Peter Thiel: tecnología, aceleración y fin de los tiempos
Figura singular en la encrucijada entre Silicon Valley, la política y la teología, Peter Thiel combina la práctica empresarial con una visión intelectual marcada por el conservadurismo, la aceleración tecnológica y un horizonte apocalíptico. De PayPal a Palantir, de sus lecturas de Girard y Schmitt a sus inversiones estratégicas en inteligencia artificial y defensa, su recorrido encarna la tensión entre innovación disruptiva y obsesión por el fin de los tiempos, revelando cómo la tecnología puede pensarse al mismo tiempo como promesa de libertad y como amenaza de control total.
por Tomás Borovinsky
Peter Thiel, del que ya hemos escrito en Panamá, es señalado por medios como The New York Times o Vanity Fair como la estrella que organiza la constelación neo reaccionaria. Nació en Frankfurt en 1967, vivió una parte de su vida en la Sudáfrica del Apartheid y luego estudió filosofía y derecho en Stanford. Este empresario y pensador se caracteriza, a diferencia de otros como Elon Musk, Mark Zuckerberg o Jeff Bezos, por una notable constancia y consistencia ideológica a lo largo de las décadas. Durante su etapa universitaria, desarrolló una fuerte orientación ideológica conservadora y fundó The Stanford Review, un periódico estudiantil que promovía valores libertarios y contrarios al "political correctness", lo que marcó el tono combativo que caracterizaría muchas de sus intervenciones públicas futuras.
Tras graduarse en Derecho, trabajó brevemente como asistente judicial para un juez de apelaciones y luego ingresó al mundo financiero como analista en Credit Suisse. También trabajó como operador de derivados y probó suerte como gestor de un fondo de inversión propio, Thiel Capital. Estas experiencias en el sector financiero lo acercaron a los circuitos tecnológicos del área de la Bahía de San Francisco, donde comenzó a explorar las posibilidades que ofrecía el naciente mundo de internet y el software como herramientas para transformar la economía y la sociedad.
En ese contexto, a fines de los años 90, Thiel se cruzó con Max Levchin, un joven programador con ideas similares sobre la disrupción tecnológica y juntos fundaron Confinity, una empresa pensada inicialmente para desarrollar software de seguridad para dispositivos móviles. De ese proyecto inicial surgió la idea que finalmente los haría conocidos: una plataforma para transferencias de dinero por internet.
Se asoció con un joven llamado Elon Musk y, para decirlo rápido, co-fundó PayPal. En realidad, asume el control de la empresa cuando Musk, que trabajaba día y noche, se toma un avión a Australia y ahí le dan “un golpe de Estado” y asume el mando y rebautizan a la empresa como PayPal. Pero con el tiempo se hicieron buenos socios.
Este emprendimiento marcaría el inicio de una carrera empresarial singular, donde Thiel se destacaría tanto por su capacidad para detectar oportunidades tecnológicas como por su visión política provocadora. De ahí surge lo que se dio a conocer informalmente como la “PayPal mafia”. Se trata de empleados y fundadores que salieron de PayPal y que desde entonces fundaron o desarrollaron grandes empresas de tecnología de Silicon Valley como Tesla, LinkedIn, Palantir Technologies, SpaceX, Affirm, Slide, Kiva, YouTube, Yelp y Yammer.
Años después de PayPal, Thiel hizo posible Facebook. Los que vieron la película de David Fincher “The Social Network” quizás recuerden el momento en que Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) y Sean Parker (Justin Timberlake) se reúnen con un señor que les da financiamiento. Ese hombre es Peter Thiel y es quien puso la “inversión ángel” como le confirma en otra escena Mark Zuckerberg a su socio brasilero, mientras le tendía una trampa, Eduardo Saverin (Andrew Garfield): “Peter Thiel acaba de hacer una inversión ángel de 500.000 dólares”. Thiel ingresó a Facebook y se mantuvo en el board hasta 2022.
Thiel es un hombre que cree en la importancia de las ideas. Un autopercibido libertario (seguidor de Ayn Rand) aunque también estudioso de la obra de pensadores nada libertarios como Leo Strauss y Carl Schmitt y un amante de René Girard, con quien tuvo vínculo personal (interesante que quien hiciera posible Facebook considere como fundamental el rol y el vínculo entre mimesis, sacrificio y violencia). Suele decir que le gustaría que la política no fuera relevante en la vida y sueña con un mundo menos burocrático y libre de un Estado controlador (su lado libertario) pero que el conflicto político existe y hay que tomar cartas en el asunto (su lado schmittiano). Es un ferviente y heterodoxo cristiano, lo que una vez más explica su pasión por Girard, y fue de su mano que el actual vicepresidente estadounidense JD Vance, que muchas veces lo parafrasea, se convirtió al catolicismo. Thiel se propone intervenir, poniendo originalmente el foco más en influir en los pequeños grupos que toman decisiones, las élites dispuestas a escuchar, aunque con el tiempo comenzó a querer influir en grupos más grandes de forma indirecta (de ahí las donaciones y el mecenazgo cultural).
Peter Thiel es un hombre que cree en la importancia de las ideas. Un autopercibido libertario (seguidor de Ayn Rand) aunque también estudioso de la obra de pensadores nada libertarios como Leo Strauss y Carl Schmitt y un amante de René Girard, con quien tuvo vínculo personal.

Del fin de la historia al 11S
El 11 de septiembre fue para Thiel un acontecimiento capital. Si durante toda la década del ´90, en los tiempos del “fin de la historia” fukuyamista que sostenía que asistíamos al triunfo final del régimen político liberal, Thiel se oponía frontalmente, y contraculturalmente, a la “era multiculturalista”, Thiel interpretó los atentados del 11 de septiembre de 2001 como un punto de quiebre en la historia política contemporánea.
En su ensayo "The Straussian Moment" argumentó que el ataque “perturbó” el entramado político y militar heredado de los siglos XIX y XX, obligando a repensar desde cero el orden político moderno. Para Thiel, el liberalismo occidental, en su versión secular y racionalista, no estaba preparado para comprender ni enfrentar una violencia motivada por convicciones religiosas absolutas, ni para identificar con claridad la figura de un enemigo. Esta lectura, influida por el pensamiento de Schmitt, lo llevó a insistir en que la supervivencia del sistema requería un nuevo marco conceptual capaz de integrar el conflicto y la noción de amenaza existencial.
El 11S también tuvo para Thiel un efecto práctico: lo involucró de lleno en el debate sobre la tensión entre seguridad y privacidad en las sociedades democráticas. Planteó la pregunta de si era posible lograr más seguridad sin sacrificar por completo la privacidad, o si inevitablemente debía aceptarse un intercambio desfavorable. Esta preocupación desembocó en la creación de Palantir, una empresa diseñada para ofrecer herramientas de análisis de datos a agencias de inteligencia y fuerzas de seguridad, con la aspiración de generar un modelo de vigilancia “lo menos intrusivo posible” pero capaz de prevenir amenazas. Así, los atentados terroristas a las Torres Gemelas orientaron sus proyectos empresariales hacia el campo de la seguridad y la gestión de información estratégica.
Thiel ha reconocido la influencia decisiva de Girard en su pensamiento, especialmente en la manera de entender el conflicto, la violencia y las visiones apocalípticas. De Girard toma la teoría del deseo mimético -la idea de que imitamos los deseos de otros, lo que genera rivalidades y, en última instancia, violencia- y la aplica a fenómenos contemporáneos como las redes sociales, que para él amplifican la imitación y crean tensiones políticas y culturales crecientes.
Tras el 11S, Thiel organizó en Stanford el simposio "Politics & the Apocalypse", donde sostuvo que los atentados exigían reexaminar las bases de la política moderna desde una perspectiva apocalíptica. Según él, el liberalismo secular contemporáneo era incapaz de afrontar la violencia de raíz religiosa o existencial y necesita recuperar marcos conceptuales que reconozcan el conflicto y el peligro de una escalada “mimética”. En este sentido, se apoya en Girard para señalar que el cristianismo expone el mecanismo del chivo expiatorio -Cristo como víctima inocente-, pero a diferencia de su maestro, que veía ahí la posibilidad de abandonar la violencia, Thiel considera que a veces es necesario ejercer fuerza para prevenir catástrofes mayores.
Su apropiación de Girard es, así, selectiva: enfatiza la inevitabilidad del conflicto y la urgencia de actuar con decisión, dejando en segundo plano el componente ético y reconciliador que Girard vinculaba al perdón y la no violencia. Esta lectura ha servido de base para su visión política y para orientar proyectos como el mencionado Palantir, concebidos para anticipar y contener amenazas antes de que el ciclo mimético desemboque en un verdadero apocalipsis social o político.
Thiel ha reconocido la influencia decisiva de Girard en su pensamiento, especialmente en la manera de entender el conflicto, la violencia y las visiones apocalípticas.
¿Aceleración o reacción?
La innovación es un tema fundamental para Thiel. En la práctica, pero también en la teoría. Sostiene que no es cierto que vivamos en el momento de máxima innovación tecnológica de la historia. Que estamos estancados. Vas con tu iPhone caminando por la calle y sentís que estás viviendo en el futuro con todo en tus manos, pero si te lo guardás en el bolsillo estás a principios del siglo XX. Autos, trenes, barcos. Como dice y repite Thiel: “nos prometieron autos voladores y nos dieron 140 caracteres”. Irónicamente Twitter fue comprado por su viejo socio Musk.
Una cosa es innovar en el mundo de los átomos y otra en el de los bits. Occidente -Estados Unidos- inventó la bomba atómica en los ’40 y llegó a la Luna en los ’60 y desde ahí, según Thiel, hemos hecho poco. Semanas después del Apolo 11 vino Woodstock, “el triunfo de los jipis”. Según Thiel, si la biología y la ingeniería hubieran evolucionado al mismo ritmo que las ciencias computacionales ya deberíamos experimentar a la vida eterna (Nixon le declaró la guerra al cáncer en 1973) y ya hubiéramos llegado a Marte. Su amigo Musk intenta saldar esa deuda.
En este marco sostiene que, por ejemplo, Google inventó algo hace más de un cuarto de siglo y que hoy no saben qué hacer con el dinero de los inversores: que invertir en Google es invertir contra el progreso y ha dicho que Google podría estar traicionando a Estados Unidos en sus colaboraciones con China. Thiel piensa mucho en China. Piensa que hoy hay dos grandes tecnologías contemporáneas. Una libertaria y otra comunista: las criptomonedas y la Inteligencia Artificial.
Para Thiel la ciencia no avanza y la culpa la tiene la burocracia científica y la administración federal. Para Thiel vamos demasiado lento y el sistema político no ayuda o más bien todo lo contrario. Por eso dijo más de una vez cosas como “no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”. Como remedio a ese retardo tiene a mano el modelo político propuesto por su viejo socio Curtis Yarvin, un concepto recuperado de Hans Hermann Hoppe: una monarquía dirigida por un CEO en el que los ciudadanos son los accionistas.
Palantir ha sido objeto de fuerte crítica pública y activismo social por su colaboración con el ICE durante la administración Trump. Su software Gotham fue utilizado para rastrear y deportar inmigrantes indocumentados.
Palantir
¿Quién es Alex Karp? El CEO de Palantir rankeado en 2025 en la lista Time 100 de las personas más influyentes del mundo con un patrimonio neto que ha superado los 11 mil millones de dólares, lo que lo sitúa entre las 250 personas más ricas del mundo según Forbes y el Índice Bloomberg Billionaires.
Como mencionamos antes otro de los grandes emprendimientos de la galaxia Thiel es Palantir que toma su nombre de El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien (unas bolas de cristal utilizadas para comunicarse y ver qué pasa en otras partes del mundo), al igual que Vance que toma de la misma saga el nombre de su empresa Narya Capital (un anillo con la capacidad de darle valor a los corazones). Como veremos más adelante, el vínculo de Palantir con el gobierno de Estados Unidos es estrecho, histórico y estratégico.
Y para esta empresa se sirvió de este socio tan singular como él mismo. Thiel conoció a Karp estudiando en Stanford. Nacido también en 1967 en la ciudad de Nueva York, hijo de un pediatra judío y de una artista afroamericana, asistió al Central High School del que se graduó en 1985. Karp obtuvo su licenciatura (BA en Filosofía) en el Haverford College en 1989 y luego obtuvo un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de Stanford en 1992.
Años después de conocer a Peter Thiel, Alex Karp se mudaría a Alemania para realizar un doctorado bajo la fallida dirección del eminente sociólogo y filósofo, heredero de la Escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas. Por diferentes choques y diferencias de criterio sobre el tema a investigar, Karola Brede pasó a dirigir y supervisar la investigación doctoral. Sin embargo, la influencia de Habermas está presente en la tesis.
Este estudio de 120 páginas se titula Aggression in der Lebenswelt: Die Erweiterung des Parsonsschen Konzepts der Aggression durch die Beschreibung des Zusammenhangs von Jargon, Aggression und Kultur (Agresión en el mundo de la vida: La extensión del concepto de agresión de Parsons mediante la descripción de la relación entre jerga, agresión y cultura), presentada en 2002 en la Goethe-Universität de Frankfurt. Esta se centra en una reinterpretación y ampliación del concepto de agresión de Talcott Parsons, integrando el papel del lenguaje (específicamente, la jerga) y la cultura en los procesos de agresión social.
Karp propone, en su tesis de 2002, un estudio que es interesante considerar a la luz de su trabajo posterior en Palantir, que la agresión no solo se manifiesta en acciones físicas o sociales directas, sino también en formas simbólicas a través del lenguaje. En su tesis Karp introduce la noción de "jerga" (inspirada en La jerga de la autenticidad de Theodor Adorno) como un tipo de discurso que permite a los actores sociales expresar deseos prohibidos o agresivos sin enfrentar sanciones culturales o sociales.
Distingue dos tradiciones en la teoría social general clásica. Dice en su tesis: “Distingo entre esa tradición positiva de la sociología que, a diferencia de Hobbes, atribuye la cohesión de las sociedades modernas a la internalización de normas y valores de una cultura, y una tradición negativa que, basándose en el razonamiento de Hobbes, ve en el interés de las personas la piedra angular del orden social. La tradición positiva incluye a Freud, Durkheim, Simmel, Marx, Mead, Parsons y Weber, entre otros. Y la tradición negativa a Hobbes, Nietzsche y en parte Horkheimer y Adorno”.
Justamente Karp se propone, en forma casi controversial, repensar a la luz de Parsons un concepto que resulta, a sus ojos, inoperativo desde Adorno. Es decir, considerando la cita anterior, toma el concepto de “jerga” de la tradición negativa (Adorno) para pensarlo desde la tradición positiva (Parsons). Piensa las formas del orden y de la integración considerando que la cohesión social es debida a la internalización de las normas y no a partir del interés de las personas.
¿Hay conexión directa entre la tesis de Karp y su trabajo posterior en Palantir? No directamente pero no deja de ser sugestivo. Como dijimos más arriba, Karp se inspira en Adorno, teórico crítico fundamental de la primera generación de la Escuela de Frankfurt. En este contexto el enfoque pragmático de Karp sobre cómo la jerga facilitaría la cohesión social podría chocar con la postura más crítica de Adorno, quien veía en la jerga de la autenticidad una forma de alienación y dominación cultural. Esta adaptación del pensamiento de Adorno para justificar la función integradora de la jerga puede ser vista como una reinterpretación controvertida.
Aunque la tesis no aborda explícitamente las implicaciones políticas de la jerga agresiva, su énfasis en cómo el lenguaje codifica la agresión sin sanciones sociales podría interpretarse como un análisis que, en retrospectiva, se alinea con el trabajo posterior de Karp en Palantir. Algunos podrían argumentar que esta visión del lenguaje como herramienta de control social prefigura su interés en tecnologías de vigilancia para el FBI, la NSA y la CIA, lo que podría ser visto como problemático pero que no deja de ser iluminador.
Desde sus inicios, Palantir ha trabajado con agencias de inteligencia, como la CIA, la NSA, y el FBI. Departamentos del gobierno, como el Departamento de Defensa, Departamento de Seguridad Nacional, el ICE (Inmigración y Control de Aduanas), y el CDC (Centros para el Control de Enfermedades). Y el ejército de EE. UU: Palantir ha provisto software de análisis para misiones militares y logísticas en zonas de guerra como Irak y Afganistán. Durante la pandemia de COVID-19, Palantir también colaboró con el gobierno en el manejo de datos sanitarios y distribución de vacunas.
Palantir ha sido objeto de fuerte crítica pública y activismo social por su colaboración con el ICE durante la administración Trump. Su software Gotham fue utilizado para rastrear y deportar inmigrantes indocumentados. Fue parte clave en la construcción del programa ICM (Investigative Case Management), una plataforma que integra datos de múltiples agencias y permite realizar seguimientos detallados de personas. Activistas y medios denunciaron que Palantir proporcionó las herramientas que permitieron redadas y separaciones familiares en la frontera.
La empresa se ha consolidado como un líder en el concepto de “IA táctica”, que implica el uso de algoritmos para asistir o automatizar decisiones militares en tiempo real, un enfoque que, según Karp, responde a la necesidad de un software que “piense más rápido que el enemigo” en el campo de batalla moderno. Esta tecnología permite la integración de inteligencia en vivo proveniente de múltiples fuentes, como drones, satélites y sensores terrestres, además de realizar análisis predictivos de amenazas y rutas de ataque, y proporcionar asistencia a soldados y comandantes mediante mapas, simulaciones y decisiones tácticas automatizadas.
En este contexto, Palantir ha fortalecido su relación con el Pentágono a través de contratos millonarios, incluyendo el Programa Maven, enfocado en integrar inteligencia artificial en el análisis de imágenes de drones; el Army Vantage Program, una plataforma de “conciencia situacional total” basada en datos; y el uso de IA para optimizar misiones de combate, logística y planificación estratégica.
Además, la empresa ha sido acusada de facilitar vigilancia masiva sin transparencia. De violar potenciales derechos a la privacidad, especialmente de comunidades vulnerables. Y de hacer un uso de su tecnología para realizar perfiles raciales o ideológicos, dependiendo de cómo las agencias gubernamentales lo apliquen. En relación con la falta de transparencia Palantir, esta se ha negado repetidamente a revelar la naturaleza específica de sus contratos con agencias gubernamentales. Su estructura de propiedad es altamente concentrada, con un control casi total por parte de sus fundadores, especialmente Alex Karp y Peter Thiel, que, hasta su salida a la bolsa en 2020, operaba casi como una "caja negra", sin reportes públicos detallados.
Desde su salida a bolsa Palantir ha tenido un desempeño alcista, más allá de sus mínimos del 2022. Uno de los elementos que más entusiasman a los inversores, y a Karp y Thiel, es el proyecto denominado Golden Dome System. Este es un ambicioso proyecto de defensa de misiles propuesto por el presidente Trump, con un presupuesto estimado de 175 mil millones de dólares a lo largo de 10 años, inspirado en el sistema israelí Iron Dome, pero diseñado para interceptar misiles avanzados, incluyendo hipersónicos y balísticos intercontinentales. Palantir se posiciona como un actor clave en este proyecto, junto a empresas como SpaceX y Anduril Industries, debido a su experiencia en integración de datos y análisis impulsado por IA, con su plataforma Gotham como el núcleo de la integración de datos para la defensa de misiles.
Los ingresos de Palantir aumentaron un 39 % año tras año con ganancias que se duplicaron. Sin embargo, esta tasa de crecimiento pareciera estar en proceso de desaceleración. Estimaciones de Wall Street venían calculando un crecimiento de los ingresos del 28,7 % en 2026, en las condiciones actuales. En este contexto el proyecto Golden Dome podría impulsar significativamente, todavía más, el crecimiento de Palantir.
¿El final de los tiempos?
Frente a esta escena contemporánea Thiel cruza su pasión tecnológica con una perspectiva teológico-política de primer orden. Como dijimos, es un ferviente lector de Carl Schmitt, Leo Strauss y de René Girard, entre muchos otros.
La aceleración del tiempo tiene una larga tradición en Occidente. Sibila Tiburtina en un texto apocalíptico decía que “y los años se acortarán a meses y los meses a semanas y las semanas a días y los días a horas”. Subyace a la lógica apocalíptica una idea de la aceleración y la abreviación de las jornadas. En esa misma dirección apunta Marcos (13, 20): “Y si el señor no acortase aquellos días, no se salvaría nadie, pero, en atención a los elegidos que él escogió, ha acortado los días”. La contracción del tiempo tiene, desde el punto de vista teológico, un sentido apocalíptico.
Refiriéndose, por medio de una interpretación discutible, a 1 Tesalonicenses 5:3 ("Porque cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán"), Thiel, sostiene que su tesis especulativa es que, “si el Anticristo llegara al poder, estaría hablando del Armagedón constantemente”. Y agrega que “hay que imaginar que esto suena muy diferente en un mundo en el que lo que está en juego es tan extremo, en el que la alternativa a la paz y la seguridad es el Armagedón y la destrucción de todo. En este sentido, la paz y la seguridad tienen mucha más importancia que en 1750”.
En este contexto Thiel conceptualiza la IA no únicamente como un instrumento tecnológico, sino como una amenaza de carácter político y espiritual para la civilización occidental en particular y humana en general. Desde su perspectiva, la IA conspira para la concentración del poder en estructuras centralizadas que, mediante algoritmos, pueden gestionar poblaciones enteras sin recurrir a formas demasiado visibles de coerción. Esta capacidad de control total, particularmente en manos de regímenes autoritarios como el chino, constituye el gran adversario y el temor de Thiel. Para el autor de De cero a uno, este fenómeno no representa un progreso neutral, sino un peligro antropológico: una inteligencia sin alma que imita la forma del pensamiento humano, pero carece de su dimensión ética y de su espiritualidad.
Thiel conceptualiza la IA no únicamente como un instrumento tecnológico, sino como una amenaza de carácter político y espiritual para la civilización occidental en particular y humana en general.
Esta posible deshumanización se vincula, en su análisis, justamente, con la figura teológica del Anticristo. Thiel no lo concibe como una entidad demoníaca manifiesta, sino como una fuerza que ascendería al poder mediante un discurso centrado en el caos y ofreciendo orden, seguridad y salvación tecnológica frente a un escenario apocalíptico. En este contexto, la IA, bajo la promesa de eficiencia y estabilidad, podría erigirse como el vehículo contemporáneo de esa figura, instaurando un orden deshumanizado, carente de sentido trascendente y marcadamente totalitario. Para Thiel, el peligro de la IA no reside únicamente en su capacidad técnica, sino en su potencial para despojar al mundo de su dimensión espiritual bajo la apariencia de un avance progresista.
El concepto de katechon cristiano es recurrente en Thiel. Este, especialmente desde Schmitt, es entendido a la manera de la unidad de la Republica Cristiana cuando la figura del Imperio se erige como una fuerza capaz de detener la aparición del Anticristo y con ello el fin del eón (tiempo) presente, como una fuerza qui tenet en palabras de Pablo. Es por ello por lo que Schmitt rescata su lectura del katechon señalando que: “El imperio de la Edad Media cristiana perdura mientras permanece activa la idea del katechon”. Según el jurista alemán, este katechon funciona como una barrera que retrasa el fin del mundo, y permite la continuidad del eón (tiempo), y con ello de la vida propiamente humana. Como también afirmó específicamente sobre el Imperio Bizantino, este empleó la voz helénica y detuvo al islam varios siglos: “fue un auténtico dique, un katechon”.
Pero lo cierto es que la interpretación de Schmitt sobre el katechon no es la única posible, siendo aun un debate entre especialistas y siendo para nosotros fundamental al menos ligar determinada lectura de estos conceptos con determinadas concepciones políticas. De ahí la importancia de señalar las dificultades de unir las nociones de Imperio, katechon y Anticristo. Porque además si bien el katechon detendría la llegada del Anticristo -a quien Cristo tendría que derrotar en su Segunda Venida, según ciertas lecturas del Apocalipsis- y por tanto, retrasa o frena el final de los tiempos, de cualquier forma, vale remarcar que ni en Pablo ni en el Apocalipsis aparece explícitamente la figura del Anticristo. Es en las cartas de Juan donde aparece mencionado.
En este punto vale la pena recuperar lo señalado por filósofo y sociólogo Jacob Taubes cuando pretende hacerse cargo del verdadero precio de la escatología. A los ojos de Taubes, el katechon schmittiano es una experiencia cristiana del tiempo que está siendo domesticada y pacta con el mundo y sus potencias. Según Taubes, él y Schmitt compartirían una misma experiencia del tiempo y de la historia -esto también podría incluir a Thiel- pero según Taubes, Schmitt no estaría dispuesto a aceptar las verdaderas consecuencias de esta experiencia del tiempo. A los oídos de Taubes, asumir las consecuencias de dicha experiencia del tiempo implica asumir la necesidad de la caída del katechon. Por eso dirá que “Carl Schmitt piensa en términos apocalípticos, pero desde arriba, desde las potencias; yo pienso en términos apocalípticos pero desde abajo”.
El concepto de katechon cristiano es recurrente en Thiel. Este, especialmente desde Schmitt, es entendido a la manera de la unidad de la Republica Cristiana cuando la figura del Imperio se erige como una fuerza capaz de detener la aparición del Anticristo
Inspirados en Taubes podríamos decir que Thiel se niega a asumir el precio de la escatología. En ese sentido quizás, Thiel sostiene que “el katechon ya no alcanza”. ¿En qué sentido? Como dice Thiel: "el katechon es puramente defensivo y, por lo tanto, de alguna manera inadecuado". Thiel comprende esta paradoja. Para él, el katechon y el Anticristo no son completamente opuestos. Sugiere que el katechon siempre corre el riesgo de transformarse en aquello que intenta contener. Como dice Thiel mismo: “El presidente de Estados Unidos puede ser un katechon, quizá una especie de Anticristo.”
De ahí el debate sobre si lo que hace Thiel en sus empresas y en su influencia política acelera o detiene la venida, según su entendimiento, del Anticristo. ¿Un libertario apoyando e impulsando políticas de control nunca vistas en la historia? Suena en cierto sentido paradójico. Asumir el final y la finitud supone pensar la escatología y con ella la seriedad. Pensar la escatología implica pensar un destino, y pensar la finitud del tiempo, la historia y el hombre.
Desde cierto punto de vista “existencial” debemos considerar la importancia de la finitud que atraviesa al hombre, a la política y el tiempo. Como señala Taubes, una vez más: “a lo sumo, el último día, pero cuando quiera que sea hay un final. No se puede discutir y discutir sin fin; llega un momento en que se actúa. Quiero decir que el problema del tiempo es un problema moral, y el decisionismo significa que nada dura sin fin”. Porque: “quien lo niega es inmoral; en efecto, no entiende la situación humana, que es finita y, como finita tiene que cortar, o sea, que decidir”. El dilema sigue abierto y Thiel deberá revelarse a sí mismo si detiene o acelera el final de los tiempos. Mientras tanto, su búnker en Nueva Zelanda permanece como símbolo: refugio privado de un visionario que imagina el Juicio Final.
El dilema sigue abierto y Thiel deberá revelarse a sí mismo si detiene o acelera el final de los tiempos. Mientras tanto, su búnker en Nueva Zelanda permanece como símbolo: refugio privado de un visionario que imagina el Juicio Final.