entradas fijas ni perspectivas de conseguir empleo por su edad. Tenían que inventar algo. Alguien les ofreció comprarles su casa por una buena suma. Aceptaron, metieron todos los muebles en un depósito, apartaron algo para comprarse una Ford Bronco y lo demás lo metieron en el banco. Decidieron que pasarían los próximos meses viajando, filmarían los trayectos y subiéndolos a YouTube. Como tantos otros precarizados durante la pandemia se convertirían en creadores de contenido y tratarían de vivir de eso. Su entorno pensó que estaban locos. Joe había sido bartender durante 20 años, parte de su oficio era sacar temas de conversación cada día para hablar con los clientes. Viajar y hacer videos sería su nuevo trabajo. 

La saturación de canales en YouTube que muestran reacciones de viajeros en diferentes lugares obedece a que las audiencias reclaman testimonios directos y relatos auténticos (o «fuimos a tal lugar y te contamos lo que realmente sucede»). Así cada narrador se convierte en un ente unidimensional que produce efectos simbólicos y emocionales buscando ganar interacciones para monetizarlas. Joe y Nicole viajaron 3 años, recorrieron más de 38.000 kms, atravesaron los 50 estados y visitaron más de 142 pueblos y pequeñas ciudades. Su  metodología de registro es muy sencilla. Cada trayecto es presentado en un mapa indicando los pueblos o ciudades que se van a visitar ese día. Utilizan los datos del censo para caracterizar el lugar: población, etnicidad, ingresos, costo de vida, niveles de pobreza y crimen. No hay interpretaciones ni análisis. No entrevistan personas. El formato tiene algo del cinema verité de los 60 donde se buscaba presentar los hechos para que el espectador decida por sí mismo. Así en cada pueblo se suceden el Town hall, el Court house, el departamento de bomberos, la biblioteca municipal, todos los componentes de esas pequeñas unidades políticas que mantenían unida a la nación. La sucesión de pueblos y ciudades era la trama del nation building, la migración de los norteamericanos al Oeste. 

Centros urbanos asediados por el fentanilo y pueblos rurales en proceso de extinción son la síntesis de una disputa entre ciudades controladas por el partido demócrata y pueblos donde se vota al partido republicano

Una de las primeras salidas fue a Portland, Oregon, apenas terminada la cuarentena. Con un lenguaje lacónico pero amigable Joe hace comentarios cortos con pausas a medida que el paisaje va apareciendo frente al volante. Las imágenes llenan esos silencios y somos testigos de enigmas que desciframos con nuestras propias referencias. Largas avenidas de acceso donde la resolana es interrumpida por puentes decorados con stencils de protesta. A medida que nos vamos acercando al centro las paredes se convierten en grafitis y se suceden filas de carpas sobre las veredas. Cualquier transición entre espacios más o menos importantes está ocupada por carpas junto con montañas de basura. En algunos puntos las carpas ya arman un poblado autónomo pero no se ven homeless. Joe está sorprendido pero no sabe cómo expresarlo: hace silencios. Cuando llega a un punto del recorrido donde la evidencia exige una interpretación política, evita ir más allá y exclama What do you think, guys? En esa misma ciudad Trump envió al ejército para reprimir protestas y tomar el control después de graves disturbios por la muerte de George Floyd. Joe dobla por un calle llena de carpas, sigue unos metros más y se detiene. Baja, empieza a caminar y se topa con una bolsa retorcida en el medio de la vereda. ¿Es una bolsa de dormir? Si. ¿Hay alguien adentro? Parece que sí. Camina unos metros más y se detiene frente a un pórtico amurallado. Por detrás parece una línea defensiva, una valla antidisturbios metálica de tres metros de altura. ¿Es la entrada de un edificio federal? No. Es un Apple Store.

Frentes de comercios tapiados, pueblos fantasma, carpas en las veredas, tiendas con barricadas y monumentos vandalizados. Los viajes de Joe y Nick describen el paisaje post pandemia de las grandes ciudades norteamericanas y el declive de las áreas rurales y el rustbelt pero sutilmente nos dan pistas materiales de tensiones políticas mayores. Centros urbanos asediados por el fentanilo y pueblos rurales en proceso de extinción son la síntesis de una disputa entre ciudades controladas por el partido demócrata y pueblos donde se vota al partido republicano. Ciudades azules y pueblos rojos. Los republicanos dicen: «En ciudades gestionadas por demócratas el declive es una opción», los demócratas dicen: «Tenemos que defendernos del asalto militar a las ciudades». Parecen señales de una inminente guerra civil. Civil War, la película de Alex Garland, está estructurada como una road movie

Pero estas ruinas de una civilización perdida distribuidas por las rutas y pueblos, o las ciudades donde las industrias migraron hace rato no son paisajes románticos evocativos de lo que se perdió, como lo vio Tocqueville, sino la condición de posibilidad de la aparición de nuevos ensamblajes. ¿Es un anticipo de la destrucción creativa o del aceleracionismo?

«America is Western civilization's central column»

Un día, después de fatigar varios pueblos mineros ya convertidos en pueblos fantasma, Joe y Nic se internan en el desierto. Toman un desvío y descubren que esa ruta los lleva a South Padre, la playa texana donde está la base de SpaceX, la empresa aeroespacial de Elon Musk. En el parabrisas aparece la silueta imponente de las torres y grúas de lanzamiento. Pero cuando nos acercamos el sitio se parece a un obrador gigante, un poco caótico, con fragmentos y piezas de ensamblaje a una escala no terrestre. Una avenida sin humanos y ornamentada con tubos de acero los conduce hacia la costa. De repente una superficie pulida nos refracta el sol de Texas. Al fondo de la avenida hay un cohete, sólido, simétrico y brillante, rodeado de casas y galpones medio abandonados. La astronáutica siempre fue una epopeya precaria, como la minería.

Si America es la columna central de la civilización occidental, como dice Musk, el cohete se yergue más como un obelisco en el desierto que como un vector espacial. ¿Será este sitio entre desolado, banal y sublime la puerta de salida de este planeta roto que prometen los tecno-oligarcas, con sus planes de colonización de Marte o la minería de asteroides? ¿O terminará siendo el Marte de Ray Bradbury con sus pueblos melancólicos que también quedarán abandonados? Ya no hablamos de ciudades o pueblos sino de portales a otra dimensión en el medio de la nada. Estos ensamblajes tercian a otro nivel, emplazados con autonomía del factor urbano sin la necesidad de generar pueblos pero articulados a nodos logísticos y distribuidos entre regiones productivas más grandes que los lugares que ocupan. 

La planta de  SpaceX, la de TMSC, y otros conglomerados tech emplazados en el desierto no nos hablan solamente de la preferencia de la tecno-oligarquía por ecosistemas deslocalizados sino también de su desafecto por las ciudades

Cuando salimos de un suburbio de Phoenix, entre cactus, SUVs y MacMansions y aparece, a lo lejos, la silueta de la planta de semiconductores de TMSC, entramos en otra dimensión: ese edificio no es un lugar, es un nodo de una cadena de suministros global. Ese objeto en construcción de casi 4 millones y medio de metros cuadrados no se entiende sin toda la política, la diplomacia y las presiones militares que lo han hecho surgir en ese punto del desierto. Su existencia no es meramente geográfica, es un apilamiento de varios ecosistemas tramados entre sí: la Chip act que lo hizo posible, el conflicto entre China y Taiwán, el éxodo de ingenieros desde California, etc. Semejante planta, que podría ser catalogada como el edificio más grande del mundo, es un nodo de un vasto e inestable circuito de producción industrial y presión geopolítica. Su importancia dentro de la cadena de suministros está dada por el tamaño de los chips que van a fabricar: 2 nm (nanómetros), el máximo grado de miniaturización posible que impulsará desde un iPhone hasta un F35. 

La planta de TMSC, la de SpaceX y otros conglomerados tech emplazados en el desierto no nos hablan solamente de la preferencia de la tecno-oligarquía por ecosistemas deslocalizados sino también de su desafecto por las ciudades, aquellos viejos puntos de innovación. Ya no es el Estados Unidos de Lewis Mumford, el de los cinturones industriales donde la ciudad resolvía los problemas de la ciudad, ni siquiera los suburbios de posguerra, producto de la red federal de autopistas, que analizara William Whyte como sitios de formación de las elites nacionales móviles. No hay pueblos, no hay nation building, solo shuttles que llevan a la gente a un lugar específico de trabajo. Las redadas del Servicio de Inmigración en busca de ilegales en las fábricas y la negación de visas a sectores estratégicos tienen que ver con la crisis del viejo modelo inmigratorio, el melting pot del cual surgió la cadena de montaje del fordismo. Hoy un auto producido en Estados Unidos cruza más de 7 veces la frontera con México o Canadá hasta estar terminado. Este es un mundo de cadenas de suministros transfronterizas. Menos que una ciudad más que un país.

Brasil: las ciudades del Cerrado y la prosperidad no metropolitana 

Cuando a principios de los años 30 se comenzó a sentir el agotamiento del modelo agroexportador argentino, Ezequiel Martinez Estrada comenzó su reflexión dramática sobre un país grande y despoblado donde una élite había capitalizado sus aspiraciones cosmopolitas a través de una serie de desmesuras arquitectónicas en el estuario del Río de la Plata. En 1940 acuñó su frase «porque no supimos construir una gran nación, construimos una gran ciudad». En 1938, Mario Travassos publicó en Rio de Janeiro Proyección continental del Brasil, donde sienta las bases de la escuela geopolítica brasileña. Si el espacio fue una de las obsesiones de la ensayística argentina, cultivada por disidentes como Sarmiento y Martínez Estrada, los brasileños encontraron en la tradición militar la continuidad para una sostenida reflexión territorial. Travassos sintetiza en su libro un antagonismo fundamental: Amazonas vs. Plata. Este antagonismo marcará la evolución entre los dos países a lo largo del siglo XX. 

Golbery de Couto e Silva fue el heredero de la visión de Travassos. Su pensamiento de proyección del Brasil al interior del territorio tuvo su momento paradigmático en la fundación y construcción de Brasilia en 1960. Posteriormente vino la apertura de la ruta Transamazónica y el proyecto de reforma agraria y colonización promovido por el gobierno militar que inició el proceso de ocupación efectiva del territorio y también la deforestación en gran escala. Camiones llevando troncos del desmonte, construcciones precarias rodeando un acceso desde la ruta y una cuadrícula inicial de pocas parcelas esperando la llegada de los colonos, los «hombres sin tierra y tierra sin hombres» del programa de reforma agraria militar. Hoy, mediante el crecimiento explosivo del agronegocio a partir de la introducción de la soja en 1975, aquellos campamentos se han transformado en ciudades de más de 100.000 habitantes.  

Sinop, Sorriso, Sapezal, Diamantino, Rio Verde son todas localidades del Cerrado brasileño que se proclaman «capital del agronegocio»: núcleos urbanos planificados de baja densidad con buena infraestructura y sin conurbaciones, el monstruo que acecha a cada ciudad de Sudamérica

Sinop, Sorriso, Sapezal, Diamantino, Rio Verde, Sao Desiderio, Campo novo do Parecis son nombres que quizás no nos dicen mucho. Son todas localidades del estado de Mato Grosso. Todas tienen en común que se proclaman «capital del agronegocio» porque son las ciudades con mayor producción agrícola de Brasil. Todas forman parte del ecosistema del Cerrado brasileño, el segundo bioma en importancia luego del Amazonas. Casi todas ellas fueron fundadas entre las décadas del 70 y los 90, y recibieron colonos mayormente del sur de Brasil, específicamente de los estados agrícolas de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná. Cuiabá y Campo Grande son las capitales de estado respectivamente (una de Mato Grosso y otra de Matto Grosso do Sul) que se aproximan al millón de habitantes. 

Pero lo que nos interesa es el fenómeno del crecimiento de estas pequeñas ciudades de entre 90.000 y 150.000 habitantes. Todas han crecido exponencialmente en las últimas décadas. Por ejemplo, Sapezal es un núcleo urbano basado en un proyecto de colonización del grupo Maggi, de Blairo Maggi, el rey de la soja y ex ministro de agricultura del gobierno de Jair Bolsonaro. La zona urbana actual comenzó a ser poblada con la apertura de la ruta MT235 y del loteo de una compañía de los Maggi. La familia Maggi es la gran benefactora de Sapezal y pusieron al primer intendente, de apellido Maggi.

Sinop es el acrónimo de Sociedade Imobiliária Noroeste do Paraná, la empresa de colonización que llevó adelante el proceso de asentamiento. Hoy tiene 132.000 habitantes y es la cuarta ciudad del estado. Sinop es la punta de riel del proyecto de infraestructura más importante del Cerrado. El Ferrograo es un ferrocarril proyectado para sacar la producción del Cerrado por la cuenca del Río Amazonas.  Con 1000 km de extensión reduciría el costo de los fletes en un 40%. Un convoy de 160 vagones va a transportar 12.000 toneladas con tres locomotoras, en lugar de los 300 camiones que ahora se necesitan. Además tienen la ventaja estratégica de no depender de la Hidrovía Paraguay-Paraná. Cuiabá, la capital de Mato Grosso, es también un afluente del Río Paraguay que conecta con el pantanal y de ahí a la hidrovía. Por lo tanto el proyecto del Ferrograo resuelve ese antagonismo entre el Plata y el Amazonas que había anticipado Mario Travassos en los años 30 en favor no de la integración regional con Argentina sino de la cadena de suministros global con China. Este proyecto es fuente de furiosas resistencias por parte de las naciones indígenas y las organizaciones ambientales, que son vistas por los productores como las que traban el desarrollo logístico de la región. Por otro lado, el Cerrado es el bioma más devastado por el avance de la agroindustria. La construcción del Ferrograo agregaría otro capítulo a los ya sucesivos récords de deforestación. 

Sorriso exhibe el slogan de «Capital del Agronegocio» en su escudo. Sobre una boca de fondo blanco un tractor y una cabeza de buey coronan un campo arado. A los flancos, ramas de maíz, trigo, algodón y soja, los cultivos de la zona. Las banderas de estos municipios, su diseño rudimentario, replican con variaciones lo unidimensional de su misión: la épica que comienza con el pionero abriendo senderos a machete, sigue con la racionalidad del colono emplazando un núcleo urbano y termina con la planta de crushing al final del bulevar exportando a China.

La red de municipios del agronegocio contra las metrópolis monumentales de la modernidad

Estos humildes escudos municipales son el blasón de la gran maniobra de integración regional de Golbery. Si la bandera de Brasil exhibe Orden y progreso como lema civilizador, en estas ciudades del Cerrado brasileño es donde alcanza su mejor expresión. Núcleos urbanos planificados de baja densidad con buena infraestructura y servicios comparables a los de las grandes ciudades pero, y esto es clave para entender su dinámica, sin conurbaciones, el monstruo indomable que acecha a cada ciudad exitosa de Sudamérica. Quizás la racionalidad del colono haya pesado más que el positivismo de las elites. Pero estas ciudades también son expresión de una nueva clase social, la del agronegocio que tiene más de la mitad de la representación política en el parlamento. 

Todas estas ciudades que hoy son el núcleo del agronegocio brasileño le deben mucho a la visión de Golbery do Couto e Silva, quien realizó la «gran maniobra geopolítica de integración nacional» en los años 50. Una de las paradojas históricas es que la geopolítica de Golbery fue desarrollada durante la Guerra Fría y su visión estaba completamente alineada con EE.UU. en la lucha contra el comunismo: consideraba a la República Popular China como el enemigo ulterior del Brasil. Hoy el agro brasileño es el mayor proveedor de soja a China y los granjeros de EE.UU. se están declarando en bancarrota al perder este que era su mayor mercado de exportación. Paradójicamente el Cerrado es la base de apoyo político de la extrema derecha que se alía con EE.UU. para presionar desde afuera al gobierno brasileño con los aranceles. 

Si la colonización del Cerrado implicó desmontar tierra virgen, las reivindicaciones indígenas por tierra libre implican asediar constantemente a Brasilia, la modernista capital de la política brasileña, para discutir incluso sus cimientos

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Brasilia, ciudad capital a escala del subcontinente, fue una imagen del futuro del urbanismo no solo para Brasil sino para casi todas las escuelas de arquitectura de Occidente. Incluso Estocolmo renovó su viejo centro bajo la influencia de Lúcio Costa y Oscar Niemeyer, con la monumental renovación urbana de Norrmalm. Pero 60 años después la ciudad del futuro sufre el asedio constante de los grupos que reclaman por demarcaciones de territorios indígenas anteriores a su construcción. La Plaza de los Tres Poderes y la Explanada de los Ministerios desde hace más de cuatro décadas son ocupadas por oleadas de trabajadoras rurales, indígenas, sin tierra, quilombolas, movimientos sociales, etc. Se han invertido los roles. Si la colonización del Cerrado implicó desmontar tierra virgen, las reivindicaciones indígenas por tierra libre implican asediar de manera constante y, muchas veces literal, a la modernista capital de la política brasileña para discutir incluso sus cimientos. El Santuario dos Pajes es la primera tierra indígena demarcada en un distrito federal y corresponde a 4 hectáreas en el sector noroeste de Brasilia. Los manifestantes han construido un espacio sagrado y los medios lo han convertido en símbolo de resistencia indígena contra la especulación inmobiliaria ya que el sector noroeste es el más caro de la ciudad. Técnicos del municipio tuvieron que intervenir para desalambrar el predio.

La presencia constante de marchas, acampes y manifestaciones ha convertido a la ciudad de la movilidad centrada en el automóvil en una serie de disrupciones permanentes al tráfico. La escala monumental y el aspecto marcial del urbanismo de Brasilia constituyen una escenografía perfecta para manifestaciones de masas. Las avenidas con enfilamientos al horizonte flanqueadas por objetos simbólicos generan imágenes de alto poder disuasivo que el periodismo de drones las convierte en input para la polarización en las redes sociales. Hay una toma de dron donde en una marcha las dos facciones de la política brasileña coinciden frente a frente en la gran explanada quedando separados apenas por un espacio central. Esta disputa tuvo su punto culminante en el intento de golpe de los seguidores de Jair Bolsonaro. El ataque a los ministerios, la ocupación y destrozos de edificios federales por parte de turbas organizadas, tuvo mucha similitud con la toma del Capitolio. 

Si Brasilia fue al urbanismo moderno la imagen de futuro, ¿son las pequeñas ciudades del agronegocio una imagen del futuro del Brasil? Podemos pensar en retrospectiva, que el modelo de acumulación argentino concentrado de Buenos Aires en relación a su hinterland expresó un modelo urbano y político concentrado y de monumentalización de una elite, «la capital de un imperio que nunca existió», que quizás ahora encuentre su contestación en esta red de ciudades pequeñas pero prósperas del Cerrado brasileño y su representación política, el agronegocio. Ambas formatos generaron proyectos políticos que modificaron las visiones espaciales de sus respectivos hinterlands; Buenos Aires mirando el país desde el estuario del Plata y el Cerrado mirando al Amazonas.  

Podemos pensar que el modelo urbano y político de Buenos Aires, monumental y concentrado en torno a una elite, quizás ahora encuentre su contestación en esta red de ciudades pequeñas pero prósperas del Cerrado brasileño y su representación política, el agronegocio